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Terremoto en Perú

Pisco duerme en la calle por miedo al saqueo

La población critica al Gobierno mientras se multiplican los asaltos a los camiones de ayuda

Jorge Marirrodriga

Varios vecinos discuten en lo que fue una animada calle del centro de Pisco qué hacer con un poste de la luz. Hoy el lugar apenas es un polvoriento camino bordeado de escombros. El poste de hormigón está quebrado y sólo lo sujetan los cables. El grupo cree que debe tirarlo, cuando llega un pelotón de militares equipados con mascarillas y tizas. "¿Se puede saber por qué no nos ayudan?", increpan a los uniformados, quienes explican que están marcando las pocas casas que quedan en pie para saber cuáles son peligrosas y los lugares donde puede haber víctimas.

A la misma hora, el presidente peruano, Alan García, ha llegado a Pisco rodeado de la prensa local e internacional. "Sólo le importa salir en televisión. Mientras, nosotros tenemos que organizarnos solos", se queja el grupo.

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"¿Sabe que hay una refinería cercana que ha amenazado a sus trabajadores con despedirlos si no se presentan al trabajo? ¿Qué tienen que hacer? ¿Dejar su casa y sus muertos?", pregunta Marco Arata, un joven abogado teñido de blanco de pies a cabeza por el polvo, mientras trata de ayudar a un vecino a desescombrar lo que queda de su casa. La petrolera es Pluspetrol, hasta el miércoles la segunda fuente de trabajo de Pisco tras la pesca. Ahora es la primera.

Pese a que los funcionarios se esfuerzan en organizar el caos, la magnitud del desastre es tal que cuando comienza a pasar la conmoción y la angustia de las primeras horas, el descontento se abre paso. Militares armados vigilan las larguísimas filas formadas en la plaza de Armas para solicitar ayuda. Al atardecer, en varias partes de Pisco se forman espontáneamente reuniones de vecinos donde se escuchan voces crispadas. Lo que ha empezado siendo pequeños robos de víveres se ha convertido en saqueos a camiones con ayuda y puestos de reparto, mientras se multiplican los llamamientos a la calma por parte de las autoridades.

Y sigue habiendo miedo. Muchas personas pernoctan en la calle. Han sacado sillones, sofás y colchones. "El jueves alguien gritó '¡maremoto!' y la gente salió corriendo", dice Edgardo Bernaola mientras observa los restos de lo que fue una peluquería donde murieron ocho clientes. El peluquero se salvó. A su lado, su tío, Ediberto Vera, trata de comunicar con su hija Nancy, casada con un español y residente en Torrejón de Ardoz (Madrid).

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Hay miedo al mar porque el miércoles, después de la tierra, vino el agua. En Pisco también se produjo un tsunami. Aproximadamente media hora después del temblor, totalmente a oscuras y con el miedo de que las casas se vinieran abajo, los vecinos de la zona costera comprobaron cómo el Pacífico -situado normalmente a un centenar de metros de las viviendas y separado de ellas por una carretera y un malecón- comenzaba a avanzar inexorable. Sin violencia ni rugido de olas pero con una fuerza letal. "Menos mal que estaban fuera de las casas, porque de pronto el agua comenzó a crecer sin parar. En pocos segundos llegaba a la altura del pecho y las paredes comenzaron a reventar. El mar buscaba por dónde avanzar", dice Antonio Aquije mientras acumula en el exterior de su casa ropa, libros y enseres empapados.

El mar avanzó más de 300 metros y alcanzó una altura de 1,80 metros. Tapias derribadas y verjas de hierro retorcidas dan fe de la enorme fuerza de agua, "que simplemente parecía que se desbordaba", como cuenta una anciana sentada en una silla plegable a la puerta de su casa y rodeada de sus cosas empapadas.

En busca de su madre

"Ésta es una enciclopedia de España. Mi madre siempre decía que me la llevara, y hoy mire cómo está", explica uno de sus hijos señalando a un mazacote de papeles retorcidos y manchados de negro. Vive fuera de Pisco y nada más sentir el terremoto caminó durante tres horas en la noche y a oscuras para buscar a su madre. "La viejita está grande, pero ya ve que escapó del agua", añade.

En lo que era un paseo marítimo hoy las barcas permanecen varadas junto a las puertas de las casas. Mientras los habitantes aprovechan los botes para poner a secar en la medida de lo posible sus cosas, miles de gaviotas se dan un festín en el revoltijo de basuras en medio de un profundo olor a salitre. Grupos de pescadores protestan y piden ayuda porque los barcos, su único medio de subsistencia, fueron arrancados de sus amarres y arrastrados tierra adentro y ahora no tienen medios para devolverlos al agua.

En toda la zona no hay ni militares, ni funcionarios ni equipos de rescate. Los vecinos se desesperan y exigen, con vehemencia y un dejo amenazador, ayuda a los extraños que pasan. Algunos vecinos reconocen que en medio de la catástrofe al menos tuvieron un punto de suerte. "Lo único bueno fue que a causa del terremoto se fue la luz", señala un pescador. "Si el agua nos sorprende a esa velocidad dentro de casa y con la corriente conectada no habríamos salido vivos", añade.

A pesar de la destrucción, algunos se aferran a la normalidad, aunque sea ficticia. Como Emilia Reina Elías, que regenta casi el único negocio todavía abierto en Pisco: un quiosco de flores a la puerta del cementerio, a apenas cuatro manzanas del centro del pueblo. En medio del marrón polvoriento que todo lo cubre en Pisco, los colores vivos de margaritas, gladiolos y violetas colocados cuidadosamente en su jarrón recuerdan a los que pasan por allí una vida que hoy más que nunca parece muy lejana. "Son las flores que tenía guardadas en el puesto. No creo que aguanten más de un día. Las que no venda hoy tendré que tirarlas", augura Emilia, cuya familia ha acampado bajo una gran manta sujeta por cuatro palos a una decena de metros del puesto.

La mujer habla mirando al suelo y recuerda con lágrimas en los ojos el momento en que todo cambió: "Acababa de llamar a la puerta el cobrador de la leche que me dejaban en casa. Fui a abrir... Luego tuve que salir de entre los escombros".

La florista se queja de los que intentan hacer negocio a costa de la necesidad y denuncia que los que tenían almacenados alimentos los están vendiendo a unos precios altísimos, "y yo he mantenido los precios", responde ante la pregunta inevitable de si ella no está haciendo algo parecido.

Una pareja duerme entre los escombros y restos de muebles en una vivienda derruida por el terremoto del miércoles, en la ciudad de Pisco.
Una pareja duerme entre los escombros y restos de muebles en una vivienda derruida por el terremoto del miércoles, en la ciudad de Pisco.REUTERS

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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