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Crisis en la región andina

Bolivia se asoma a la violencia y la división

Gobierno y oposición atizan el deseo de enfrentamiento de sus partidarios

Jorge Marirrodriga

"Ande, cuénteme cómo hicieron para terminar con los indígenas". Camisa blanca y vaqueros, el autor de la frase es un empresario de Santa Cruz, capital de la provincia más hostil al presidente Evo Morales. En el bando indigenista, los ánimos no están más calmados. Los ponchos rojos, la fuerza de choque de Morales, llama a librar la última batalla.

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El empresario santacruceño conduce una camioneta todoterreno blanca a bordo de la cual moviliza a una decena de hombres, amigos unos y empleados otros, que acuden a los lugares donde sospechan que los indígenas de Morales tratan de romper la huelga. En las manos hay garrotes, bajo algunos cinturones se adivinan pistolas y en sus bocas las palabras moderadas han desaparecido.

"Las fuerzas se están tensando y habrá que ver lo que sucede. Creo que ese momento está más cerca de lo que parece". Álvaro García-Linera, vicepresidente de Bolivia, advierte desde hace días en público que el clima de confrontación al que se está llegando en el país andino puede tener consecuencias impredecibles. Los dos bandos enfrentados -los que apoyan el proyecto indigenista de Evo Morales por un lado y los que defienden un Estado liberal, por el otro- día a día suben la apuesta de amenazas y gestos hostiles dando alas a los sectores más radicales que hablan de confrontación civil. En la práctica, los dos bandos miden con cautela sus fuerzas en una situación de empantanamiento de lucha por el poder, que según el propio Linera se viene dando desde los años noventa y que califica como un "empate catastrófico".

La escena del hombre de la camioneta se produjo durante la huelga general del pasado miércoles y los indígenas finalmente no aparecieron. La huelga fue un éxito pero eso no calmó los ánimos y así mientras las autoridades de Santa Cruz y otras provincias opuestas al proyecto de Morales llamaron a la desobediencia civil y convocaron una huelga de hambre indefinida desde el próximo lunes, sectores de las juventudes cruceñas pedían la compra de armas y redoblaban sus llamamientos a "defender la patria".

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Estos sectores están muy próximos a la Falange Socialista Boliviana, un histórico movimiento ultraderechista nacido en los años treinta, que ha mostrado armas en público durante algunas manifestaciones disparando al aire.

Pero en el bando indigenista los ánimos no están más calmados. Con gritos de "¡guerra civil!, ¡guerra civil!", una multitud acogió en El Alto la semana pasada las palabras del dirigente sindical Edgar Patana. "Ha empezado la batalla decisiva, la última que estaba esperando el pueblo, para poder hacerse escuchar".

Desde el Gobierno boliviano se tacha sin rodeos de "fascista" al movimiento opositor y ayer un líder indígena amenazaba con tomar las tierras de Santa Cruz "inmediatamente" si la Asamblea Constituyente fracasa. El autor de la amenaza es Ruperto Quispe, jefe de los Ponchos Rojos, una organización ancestral de la cultura aymara convertida en una de las fuerzas de choque del presidente Evo Morales y que asegura tener 100.000 miembros en sus filas.

El pasado fin de semana, los Ponchos Rojos movilizaron a 5.000 hombres camino de Sucre cuando llegaron noticias de que la ciudad se había rebelado contra la decisión de aprobar la polémica Constitución impuesta por Morales. La intervención del presidente evitó que la columna indígena pasara de los arrabales de la ciudad convirtiendo una situación límite en un baño de sangre que hasta ahora las partes enfrentadas han tratado de esquivar.

Los Ponchos Rojos -el rojo es un color sagrado en la tradición aymara- aparecieron escoltando a Morales en enero de 2005 cuando el día anterior a jurar como presidente de Bolivia protagonizó un ritual indígena en las ruinas de Tiwanaku por el cual quedaba investido del poder espiritual de sus antepasados.

Formados sólo por hombres mayores de 50 años, los Ponchos Rojos poseen una fuerte influencia sobre la juventud indígena, un hecho que no pasó inadvertido para el Gobierno, que en agosto de 2006 autorizó un desfile conjunto de las Fuerzas Armadas y los Ponchos Rojos, parada que se ha repetido este año.

Evo Morales ya los había convocado en enero pasado "a defender la unidad del país", y aunque los Ponchos Rojos hasta ahora exhiben viejos fusiles máuser de los años cincuenta, el mensaje es claro: se trata de una fuerza muy numerosa, leal al presidente y dispuesta a tomar las armas. Y en la escalada verbal no han faltado gestos de crueldad como cuando los Ponchos Rojos degollaron la semana pasada en una reunión pública a dos cachorros de perro a los que colgaron junto a carteles que rezaban "Comité Cívico de Santa Cruz (...) Representan a los perros que quieren acabar con la Constituyente", declaró el maestro de ceremonias entre los aplausos de los asistentes.

[A última hora de ayer, el presidente Evo Morales pidió a la Asamblea Constituyente que convoque "a todos los partidos" para terminar de aprobar la nueva Carta Magna, después de que los embajadores de la Unión Europea le solicitaran en una reunión que respete la legalidad y los principios democráticos, informa Efe].

Representantes indígenas sentados a la puerta del edificio del Congreso boliviano para pedir que se apruebe la reforma de Evo Morales.
Representantes indígenas sentados a la puerta del edificio del Congreso boliviano para pedir que se apruebe la reforma de Evo Morales.AP

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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