Un punto de inflexión
La decisión de Brasil marca un punto de inflexión en la lucha por el acceso a los medicamentos fundamentales. Desde que la Organización Mundial de Comercio abriera la puerta, en 2001, a que los países pudieran saltarse las patentes de los medicamentos en caso de crisis sanitaria, el caso no se había dado.
Los grandes laboratorios han conseguido mantener sus prerrogativas con dos herramientas: conceder licencias a empresas locales y un sistema de doble precio, de manera que un tratamiento que en los países ricos cuesta 10.000 euros al año se vende en países pobres por 300.
Con ello consiguen evitar la entrada de otros fabricantes de genéricos que les hagan la competencia.
Lula ha quebrado esta situación. Su decisión va más allá que la del Gobierno indio en su lucha con Novartis: no se discute si el medicamento es nuevo. Las autoridades brasileñas saben que lo es, y reconocen que debería estar protegido por una patente. Pero se la saltan porque lo necesitan.
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