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Crónica:Mundiales de atletismo en pista cubierta
Crónica
Texto informativo con interpretación

La carrera de la fe y la pelea

Higuero sobrepasa a Casado en los últimos metros para ganar la medalla de bronce de los 1.500 metros

Carlos Arribas

Fue curioso cómo los acontecimientos se conjuraron para que a Arturo Casado, el serio, el regular, el seguro, le invadiera el desasosiego en dos días tremendos en Valencia y cómo a Juan Carlos Higuero, su compañero de habitación, de fisio y de prueba, que pasa por ser un tíovivo emocional, le sobreviniera una razón de paz espiritual habiendo hecho prácticamente lo mismo. Dos carreras de 1.500 metros: una, para entrar en la final; otra, para acabar cuarto y tercero, respectivamente. La culpa fue de una pájara del madrileño en una semifinal corrida por encima de sus posibilidades y que terminó convertido en una ruina física y mental y de un vaivén de descalificación-recalificación del etíope Deresse Mekonnen.

El sentido del cálculo no entra en los genes de Higuero. Lo suyo es remontar
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"No aguanto más la inquietud. Que me lo digan, que me lo digan. Quiero que me confirmen que soy medallista", repetía Casado durante las dos horas y media que vivió en una nube entre que terminó el cuarto la final y le confirmaron que, en efecto, había terminado el cuarto. Entre medias, la noticia de la descalificación del etíope, que había terminado el primero, por pisar fuera de la cuerda, lo que convirtió a Casado temporalmente en medallista de bronce y a Higuero, que le había superado en los últimos metros, en medallista de plata.

Sin embargo, a las 22.30, el jurado de apelación informó de que había admitido la reclamación del equipo etíope y se regresaba al punto de partida. Lo que apenas cambia el análisis de una carrera que permitió al chico de Aranda de Duero, a Higuero, añadir su nombre a la lista, larga, de la aristocracia española en el 1.500: González, Abascal, Cañellas, Cacho, Díaz, Estévez; y al chaval de Santa Eugenia, recuperar la fe en sus cualidades de gran peleón.

A sus amigos, a los que se confía de vez en cuando, Casado les suele decir que el que quiera ganarle en pista cubierta le tiene que adelantar. No es una perogrullada, y menos bajo techo, como descubrió espantado Ramzi. A Higuero, su entrenador, Antonio Serrano, le tiene enseñado que para ganar en pista cubierta las dos últimas vueltas hay que estar en cabeza o el segundo, que se puede adelantar a uno, pero no a dos ni tres. Pero, claro, ese sentido del cálculo no figura en los genes del burgalés y no parece que entre muy pronto en su comportamiento. Lo suyo es remontar. Y vaya si remonta. Ni siquiera el volumen de su amigo Casado pegado a la cuerda se lo puede impedir. Quedaron el tercero y el cuarto por razones atléticas como éstas, porque son hombres de campeonato, acostumbrados a los codazos y a los cambios bruscos de ritmo, a imponer su ley, a crear su espacio vital, y no de mítin, de carreras imposibles y limpias con liebres marcando un ritmo regular e in crescendo. A los dos les sorprendió que sus semifinales se corrieran a ritmo y a estilo de mítin; a los dos les mantuvo vivos la esperanza de que las cosas cambiaran al día siguiente, de que ninguno de los favoritos se decidiera a tirar, a hacer de liebre, para que los demás le desvalijaran en la última vuelta. "Haré una carrera reservona", anunció Casado, a la fuerza ahorcan.

Y su esperanza se hizo materia. Nadie se responsabilizó de marcar un ritmo rápido. Baba, el marroquí; Gebremedhin y Komen se turnaron en cabeza, a tirones, a empellones, al gusto de Casado, quien contemplaba la lucha desde la cola y quien a falta de 600 metros se aventuró hacia la cabeza, cuando Komen y Mekonnen, quien no sabía que podía estar corriendo en vano, cambiaron definitivamente el ritmo. Se fue tras ellos y no desfalleció. Quien me quiera ganar me tiene que pasar. Lo intentó Ramzi, de terrible final. Lo intentó al final de la penúltima recta. Y Casado, imponente, gastó su último cambio: sabía que, si llegaba a la curva delante, ni en sueños le adelantaría el marroquí nacionalizado en Bahrein, el doble campeón mundial (800 y 1.500 metros) de Helsinki. A Ramzi, el intento a destiempo, le costó la vida; a Casado, la medalla, pues Higuero, el inesperado, empezó a recoger cadáveres a sus espaldas. Primero, el de Ramzi; luego, en los cuadros, el del propio Casado, que ya boqueaba agonizante. Mekonnen y Komen ya le quedaban muy lejos.

Juan Carlos Higuero (a la izquierda) y Arturo Casado (en el centro), en el esfuerzo final.
Juan Carlos Higuero (a la izquierda) y Arturo Casado (en el centro), en el esfuerzo final.AFP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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