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La ofensiva terrorista
Columna
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Alacranes

Enrique Gil Calvo

En las dos últimas semanas, el clima político ha dado un vuelco espectacular. Primero fueron los resultados de las municipales, que desmoralizaron al PSOE por el desastre de Madrid animando al PP a abrigar la esperanza de volver al poder. Pero a los ocho días se añadió el anuncio de que ETA revocaba su alto el fuego. Así, la sensación de derrota sufrida por Zapatero se ha elevado al cuadrado, dada la imprudencia cometida cuando vinculó su legislatura a la suerte del proceso de paz. Ahora se ha quedado sin discurso, el PP acaricia la idea de volver a la Moncloa y la ciudadanía se teme lo peor, huérfana de suficientes explicaciones. Ante todo hay que explicar por qué ha fracasado la previsión de alcanzar un final dialogado al terrorismo. Al margen de la sistemática obstrucción del PP, que boicoteó el proceso desde un principio, lo lógico es atribuir el fracaso a la doblez de ETA, que logró hacer creer que ofrecía rendirse cuando sólo buscaba tiempo para reorganizarse. Si en el 98 los terroristas engañaron al PNV, haciéndole caer en la trampa del pacto de Lizarra, ¿por qué no iban a engañar de nuevo a Zapatero, confiado en que esta vez fuera la buena y pudiera apuntarse el tanto de la paz?

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Esta explicación deja en mal lugar a Zapatero, que en el mejor de los casos pecó de imprevisión, pues antes de dialogar debió haber anunciado la probabilidad de que todo acabase mal. Y en su disculpa sólo cabe sugerir otra explicación, imaginando que ETA cambió sobre la marcha en el curso del proceso. Una explicación de psicología política que nos devuelve a la fábula de la rana y el alacrán, como si su congénito carácter le indujese a ETA una invencible adicción a la lucha armada.

Y si retomo esta fábula que ya usé para explicar la ruptura de la tregua del 99 es porque, en efecto, la decisión de ETA de volver a las armas parece irracional y contraproducente para sus intereses, pues ahogar a la rana Zapatero podría significar un suicidio para el alacrán ETA. Es lo que sucedería si, a partir de su creciente debilidad por la doble desautorización que acaba de sufrir, Zapatero perdiera las próximas elecciones legislativas y Rajoy recuperase el poder, a la cabeza de un partido cuya única seña de identidad actual es la lucha sin cuartel contra el terrorismo de ETA. Sin que pueda descartarse la posibilidad (y de ahí la tesis del alacrán) de que eso mismo es lo que busque ETA en realidad, dado su nihilismo del cuanto peor, mejor.

Pero no es probable que la ruptura de la tregua provoque la derrota de Zapatero en las próximas elecciones. Tiene margen para recomponer un discurso creíble mientras se obtienen éxitos policiales contra ETA. Además, Rajoy tendrá que dejar de sabotear la política antiterrorista. A día de hoy, Zapatero sigue atenazado por una pinza entre la espada de ETA y la pared del PP, pues ambas partes coinciden en culparle del retorno de la violencia. Pero cuando ETA vuelva a matar como solía, cundirá entre la ciudadanía una masiva demanda de cierre de filas en apoyo del Gobierno que no podrá ignorar Rajoy, que deberá dejar de atacarle por la espalda para no quedar ante la ciudadanía como un sucio carroñero. A no ser que también esté en el carácter de Rajoy portarse como un alacrán.

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