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Crónica:Golf | Masters de Augusta
Crónica
Texto informativo con interpretación

Forros polares en el torneo de la alegría

Tan frío como la temperatura ambiente, el juego de los españoles choca contra un campo que Olazábal tildó de "espectacularmente imposible"

Carlos Arribas

Las tarjetas de los jugadores son como las del Open de Estados Unidos, de números altos; el clima, como el del Open Británico, viento helador y temperaturas bajas, pero esto es abril, no junio o julio, y esto es Augusta, Georgia, no un campo centenario de Nueva York o un desolado páramo escocés. Esto es el Masters, el torneo de la alegría, el calor, de los resultados bajos, de los rugidos del público acalorado en bermudas, pantorrillas quemadas. Esto es en lo que se ha quedado esta Semana Santa dada la combinación de factores, del frío -8º al sol, sensación térmica de 4º-, del viento, de la falta de lluvia y de las transformaciones efectuadas en el campo -"los greens son igual de duros, pero el campo lo han alargado 450 metros y han plantado un billón de árboles", lo describió Tiger Woods- en la última década: un torneo híbrido, irreconocible, público abrigado con forros polares, orejas coloradas, ni un aplauso, por no hablar de rugidos, jugadores encorvados, abrumados desde el hoyo uno por el peso de la tarea a la que se enfrentan, Mickelson perdido, el Tigre escondido y los españoles desaparecidos en el fondo de la clasificación. Un torneo en el que los bogeys duplican el número de birdies conseguidos, y se han dado 25 veces más dobles y triples bogeys que eagles (157 a 6). Según las estadísticas oficiales, el par 72 oficial del campo debería ser par 76.

Con la misma discreción con la que llegó, Sergio García jugó 36 hoyos, fue eliminado y se marchó
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Cuatro españoles comenzaron a jugar y dos se fueron el viernes por la tarde al no pasar el corte, Seve Ballesteros y Sergio García. Y los otros dos, Miguel Ángel Jiménez y José María Olazábal, penaban ayer, cuando conseguir un par era una heroicidad, no digamos un birdie. Cada uno de ellos, sin embargo, mostró un temple y un estado de ánimo diferente ante el ofrecimiento sádico del campo. Ballesteros, pese a acabar último, con +22, se comportó con su habitual orgullo; Jiménez respondió con rabia a su primera ronda de +7 y salvó el corte el viernes con un increíble birdie en el terrorífico hoyo 11. Olazábal respondió desafiante, brazos desnudos, pecho firme, paciencia y trabajo, y Sergio García, el que llegaba más en forma de los cuatro, prefirió mirar para otro lado.

Ballesteros, también en manga corta, viva la cornisa cantábrica, se burlaba de la gente -"dónde vais tan abrigados, que no es invierno"- antes de realizar un ejercicio de introspección entre líneas. "Mi victoria es haber vuelto", dijo Ballesteros, que mañana cumple 50 años. "Por unas cuantas razones no he podido estar bien preparado y he cometido algunos errores. El lunes, sin embargo, practiqué con Jiménez y Olazábal y me sentí bien, pero el martes perdí la confianza. No he competido en los últimos ocho meses y lo he pagado". Y después de las afirmaciones, los interrogantes que compartió con su entrenador, el argentino Mariano Bartolomé. "No sé, no sé. Sí, claro que competiré en el circuito sénior americano, pero no sé cuándo. Ahora me voy a casa y lo más probable es que vuelva algún día en mayo".

Jiménez acabó tan enfadado el jueves que pidió perdón a su familia y amigos que le siguen a todas partes por haberlo hecho tan mal, y el viernes cambió el +7 por un +1 que le permitió seguir en Augusta. Y seguir sufriendo: ayer terminó en +4 para un +12 acumulado (46º entre 60). Y Olazábal, que se arremangó el viernes para salvar algunos pares complicadísimos (magníficas salidas de búnker en el 16 y en el 18, tremendo golpe en el talud y correspondiente putt en el 13º), terminó tan excitado, tan animado, que, con una sonrisa de oreja a oreja, declaró: "El campo está como está, espectacularmente imposible. Hay que poner el piloto en supervivencia y aguantar el chaparrón. Aquí sufrimos todos desde el hoyo uno, que es cuesta arriba; hasta el caddie acaba asfixiado".

Sergio García no habló, pero no es necesario ser un especialista para interpretar toda la mecánica gestual y de comportamientos que exhibió bajo la barba en un campo en el que se siente malquerido. Para él, que en su primer año, como amateur, logró pasar el corte, jugar en Augusta supone una tortura, y antes de llegar ya anunció que no entraba en sus prioridades lo de la chaqueta verde, lo que le valió una fría acogida. Es el torneo de las familias, al que todo el mundo se apunta, pero este año García llegó sin sus padres y sin su novia oficial, la hija del golfista australiano Greg Norman. Su padre, que también es su entrenador, explicó que en Augusta no le dejan trabajar a gusto, y que para eso no cruzaba el charco. Así que con la misma discreción con la que llegó, Sergio García, de 27 años, jugó dos vueltas, 36 hoyos, dio 154 golpes, recogió sus bártulos el viernes y se marchó. Se ahorró un fin de semana de frío y sufrimiento y la insólita visión del público de Augusta embuchado en forros polares y abrigándose con mantas.

Sergio García se lamenta tras fallar en el hoyo 13.
Sergio García se lamenta tras fallar en el hoyo 13.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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