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Reportaje:La polémica del amaño de partidos

El tenis, en estado de sitio

La ATP restringe el acceso a la zona de jugadores y les sancionará si no denuncian en 48 horas las ofertas de dinero por perder

"Si se probase, eso nos convertiría en una puta sin necesidad, en una prostituta cualquiera: un deportista ya gana suficiente dinero como para hacer eso". La frase es de Fernando Vicente, tenista noble y serio, y fue pronunciada en 2003. Acababa de ganar un partido que hizo sonar todas las alarmas. Vicente llevaba meses sin una victoria. Jugaba contra Yevgeni Kafelnikov, todo un ex número uno. Y ganó. Su triunfo desató la primera gran razia contra las apuestas ilegales y los amaños en el tenis, las primeras contramedidas y una investigación que dejó claro desde el principio que Vicente no era sospechoso de nada. Cuatro años después, el tenis vuelve a luchar contra la mafia. Hay un tenista, Nikolay Davydenko, al que se investiga y sanciona "por no emplearse a fondo en los partidos". Una unidad de nuevo cuño para luchar contra el crimen. Una ley que establece los pasos a seguir en las denuncias contra los tramposos que será estrenada en noviembre. Vestuarios asaltados por la Interpol. Y un endurecimiento de todas las medidas de seguridad y vigilancia que rodean a los jugadores.

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"El uso de portátiles dentro de los límites del torneo está estrictamente prohibido", dice una nota interna de la ATP. Los voluntarios de cada torneo deben avisar al equipo de seguridad cuando vean a alguien usando un ordenador en las gradas. Se teme a los apostadores, a los que "se escoltará fuera del recinto" si no acceden a apagar la máquina. La nota dejó de ser teoría este mes: ya ha habido al menos un espectador expulsado cuando se le descubrió apostando en su portátil. No es la única medida contra la mafia del juego.

La ATP también ha reforzado sus filtros. El acceso a la zona de jugadores, conocida como el players en el argot del tenis, ha sido limitado con el objetivo de evitar que los jugadores entren en contacto con los muñidores de resultados. El asunto, sin embargo, no es tan sencillo.

"Nunca nos habían pedido nada", explican desde la organización de un torneo; "ahora la ATP solicita una lista de la gente que va a tener acceso al players y que seamos más cuidadosos y restrictivos. Lo que no se controla es a la gente a la que acreditan los jugadores. A los groupies que aparecen en los torneos. Ésos nadie sabe quiénes son".

Los jugadores tienen derecho a obtener pases con acceso al vestuario para sí mismos y dos miembros de su equipo. Además, y con entrada únicamente a la zona de jugadores, pueden obtener entre dos y tres pases más. En total, los jugadores suman unas 320 acreditaciones en un torneo importante. Ése es el punto conflictivo. La puerta por la que pueden colarse los extorsionadores y los comerciantes de información privilegiada -confidencias sobre lesiones de compañeros, por ejemplo. Con esas acreditaciones "se trapichea" amistosamente. A un tenista australiano que juega un torneo en Alemania, por ejemplo, le sobran porque allí no conoce a nadie. Y se las cede a jugadores alemanes "a veces sin saber a quién se la dan luego". Lo mismo ocurre por todo el mundo. Quizás por eso la Interpol ya ha entrado en los vestuarios.

"Hace tres años", admitió el rumano Ion Tiriac, organizador del Masters de Madrid, "me dijeron que había un austriaco en el vestuario que apostaba. En diez minutos llamé a la Interpol y a la media hora había cuatro agentes. No le encontraron. No creo que lo de las apuestas sea posible". No todo el mundo está de acuerdo. La culpa es de Internet.

"Esto viene de hace muy poco tiempo", cuenta Àlex Corretja, ex tenista y maestro de maestros en 1998; "por Internet y porque hasta ahora el tenis no movía tantísimo dinero, tanta pasta. Incluso las casas de apuestas se han dado cuenta de que es fácil, relativamente, sobornar a un deportista porque es negociar con una sola persona para que se deje ganar. Yo confío en que ninguno se vende. Es fácil dejarse tentar porque el tenis es un deporte individual, pero nunca vi a un jugador que tirara un partido. No creo que ocurra. Me decepcionaría. Yo me fío".

La ATP actúa como la policía. Se vio hace dos semanas en Madrid. El escocés Andy Murray llegó a la capital tras decir en Rusia que no le "sorprendía" el escándalo de las apuestas: "Hay tenistas que cada semana van a torneos en los que el cheque para el perdedor en la primera ronda es de 2.500 euros. Tienen que pagar sus billetes de avión y, ya saben, nuestras carreras duran diez o doce años y tenemos que hacer todo nuestro dinero mientras jugamos". Murray pronto se retractó. La ATP se reunió con él en Madrid casi en secreto. Admitió el encuentro. Y no explicó nada de su contenido.

Lo que sí se sabe es que la ATP aprobará en noviembre que los tenistas tengan 48 horas para denunciar que les han tentado para dejarse ganar. Que si no lo hacen serán sancionados. Que Roger Federer, el número uno del mundo, cree que eso es "duro" y que las denuncias deberían ser "anónimas". Y que los cuatro torneos del Grand Slam, junto a todas las asociaciones del planeta tenis, han creado una unidad de vigilancia. La unidad de la integridad, le llaman.

Hay tenistas que han admitido haber sido contactados para dejarse ganar. Ex compañeros que recuerdan cómo Kafelnikov, hoy profesional del póker, atendía a tres móviles distintos mientras se entrenaba, cómo se escapaba cada vez que podía a jugar a un casino y cómo tuvo que cambiar dos veces de hotel en Málaga "porque le perseguía la mafia". Nadie, sin embargo, ha admitido su implicación directa con la mafia de las apuestas. Y, mientras tanto, el tenis vive en estado de sitio.

Nikolay Davydenko, durante el torneo polaco de Sopot.
Nikolay Davydenko, durante el torneo polaco de Sopot.ASSOCIATED PRESS

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