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PRIMER AVISO | La lidia | Feria de San Isidro
Columna
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El nombre de algunas cosas

Mi abuelo me dio muchas clases de toros, pero después nunca fui a los toros, así que no sé si me han servido de algo. Lo poco que sé de toros, lo sé por mi abuelo Paco; lo poco que sé de la vida, casi que también. Mi abuelo no había leído muchos libros, pero se sabía el Cossío de cabo a rabo, y sin embargo yo, que desconozco casi todo de esta fiesta, intuyo que algunas cosas eran suyas y de nadie más. De mi abuelo aprendí cuántos nombres tienen los toros y lo distintos que pueden ser los nombres de las cosas parecidas. Aprendí que no es lo mismo reservado que reservón, mirón que atento, cuidadoso que de cuidado, intrigado que intrigón. A mi abuelo Paco unos toros se le deshacían en manos y otros le levantaban la carita distraídos o malvados; algunos tenían más en mente los muslos que el arte, y algunos humillaban para nada y otros humillaban para ir a más y otros humillaban, finalmente, sin ser humillados.

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Los había recoletos y tentetiesos, de caballo y de torero, angustiosos y angustiados, de pasito corto o para atrás, y de arranque espumoso y rajaíto, y de cautela valiente, y mirados o sin mirar, y granaderos y polvorines, y molineros y molinetes, de cuerpo y sin alma y de alma sin cuerpo, guapos pero feos y feos pero guapos, también los había de fe y de miedo, y enteros y hermosos y, en contadas ocasiones, serios y bravos. De los toreros apenas me dijo mi abuelo dos cosas que nunca he olvidado: zapatillas y muñeca. Las zapatillas en la arena, quietecitas, y el coraje en la mano. También me enseñó que del arte se encarga Dios y que el torero se encarga del sitio.

Ray Loriga es escritor.

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