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Los escritores africanos y la lengua

José María Ridao

Si la lengua puede constituir uno de los pocos criterios más o menos solventes para caracterizar una literatura, el hecho de que los autores procedan de uno u otro país o pertenezcan a uno u otro continente no pasa de ser un detalle accidental, que afecta sobre todo a la difusión y a la recepción de las obras. Al igual que en otras regiones del mundo con características sociales y económicas parecidas, los escritores africanos saben de antemano que la difusión de sus obras será difícil dada la escasez y la debilidad de las editoriales del continente. Además, las tasas de analfabetismo que padece África, por no hablar directamente de las acuciantes situaciones de miseria, reducen de manera inapelable el ámbito posible de conocimiento para cualquier literatura, no sólo la escrita por autores africanos. Sin medios para editar obras literarias de manera solvente y sin un círculo suficiente de lectores potenciales, lo admirable es que en África haya sobrevivido la vocación de los autores y, en definitiva, que siempre hayan existido y sigan existiendo autores africanos.

Tomando en consideración el pasado colonial del continente, la opción de la lengua ha estado desde el primer momento cargada de consecuencias. Durante los años decisivos del movimiento anticolonial, en torno a los sesenta del pasado siglo, la mayor parte de los análisis coincidían en destacar la desgarradora contradicción en la que estaban forzados a incurrir los autores que aceptaban expresarse en la lengua de la metrópoli, siendo muchos de ellos militantes de la independencia de sus países. En esa época se prestaba menor atención al hecho de que los diversos géneros en los que un escritor africano podía expresarse, además de la noción misma de escritor, habían llegado a través de la lengua colonial. Durante las dos últimas décadas, sin embargo, la opción de la lengua se ha interpretado en otros términos. Los autores africanos han actuado, por lo general, desde un pragmatismo que obvia algunos dilemas ideológicos del pasado reciente, y han aceptado escribir en las lenguas que más posibilidades de difusión ofrecen a su trabajo. Al mismo tiempo, se han multiplicado las obras que aseguran traducir a las lenguas del colonizador el universo que expresan las lenguas del colonizado, en concreto la tradición oral. Es como si los escritores africanos se hubiesen inclinado por exportar sus conocimientos al territorio de las lenguas europeas en lugar de importar los conocimientos que les ofrecen las lenguas europeas hacia África.

Las consecuencias de esta opción, tan legítima como cualquier otra, sobre la realidad del continente es la que han descrito algunos organismos internacionales como la Unesco: a falta de apoyo escrito en una época en que la escritura y la difusión de la escritura es el sustrato sobre el que se desarrolla cualquier proyecto, ya sea político o cultural, cada año se reduce el número de lenguas en el mundo, muchas de ellas en África. Pero también se producen consecuencias en la otra dirección, puesto que las literaturas en cuya lengua han decidido expresarse los autores africanos tienen que optar por considerarlos como parte de ellas o por caracterizarlos en un capítulo especial, recurriendo a criterios que muchas veces no son aceptables, no ya por simples razones críticas, sino también morales. Entre tanto, y mientras esta decisión no acaba de materializarse, el acceso de los escritores africanos al ámbito europeo y, por extensión, al americano, está determinado por una realidad política: depende del peso actual de las antiguas metrópolis en el concierto europeo. Mientras que Francia y el Reino Unido consiguieron abrir muy pronto las puertas de Europa a los escritores originarios de sus antiguas colonias, países como Portugal o España se retrasaron algo más, hasta el punto de que algunos autores de Angola, Mozambique, Cabo Verde o Guinea Ecuatorial siguen hoy sin encontrar el lugar que sin duda merecen.

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