_
_
_
_
_
PRIMER AVISO | La lidia | Feria de San Isidro
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fugacidades

No sólo es una industria fugaz, sino también veloz: todo ocurre en un abrir y cerrar de ojos. Todo es un visto y no visto. En el toreo, un segundo es una eternidad y una eternidad puede durar lo mismo que un relámpago. La perfección y el caos dependen allí de un instante, al igual que la vida y que la muerte. Un gran reloj preside la plaza, con su exacto tictac de incertidumbre.

Decía el torero sevillano Pepe Luis Vázquez: "Torear es muy difícil, porque viene a ser como levantar un edificio sobre arenas movedizas". Sí, esa metáfora: edificios oscilantes, alzados en un momento y al instante siguiente derruidos, desplomados ante nuestros ojos... pero alzados de nuevo, de manera indeleble, en la memoria, donde perviven como fantasmagorías gloriosas que tienden a magnificarse, porque la memoria de todo aficionado no sólo es proclive a la hipérbole, sino también al perfeccionamiento de lo que pudo no ser del todo perfecto. Todo espectador taurino se miente, en fin, a sí mismo: necesita leyendas que contar. El recuerdo del aficionado implica, en suma, una corrección.

Más información
El cuento del alfajor

En 1987, en Las Ventas, Rafael de Paula le hizo una faena a un toro de Martínez Benavides que no tardó en ascender al rango de mítica. "Se me presentó el Espíritu Santo", declaró el torero. Pasaron luego la película de aquella faena en Jerez de la Frontera y un paulista cabal le dijo a Paula: "Lo del Espíritu Santo contigo tampoco fue una cosa del otro mundo, Rafael", y cuentan que el torero le contestó: "Es que el Espíritu Santo no sale en el vídeo".

Llega uno a la plaza y se convierte en espía de una realidad anómala en la que todo es magnífico y raro y atroz: un mundo circular en el que se juega lujosamente a matar o a morir. Una pantomima absurda y minuciosamente reglamentada en la que el hombre y el animal forman un solo ser: una bestia fabulosa surgida de la entraña del terror, en lucha consigo misma. Llega uno a la plaza y observa las incidencias de esa representación terrible y un punto grotesca. Y apresa con codicia esos segundos que parecen eternidades, esas eternidades que apenas duran nada, porque todo allí es vértigo. Un edificio levantado, en fin, sobre arenas movedizas.

Felipe Benítez Reyes es escritor.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_