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Reportaje:La lacra del dopaje

La delgada línea blanca

Desde los tiempos de Vitas Gerulaitis, en los años 70, el tenis y la cocaína viven una relación intensa que el anuncio de retirada de Martina Hingis ha vuelto a sacar a la luz

El 22 de octubre de 2001, un empleado del palacio de deportes de Basilea encontró un sobre abandonado en una mesa del restaurante de los tenistas que disputaban el torneo suizo del circuito de la ATP. Había pasado poco más de un mes de la masacre de las Torres Gemelas y el mundo vivía la psicósis de los ataques terroristas con ántrax. Así que, cuando abrió el sobre y vio que caían sobre la mesa motas de un dudoso polvo blanco, el empleado no dudó en alertar a los servicios de seguridad. Saltaron las alarmas. Se cerró el pabellón. Sólo una hora después, un laboratorio de la ciudad desactivó los miedos. El polvo no era ántrax, sino cocaína.

Fue aquélla una curiosa forma de blanca materialización de una de las leyendas negras que han acompañado al tenis y al deporte en general en las últimas décadas y que han vuelto a la primera página con el anuncio de la segunda retirada de Martina Hingis, motivada por un positivo por cocaína en Wimbledon. Hasta entonces, el abuso de la estimulante sustancia estupefaciente por parte de los deportistas de élite había quedado reducido a la condición de gancho morboso para incrementar la venta de autobiografías, como en el caso de los tenistas John McEnroe y Pat Cash, aumentado hasta el exhibicionismo que acompaña las últimas vicisitudes de Diego Maradona o al de triste protagonista en la muerte de los ciclistas Marco Pantani y Chava Jiménez y del waterpolista Jesús Rollán.

Hasta el positivo de la suiza, tres tenistas fueron sancionados por el mismo motivo
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Hasta el positivo de Hingis, cuya validez niega ella, de 27 años, otros tres tenistas habían sido sancionados por cocaína. En 1995, el sueco Mats Wilander y el checo Karel Novacek, pareja de juego en Roland Garros, sufrieron una suspensión de tres meses. En 2005, un caso clavado al de Hingis, el canadiense Simon Larose, cuyo mayor éxito fue ganar en Montreal a Guga Kuerten y que se retiró a los 26 años anunciando un positivo por cocaína que le acarreó una sanción de dos años.

"Y, sin embargo, la relación entre deporte y adicción no es una novedad", explica el psiquiatra Néstor Szerman, que ha tratado a varios deportistas con problemas de abuso de drogas en su consultorio de Madrid; "y no sólo por los posibles efectos ergogénicos de la cocaína. No es extraño que deportistas que recurren a anabolizantes esteroides para mejorar su rendimiento combatan con cocaína la depresión, la ansiedad y el mono que acompañan el fin de los ciclos piramidales en que organizan su toma. Muchos deportistas viven la contradicción de alcanzar la madurez física antes de la mental, lo que en el caso de personalidades frágiles suele conducir a la dependencia".

Por no salir del tenis, un ejemplo del primer caso sería el de McEnroe, quien en su autobiografía You cannot be serious (¿Bromea o qué?) relataba su consumo de anabolizantes y de estupefacientes en sus años de esplendor. Su ex esposa, Tatum O'Neal, en medio de una cura de deshabituación, confirmó los hechos y precisó que su verdadero vicio era la cocaína. "Se juntan dos mundos y uno potencia al otro", dice Antonio Bulbena, catedrático de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona; "el estímulo exagerado por un rendimiento extraordinario hace difuminar los límites. Si a eso se añade alguna psicopatología, como un trastorno bipolar, maniacodepresivo, la enfermedad mental potencia el problema".

Un caso de inmadurez mental, acompañado de tremendo poder físico, fue el del australiano, otro ganador en Wimbledon, Pat Cash, quien en 2002, en su autobiografía Uncovered (Revelado), cuenta cómo la dependencia de la cocaína le dejó al borde del suicidio y cómo se inició en el consumo a los 17 años. "Y, sin embargo, en teoría, la práctica de deporte es a veces un factor protector de una toxicomanía", dice Francina Fonseca, especialista del psiquiátrico del Hospital del Mar, de Barcelona; "el deportista, para rendir, necesita llevar una vida sana, incompatible con la vida social agitada y nocturna que suele acompañar al abuso. Creo que el deportivo no es el colectivo laboral que más predispone al consumo de cocaína. Son de mucho más riesgo la gente del espectáculo, los artistas, los trabajadores de la hostelería, los ejecutivos..."

Entre McEnroe y Cash, dos figuras paradigmáticas, y la cocaína hubo un nexo de unión llamado Vitas Gerulaitis, las piernas más rápidas del circuito, la melena más espléndida y rockera. El excesivo Gerulaitis, tenista neoyorquino de origen lituano que nunca rindió a la altura de su talento, murió en 1994, a los 40 años, víctima oficialmente de un ataque cardiaco. En sus años de esplendor y en el templo del Studio 54 fue, junto a McEnroe, otro rockero disfrazado de tenista, el gran animador de la noche neoyorquina y sufrió acusaciones de rey del trapicheo de la cocaína. En ese mundo introdujo a Cash. También fascinó al artista pop Andy Warhol, quien anotó en su diario cómo Gerulaitis llevaba colgada del cuello en los partidos la cuchilla de oro con que preparaba sus rayas.

La vida de Hingis, como la de otra tenista víctima adolescente de la droga, Jennifer Capriati, tiene paralelismos con la de Cash, una fragilidad disfrazada de suficiencia. A los 17 años, Hingis ganó tres torneos del Grand Slam y fue la número uno más joven de la historia. Una adolescente caprichosa que acabó desbordada.

Martina Hingis, en la conferencia en que confesó su positivo por cocaína.
Martina Hingis, en la conferencia en que confesó su positivo por cocaína.AFP

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