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Reportaje:Clásico

Territorios de encuentro

El flamenco ha ejercido una gran atracción para muchos músicos clásicos, creando un repertorio que sigue creciendo

En un mundo tan reacio a la inspiración del momento como el de la música clásica, donde hasta las cadencias de un concierto deben estar escritas en papel pautado porque sus intérpretes renunciaron al valor de la improvisación hace ya demasiado tiempo, el flamenco aporta una bocanada de aire fresco. Manuel de Falla, que amó íntimamente el cante jondo, buscaba esa atmósfera de libertad, esa sinceridad del intérprete, al crear El amor brujo pensando en la mítica bailaora Pastora Imperio. Hay que escuchar la primera versión de esta maravillosa gitanería en un acto, escrita en 1915 sobre el teatro de María y Gregorio Martínez Sierra y reconstruida por el musicólogo Antonio Gallego para captar en toda su grandeza el alma gitana que ilumina la obra. Josep Pons llevó al disco esta versión original, con la cantaora Ginesa Ortega y la Orquesta de Cámara del Teatre Lliure, devolviendo su coherencia argumental a la pieza. Sólo una cantaora puede transmitir de forma natural el desgarro de las invocaciones de Candela para recuperar a su amado. Falla estandarizó un poco la obra en su versión sinfónica, con la parte solista adaptada a las voces habituales del mundo clásico, soprano o mezzosoprano, pero el argumento de la gitanería se entiende menos. Cuestión de color vocal, de temperamento, de pellizco. Por ello, hasta la versión sinfónica cobra nueva vida con una cantaora. De hecho, el flamenco impregnó el universo musical de Falla, pero no como objeto de cita sino como fuente de inspiración, recreando sus giros melódicos y sus patrones armónicos y rítmicos hasta el punto de inventar una música nueva que suena inequívocamente flamenca. Algo mágico suena en sus Noches en los jardines de España, en El sombrero de tres picos, en las Siete canciones populares españolas o en La vida breve: en las escenas de la fragua, en las romanzas de Salud, en las vigorosas danzas se respiran acentos flamencos.

El flamenco impregnó el universo musical de Falla como fuente de inspiración
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El legado del ritmo

Hay una anécdota que ilustra certeramente el afán de Falla en la evocación del lamento jondo aun en contextos más ligeros. Un año antes de escribir El amor brujo estrenó en el Teatro Lara de Madrid la comedia La Pasión, otro ejemplo de su colaboración con el matrimonio Martínez Sierra. Para esta pieza compuso una Soleá para canto y guitarra, que debía interpretar la actriz Catalina Bárcena. Según su propio testimonio, citado por Antonio Gallego, estaba avergonzada porque, aunque ensayaba la copla flamenca con el propio Falla tocando la guitarra, la cantaba muy mal. No quería cantarla pero el maestro, para convencerla, le contestó. "No tiene usted que preocuparse. Así como así, en el momento que usted ya no pueda más, interrumpe la copla echándose a llorar".

Los territorios de encuentro del flamenco y la música clásica son infinitos. En el pianismo mágico de Isaac Albéniz, Enric Granados y Joaquín Turina, en los colores que bañan sus piezas orquestales y también en la honda emoción de sus canciones; en la exaltación romántica y el virtuosismo arrebatado de Pablo Sarasate; en la zarzuela, generando miles de coplas, romanzas y danzas de raíz flamenca. Centenares de partituras que evocan la atmósfera del cante jondo, la gracia infinita del baile nutren un patrimonio musical único impulsado por el aliento nacionalista de Felip Pedrell y trazado por Falla en un sendero transitado desde la generación del 27 hasta nuestros días por muchos compositores.

A vuela pluma, y dejando muchas obras y autores en el tintero, hay que disfrutar con detenimiento las canciones populares armonizadas por Lorca y también por Joaquín Nin-Culmel; las canciones de Rodolfo Halffter basadas en Marinero en tierra, de Rafael Alberti; la inspiración lorquiana que anima la obra de Mauricio Ohana; las grandes partituras concertantes, y buena parte de la producción vocal de Joaquín Rodrigo, Moreno Torroba y Antón García Abril.

El desaparecido violinista y director de orquesta Yehudi Menuhin, que defendió con pasión la influencia romaní en la música clásica, también se enamoró del flamenco y alentó el estreno en 1999 de la Rapsodia flamenca, de Juan Carmona. Hay que escuchar sin prejuicios las incursiones en el mundo clásico de Manolo Sanlúcar, de David Peña Dorantes o de Vicente Amigo -su Concierto para un marinero en tierra en colaboración con Leo Brouwer es un elocuente ejemplo- , o ese sorprendente Bach por flamenco de la pianista sevillana Miriam Méndez, un referente en el disco clásico. También en las vanguardias se respira arte flamenco. Hay que reescuchar, por ejemplo, el acierto con el que el desaparecido Luciano Berio superó el reto de orquestar las Siete canciones populares de Falla sin caer en el simple pastiche, un singular trabajo que llevó al disco el famoso tenor José Carreras. La innovadora Debla para flauta, de Cristóbal Halffter (y su estupendo Fandango) o la sobrecogedora fuerza del Homenaje a Carmen Amaya, soberbia pieza para percusiones de Joan Guinjoan, son páginas magistrales de un terreno musical que hoy exploran músicos como José María Sánchez Verdú y, de forma muy especial, Mauricio Sotelo, quien en 1999, al encomendar a dos cantaores los papeles solistas de su ópera Utopía, con libreto de Juan Carlos Marset, otorgó un nuevo y apasionante valor sonoro a los misteriosos colores de la voz y el cante jondo. Territorios alimentados por la inquietud de cantaores como Enrique Morente, un artista que transpira música y poesía, o Miguel Poveda, que ha estrenado obras de Joan Albert Amargós y Enric Palomar, que buscan nuevas vías expresivas en la influencia flamenca. -

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