Una hora de sol
Y de repente no hubo testigos a quién preguntar.
Había terminado de responder el comisario general de la Policía Científica, Miguel Ángel Santano, y su declaración había sido más rápida de lo previsto. Era la una de la tarde. La sesión, por lo general, acaba a las dos
El presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, había explicado antes que había testigos previstos que no acudirían. Uno porque su nombre y dos apellidos coincidían con los de otras personas y hacían falta más datos a fin de localizar al hombre adecuado; otro porque era un delincuente que se encontraba en busca y captura; un tercero tampoco se había presentado porque estaba enfermo de gota; un cuarto, una mujer, alegaba que estaba embarazada de muchos meses...
El ritmo de interrogatorio en la mañana de ayer, además, había sido vertiginoso, y la sala se había convertido en un ir y venir incesante de testigos a los que se les hacían pocas preguntas.
Así que, de repente, el presidente del tribunal se vio sin más testigos y ordenó interrumpir la sesión en ese momento, una hora antes de lo habitual.
Para hacerlo, tuvo que reclamar silencio a la sala varias veces: tanto los abogados como las personas del público no dejaban de charlar. El sol primaveral que se colaba por las ventanas invitaba a un humor alegre y charlatán. Pocas veces como ayer el juicio pareció una clase de adolescentes y Gómez Bermúdez el profesor que pone orden.
Era una suerte de liberación: la tarde anterior, la del martes, había sido catártica y durísima, de las más duras vividas en la sala de la Casa de Campo. Se sucedieron los estremecedores testimonios de las víctimas que viajaban en los trenes. Y la tormenta con truenos que había afuera y resonaba dentro confería a la sala un aspecto aún más aterrador. Y triste.
Pero ayer hacía sol. Y las declaraciones escuchadas no fueron especialmente dolorosas. Tal vez por eso, ayer, a la una, dos víctimas jóvenes que acuden normalmente bromeaban, de buen humor.
También a ellos les habían regalado una hora de sol.