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Reportaje:

La importancia de llamarse Turner

En 1832, en plena madurez artística, Joseph Mallord Willian Turner escribió el primero de cinco codicilos donde expresaba su voluntad de donar a la Royal Academy de Londres una importante suma de dinero para la creación de un premio (20 libras) y una medalla, acuñada por él mismo, "a la mejor obra paisajística realizada por un joven pintor inglés". Turner murió en 1851, y ni la medalla ni el premio fueron concedidos "a perpetuidad". Las 20.000 libras de la "herencia Turner" se habían convertido en una patata caliente para los académicos, que no se ponían de acuerdo en cómo gestionar aquel legado.

Un siglo y medio después, el nombre del pintor romántico, espíritu desplazado del impresionismo, ha servido de marca corporativa a un premio que desde su creación, en 1984, no ha conseguido apaciguar a la crítica. ¿Por qué utilizar el nombre del pintor inglés si ni el premio, ni el jurado, ni siquiera la obra de los autores finalistas, tenían que ver con él? Otras voces alertaban de que el Turner Prize, patrocinado por un empresario anónimo, serviría para lavar corruptelas y oscuros intereses comerciales. Waldemar Januszczak, crítico de The Guardian, se manifestó a favor de un galardón que se miraba en el espejo del Rembrandt de los Países Bajos y del Grand Prix National des Arts de Francia. Su defensa pivotaba en el hecho de que la obra de Turner había sido poco valorada en su época. Un ejemplo más de la endémica resistencia de la cultura británica a lo nuevo. La propia Tate Gallery se había opuesto, en 1928, a la compra del matisse Reading Woman with Parasol, y no tuvo un picasso hasta 1949, cuando el artista tenía casi setenta años. La economía del arte no determina cuáles son las condiciones para la supremacía estética.

Serota decidió que el Premio Turner debía ser el equivalente más cercano en literatura al Booker Prize
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1993. Rachel Whiteread: <i>Una habitación propia.</i>
1984. Malcolm Morley: <i>Con él nació la polémica.</i>
1995. Damien Hirst: <i>El arte como medicina.</i>
1996. Douglas Gordon: <i>El vídeo conquista el mercado.</i>
1999. Tracey Emin: <i>La sexualidad es una ventana al mundo</i>.
Las claves del Premio Turner
2001. Martin Creed. <i>Apaga y vámonos.</i>

El Turner Prize fue fundado hace 23 años por los Patrons of New Art (PNA), grupo de connaisseurs que operaban bajo el paraguas de los Amigos de la Tate para asesorar al entonces director de la pinacoteca, Alan Bowness, en la adquisición de obras. El premio inaugural dividió a los críticos. Malcolm Morley (Londres, 1931), artista residente en Nueva York desde 1958 y representante, con Philip Guston, de la "nueva figuración" americana (!), había superado las candidaturas de Richard Deacon, Gilbert & George, Howard Hodgkin y Richard Long. ¿Qué criterios se habían manejado para seleccionar a aquel pintor tan poco brit entre unas candidaturas de lo más dispares?

El premio estaba abierto a la participación de comisarios, críticos, incluso gestores. En 1987, el pintor Patrick Caulfield había sido seleccionado por el comisariado de una muestra de Grandes Maestros en la National Gallery. Un año antes, Nicholas Serota, el hoy todopoderoso patrón de la Tate, figuraba entre los aspirantes (Art & Language, Gilbert & George, Victor Burgin, Derek Jarman, Matthew Collings, Stephen McKenna, Bill Woodrow) "por su trabajo en la Whitechapel Art Gallery de Londres". Ganaron el Turner G & G, quienes acababan de dar la campanada en la Gran Manzana con su gran retrospectiva en el Guggenheim.

Fue 1990 el año que marcó el

punto de inflexión del Turner. Fue una edición sabática. El patrocinador anonymus se había declarado en bancarrota y no había dinero para financiar la organización del evento ni el premio de 10.000 libras. Richard Deacon, Tony Cragg, Richard Long (quien en 1989 había superado a Lucian Freud y Paula Rego) habían ganado las anteriores ediciones. Les siguieron Anish Kapoor, Grenville Davey, Rachel Whiteread y Anthony Gormley. La joven escultura británica brillaba hasta la extravagancia. ¿Tenía que ver con el reventón de la burbuja de los ochenta, que tanto había valorizado la pintura?

Durante los años posteriores, Nick Serota, un hombre tremendamente persuasivo y de voluntad inamovible, tuvo un papel sustantivo en el nuevo rumbo del Turner Prize. Un dato que despeja cualquier duda acerca de su superioridad en cuanto a estratega es que, en 1983, ya figuraba como comisario de una gran retrospectiva de Malcolm Morley, que había recorrido toda Europa, con la última parada en el Brooklyn Museum. Como presidente del jurado y director de la Tate Gallery, Serota decidió que el premio debía ser el equivalente más cercano en literatura al Booker Prize, que basaba su prestigio en el reconocimiento a un autor británico y novel, por un libro ya publicado.

La cadena de televisión Channel 4 inyectó vigor al premio (20.000 libras), creando otra burbuja mucho más resistente que ha llegado hasta hoy, soberbiamente adaptada a la nueva cultura del espectáculo. El público ya tenía buen apetito para el consumo de arte contemporáneo -en 1995, la Tate alcanzó los dos millones de visitas anuales- y el Turner era una oportunidad para saciar esa hambre. Además, el titánico proyecto de la Tate en las nuevas galerías de Bankside -la futura Tate Modern- podría ofrecer la más directa alianza entre el espectáculo cultural y el bien social. La naturaleza de Nick Serota exigía esa combinación. En el nuevo plató, los artistas interpretarían el papel a fondo. Se unirían a la celebridad buscando un sustituto a la figura paterna. ¿Quién se acordaba ya de la herencia del viejo Turner? El nuevo Padre se llamaba Saatchi. Un dato: Saatchi ya era, en 1984, un gran coleccionista de la obra de Morley...

Año 1995. Damien Hirst se lle

va el Turner con la obra Mother and Child, Divided (dos reses conservadas en una caja de cristal, con formaldehído). "El arte es como la medicina, puede curar", declaró el artista de Bristol, que aún no había cumplido treinta años. En la siguiente edición, el vídeo conquista el Turner de la mano del escocés Douglas Gordon, que en la votación final superó con creces la abismal baja calidad de la obra de la apuesta más fuerte de Charles Saatchi, el pintor Gary Hume. Gillian Wearing ganó en 1997, y Chris Ofili, el pintor de las madonninas decoradas con excrementos de paquidermo, ganó, para estupefacción de la crítica, a Tacita Dean y Sam Taylor-Wood. Fue 1999 el año de Tracey Emin y su cama para corazones nada solitarios.

Emin fue la artista que representó a Inglaterra en la última bienal de Venecia. Un caso de apostasía intelectual. Por cierto, JMW Turner, el pintor de los efectos sublimes, ha regresado de su viaje al purgatorio. Ahora descansa en paz: el Winsor & Newton Turner Watercolour Award fue finalmente instituido en 2004. Más vale tarde que nunca.

Turner Prize. A Retrospective. 1984-2006. Tate Britain. Millbank. Londres. Del 1 de octubre al 6 de enero de 2008.

Tomma Abts (Kiel, Alemania, 1967), ganadora del  Turner en 2006 con sus pequeños cuadros abstractos.
Tomma Abts (Kiel, Alemania, 1967), ganadora del Turner en 2006 con sus pequeños cuadros abstractos.AP

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