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El alto el fuego pasa factura a los islamistas radicales

No es previsible que divisiones abruptas y discrepancias de fondo afloren en el disciplinado Movimiento de Resistencia Islámica (acrónimo de Hamás). Pero es evidente que los intereses de los líderes políticos y del Gobierno de unidad nacional, que lidera Ismail Haniya, y los de la rama militar de su partido no siempre coinciden. Los más moderados, encabezados por el propio primer ministro, abogan por la tregua para ganar tiempo y tratar de mitigar la anarquía que devasta Gaza y Cisjordania, y también para intentar poner fin al bloqueo financiero impuesto por Israel, EE UU y la UE que pesa sobre el Gobierno desde marzo de 2006. Los más radicales prefieren abandonar el Ejecutivo de unidad y volver a las andadas violentas.

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Porque ese alto el fuego tiene su coste en las calles. Para Hamás, la ausencia de respuesta, por débil que sea, a las constantes incursiones, asesinatos y redadas de los soldados israelíes en Cisjordania supone pérdida de credibilidad entre sus simpatizantes. Porque la seña de identidad de este grupo islamista es la resistencia. Y porque entre los palestinos, excepción hecha de los dirigentes de Al Fatah, casi nadie cree que sea posible alcanzar un acuerdo de paz con Israel que pueda resultar satisfactorio.

Hace pocos meses, Ahmed Jebari, líder de la rama militar de Hamás en Gaza, advirtió a Haniya de que sólo cumpliría órdenes impartidas por Jaled Meshal, el indiscutible jefe de Hamás exiliado en Damasco (Siria). Y Mahmud Zahar, ex ministro de Asuntos Exteriores del anterior Ejecutivo y uno de los líderes fundamentalistas más extremistas, señaló hace días que los "miembros del Ejecutivo no representan las posiciones del partido". Es un intento por dar a entender que una cosa es el Gobierno y otra Hamás. Pero es imposible que Israel se trague el anzuelo. La mayoría de expertos apuestan por una nueva invasión israelí de Gaza. Entonces, con seguridad, cerrarán filas y desaparecerán las discrepancias en el seno de Hamás.

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