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"Yo soy la Tizona del Cid"

El códice del Cantar de Mio Cid conmemorado a lo largo de 2007 no es el amorosamente conservado en la Biblioteca Nacional, sino el modelo a partir del cual se copió éste. Un monumento que ha llegado a nosotros sólo en parte. Páginas perdidas, fragmentos cegados por el uso de productos químicos, zonas repasadas por copistas del siglo XVI: los restos desesperados de un heroísmo literario que ya no podemos alcanzar.

No sólo representa al códice que posiblemente copió; está, también, en el lugar de todos los otros manuscritos que verosímilmente transmitieron, antes y después, esta obra poética inconfundible dentro de toda la leyenda cidiana. No lleva el fuerte sello del original, pero tiene el aura de una tradición desaparecida. Como toda ruina, un resto. Es, pues, observado con veneración y cuidado, exhibido exclusivamente en vitrinas en que se mantienen sus constantes vitales. Es materia orgánica, y no sólo por ser un pergamino.

Materia orgánica e histórica, es también un proveedor imparable de objetos que van adquiriendo vida propia. El último de ellos es uno de los más ilustres personajes del Cantar: Tizona, la espada que, según el poeta, el Cid arrebató a Búcar y que recientemente ha salido al mercado. Existe, en efecto, un acero que, en una de las caras de su hoja dice, en primera persona: "Yo soy la Tizona del Cid". ¿Quién mejor que la propia espada podría conocer su identidad?

Pero el debate sobre la espada física es secundario. Los informes técnicos aseguran que no se trata de una espada de siglo XI, ni, desde luego, de la espada que habría blandido el norteafricano Búcar antes de pasar a manos de Campeador, y de las de éste a otros varios personajes de dudosa existencia fuera del pergamino.

El diablo, decía Juan de Mairena, no tendrá razón, pero tiene razones. Y la espada es el hilo por el que se sacan ovillos enteros de razones. Para las autoridades de la Junta de Castila y León, vinculadas en esta aventura a varios empresarios conocidos y a la Iglesia, que quieren exhibir la pieza en la mismísima catedral de Burgos, la espada es una metonimia por la mano misma del Cid, su cuerpo físico y político, el poder que ha representado y el uso que se ha dado a este poder a lo largo de la historia. Para las autoridades del Ministerio de Cultura que rechazaron la compra basándose en los informes técnicos es una forma de decir "nosotros somos ahora irreconciliablemente diferentes del Cid, del rey que dio la espada al Marqués de Falces y nada tenemos que ver con los Grandes de España".

La espada es, con casi toda seguridad, del siglo XV, con modificaciones posteriores. No hay muchas espadas así. Tiene valor histórico, pero ese valor histórico es, de hecho, menos importante (un millón largo de euros menos importante) que el valor literario que le confiere haber sido tocada por los versos del poeta.

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