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El cambio de imagen del Gobierno
Columna
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La doble vocación

José María Ridao

César Antonio Molina (A Coruña, 1952) ha logrado unir a su condición de escritor la de incansable gestor cultural, tanto al frente de algunas de las principales revistas y suplementos literarios del país como de instituciones culturales de referencia. Aparte de su abundante obra poética, de la que el pasado año publicó una extensa antología, El rumor del tiempo, César Antonio Molina ha cultivado el ensayo y la narrativa, género al que pertenece su último libro, Fuga del amor.

Su paso por la dirección del Círculo de Bellas Artes de Madrid contribuyó de manera decisiva a convertir esta institución en uno de los más importantes centros culturales del país, donde se han dado cita escritores y artistas de todo el mundo. Desde el Círculo de Bellas Artes pasó en 2004 a dirigir el Instituto Cervantes, que ha logrado convertir en uno de los más potentes y reconocidos institutos de cultura europeos, aproximándolo a sus equivalentes en Francia, Alemania, Italia y Reino Unido. Todos ellos recibieron en 2005 el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

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La gestión de César Antonio Molina al frente del Cervantes se ha orientado en múltiples direcciones, colmando algunas de las principales lagunas y deficiencias que arrastraba el Instituto desde su creación. Lo ha dotado de una gran sede representativa en Madrid y ha abierto 24 nuevas sedes en todo el mundo, algunas de extraordinaria importancia y dimensión como la de China.

Además, ha firmado más de 400 acuerdos con bancos, empresas y otras instituciones privadas, que han permitido multiplicar la actividad del Cervantes y dar a conocer mejor sus actividades, entre las que destaca la promoción de la cultura española. Pero, más allá de extender la infraestructura del Instituto, César Antonio Molina ha introducido una nueva concepción de su papel. Las actividades del Cervantes se desarrollan no sólo fuera de España, sino también en el interior del país. Al mismo tiempo, ha potenciado la enseñanza del gallego, catalán y euskera en los Cervantes del extranjero, propiciando la colaboración con los institutos de cultura de algunas autonomías.

Lo más sorprendente, con todo, es que su doble vocación no ha cedido en ningún terreno: dirigir el Cervantes no le ha impedido seguir escribiendo y publicando a un ritmo inalterable. Ahora, en el Ministerio de Cultura, le aguarda su último reto: sacar adelante la Ley del Cine.

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