La fundación y el almanaque

Fue un poeta viajero, un ser nómada, inquieto. Pasaba sus temporadas en Madrid, donde fue una época en pleno franquismo funcionario de Obras Públicas en horas libres y poeta hondo de calle, tertulias y tascas cuando trabajaba.

Buscaba el refugio en Alburquerque, en el Estado norteamericano de Nuevo México, donde fue a parar en 1972 para enseñar literatura española en la Universidad y donde conoció a Susana Rivera, su mujer, su gran amor.

Pero siempre regresaba al territorio de su infancia, al paraíso de Asturias donde se crió en el seno de una familia republicana en la que planeaba la figura de un padre maestro que murió demasiado pronto, cuando él era un niño, también la memoria de un hermano fusilado por los sublevados, otro exiliado o una hermana maestra represaliada tras la guerra e inhabilitada para ejercer... Su consuelo era una madre omnipresente, una de esas mujeres heroínas de lo cotidiano, a la que el poeta adoraba.

Por todo eso, por la huella profunda que marcaron sus primeros años en su tierra, entre sus últimos deseos dejó escrito su aspiración de constituir una fundación que velara por su obra con sede en la ciudad de Oviedo. Su voluntad ha sido ley y ya está en marcha. El Gobierno de Asturias y la sociedad civil y cultural de su región -donde fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras- ya se han puesto en marcha. Los principales responsables serán Susana Rivera, Luis García Montero y su amigo de infancia Manuel Lombardero, que arrimará el hombro con contribuciones personales: "Además de trabajar por el proyecto, quiero donar mi biblioteca, con unos 7.000 volúmenes de poesía hispana, para que quede definitivamente allí", asegura.

Lombardero compartió hace un mes su última Navidad con Ángel. En Barcelona, donde vive, en la casa donde su amigo acudía dos o tres veces al año a pasar una temporada. Jugaron sus últimas partidas de parchís, vieron sus últimos partidos juntos, dieron sus últimos paseos, depuraron sus últimos cócteles en el Boadas, con su amigo común, Juan Marsé. ¿De qué hablaba en esos días? ¿Le contaba cosas de sus nuevos poemas? "No, muy poco. Hablábamos muy poco, Ángel era muy callado. Por eso le gustaba venir, porque no se sentía agobiado. Si quería contar algo, lo contaba, pero nadie le forzaba. De los poemas me dijo lo mismo que a todos, que tenía algunos, pero que eran muy tristes", comenta Lombardero. Hablaban poco, comenta su amigo, pero estaban en contacto permanente. "Nos llamábamos por teléfono, simplemente para preguntarnos qué tal íbamos. Todos los lunes, estuviera donde estuviera, yo le hacía mi informe semanal, sobre los viejos amigos, sobre lo que había pasado en España si él estaba fuera".

Lombardero también conocía el Almanaque que estaba preparando. Era diferente a lo que ha salido en Nada grave. "Era un libro con poemas dedicados a todos los meses del año", comenta. Pero no lo terminó. Luis García Montero lo confirma: "Hay nueve poemas de ese libro y hay uno duplicado, el dedicado al mes de noviembre. Nuestra idea es completar los cuatro meses que faltan con poemas de sus amigos. Le salieron muy juguetones, completamente distintos a la negrura de los otros que dejó inéditos", comenta.