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Tribuna
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Paraísos

Hay lugares que trascienden la geografía y, para bien o para mal, encarnan una era colectiva tanto como un momento personal. Eso es lo que le ocurre a Ibiza. En lo que a mí se refiere retengo recuerdos de pantalones de pata de elefante, nudismo en las playas y gente increíblemente guapa y banal, así como de amigos ligeros que iban y venían como yo, y que a menudo nunca retornaban, igual que yo iba a hacer poco después. Era ya así de etérea, Ibiza, hace 40 años, con las notables excepciones que sigue habiendo ahora, de gente que habita en el interior de la isla, que intenta conservarla, que tiene allí su vida y su paz del alma. No he vuelto desde los setenta, ni he podido ni he querido hacerlo: cuestión de conservar su Momento en un estuche inviolable. Y ahora me he dado de frente con la Ibiza actual –ligada de forma inevitable a aquellos sus comienzos–, en un irónico y muy recomendable reportaje escrito por George Gurley para Vanity Fair (abril 2007). Pocas cosas tan horteras como un paraíso artificial.

Hace casi 40 años, en Formentera había un hippy de plantilla que sólo desplazaba el culo conforme se movía la mancha de sol sobre la que se hallaba sentado; el tipo fabricaba chucherías para los pocos visitantes de la pequeña isla, trenzando tiras de plástico como alguien que acaba de salir de la prisión; en realidad se hallaba en pleno trippy de LSD, y al parecer su cuadro encefalográfico no le permitía alucinaciones artísticas de altura más sixtina. Con gente un poco así conocí Ibiza, más blanca y vacía que hoy, pero que ya había sido elegida por la mano tonta del Destino para convertirse en Paraíso forzoso abierto las 24 horas para disfrute de millonarios incapaces de distinguir un subidón de una pasarela. Nadie, y menos una isla tan diáfana, merece semejante devenir.

Llevo mucho tiempo sin ir por Ibiza, aunque recibo noticias de los amigos de allí –que viven en el campo, alejados de la Fiesta Blanca: son de los de antes, y estas tonterías a la Kate Moss y a la Jade Jagger les pillan muy vividos–, he seguido su lucha contra las nuevas infraestructuras que van a conmocionar la isla. Eso es todo. En el transcurso de mi vida, Ibiza ha ido decantándose de mi orilla como un antiguo abalorio arrojado al mar: flota porque no pesa. Y no pesa porque, aparentemente, carece de pesares: se la quiere tal como parece, materia paradisiaca, materia inflamable, pero incombustible. Sin embargo, quienes así la quieren la quieren mal. Ibiza estaría mejor vacía. O casi.

No me arrepiento de no haber regresado, pues he conseguido mantener su recuerdo tan luminoso como en aquellos días en que los jóvenes, colocados y por colocar –algunos, por último, se colocaron el cañón del revólver en la sien–, no distinguíamos el día de la noche, pero todavía, sanamente, carecíamos de interés por la moda Ad-Lib ni los bailaderos multitudinarios diseñados por un émulo de Cecil B. de Mille, y las fiestas pijas. Pijos, entonces, también los había, pero eran menos, más discretos y maltrataban su hígado y su páncreas con gracia infinita.

A la isla aún no le habían hincado el diente del todo los especuladores y sus comparsas cuando la dejé. Abel Matutes, descrito en el malicioso trabajo de Gurley como "un tiburón-toro perfectamente encantador", no planificaba autopistas. Lo de ahora se parece más a la Marbella pre-Gil, aburridísima y satiricónica. Sólo la ciudad nívea y escalonada, contemplada desde el mar en una de las fotos, retiene la candidez del ayer, aunque hay algo que te advierte: harás mejor en no acercarte, no quieras ver cómo soy en mis calles y en mis noches, en mis aglomeraciones. Glamour y apretujamientos. El texto de Vanity Fair me recuerda los mejores reportajes españoles de antes de finales de los setenta, cuando el periodismo se podía permitir que el talento vagara suelto pillando un poco de aquí, un poco de allá: mentiras ajenas para organizar una realidad común verdadera.

Un mundo de ayer, que suele decirse. Reporterismo crítico, de largo aliento –el paraíso perdido del periodismo–, para una isla que ha entrado ácidamente en coma.

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