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Reportaje:La situación en el País Vasco

"Nos amenazan, pero hay que ganarse el pan"

Trabajadores del AVE vasco cuentan su situación ante el acoso 'abertzale'

"Currelas, cómplices de la masacre", reza una de las múltiples pintadas que los obreros del AVE vasco leen todos los días en las casetas del tajo. No tienen dudas sobre su autoría: "Son de la izquierda abertzale y están compinchados con mucha gente de por aquí", asegura uno de ellos, reacio a dar su nombre, como los demás. "La empresa nos ha ordenado que no digamos nada, por si los malos se enteran", se justifica.

Los trabajadores del único tramo actualmente en obras, entre las localidades alavesas de Luko y Urbina, prosiguen su labor con estoicismo y una tensa tranquilidad, pero sin olvidar las últimas amenazas de ETA al proyecto. Varios vigilantes custodian el acceso por carretera a la zona en que trabajan.

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"Han reforzado la seguridad con una empresa privada, pero si quieren venir a por nosotros, no habrá quien les pare", sentencia uno de los obreros ante sus compañeros, que le tildan de exagerado. Por encima del enorme túnel que están perforando, cuatro personas colocan una alambrada para impedir el paso.

"Estamos amenazados, pero hay que aguantarlo", se resigna otro de los presentes. "Venimos a ganarnos el pan, nada más. Intentamos que todo esto no nos afecte, pero cuando el jefe te llama para decirte que no vengas a trabajar porque hay 20 encapuchados tirando piedras, eso te hace pensar". Admite que los incidentes han disminuido desde el pasado mes de noviembre, pero advierte: "El otro día me pincharon las ruedas del coche. Vete a saber si tuvo algo que ver con esto".

La mayoría de ellos son vascos. Sobre el salario, no tienen demasiadas quejas. "Nos pagan lo que hay que pagar", ni menos ni más, y sin prima de riesgo por los altercados, precisan.

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Las empresas que ejecutan los trabajos han dado órdenes de interrumpirlos si alguien se adentra en el perímetro custodiado. "No podemos responder a ninguna provocación", relata otro de los trabajadores. "Si quieren romper algo, que lo hagan y se vayan. Imagina la que se montaría si hubiese algún herido en los encontronazos".

Txema López, del sindicato abertzale LAB, que rechaza la infraestructura ferroviaria, posee una de las viviendas cercanas. "Cargan dinamita a cualquier hora y las explosiones me están agrietando las paredes de la casa", relata. Sobre las pintadas y pedradas, dice no saber nada, aunque tampoco las condena. "¿Si son legítimas esas protestas? ¿Y lo es que nos destruyan el paisaje sin nada a cambio y sin consultarnos?", responde en el jardín de su casa.

El silencio de la mañana sólo queda empañado por el ruido de un par de vehículos y el de una larga turbina que recorre el túnel para suministrar aire. "Llevamos unos 250 metros, y eso que empezamos en octubre", apunta uno de las decenas de empleados presentes. Quedan 720 metros y unos seis meses de tarea más.

"El lío de verdad empezará cuando el túnel llegue al otro lado. En Urbina, todavía no tienen ni los terrenos", confía uno de los vigilantes de explosivos. Como a todos sus compañeros, le acompaña una pistola. "Está cargada y lista para usarse. Por si acaso".

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