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Columna
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Pero, hombre, Jose

Finalmente, un ictus cerebral se ha llevado por delante la cabeza y todo lo demás de Josep-Vicent Marqués (Valencia, 1943), licenciado en Derecho pero sociólogo de vocación. Una vocación que cumplió sobradamente en su magisterio como profesor en la Facultad de Económicas de la Universitat de València, empeñado en enseñar a los alumnos de Empresariales en qué consistía exactamente el misterio de la división de la sociedad en clases. Lo explicó con una rotundidad tan proclive a los matices que sus alumnos de entonces todavía le agradecen que les metiera en un jardín de muy amplias perspectivas del que, literalmente, no sabían cómo salir. Eso daba igual, y hablo de los primeros setenta, porque Marqués aprobaba a todo el mundo, a poco que viera brillar en sus alumnos, a los que, desde luego, frecuentaba fuera del martirio de las clases presenciales, algún destello de inteligencia, aunque fuera intermitente. Me consta que en ese terreno era de una generosidad sin límites.

Marqués se empeñó en devastar su inteligencia a fuerza de dispersarla
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No será exagerado sugerir que Marqués ha sido una de las más brillantes inteligencias de nuestra comunidad, así que pronto se cansó de su función universitaria y decidió ampliar su perspectiva vital. Fundó Germania Socialista, un grupo político medio trotskista que ancló sus raíces en un por entonces vacilante nacionalismo valencianista, dio miles de charlas de comarcas ante estupefactas amas de casa aconsejándoles algo tan insensato por entonces como la liberación inmediata de sus ataduras domésticas y de clase, lideró por un tiempo el ecologismo valenciano, el feminismo valenciano, el internacionalismo valenciano. Todo ello a extramuros de los foros universitarios y, a menudo, arriesgando su inteligencia y su energía en auténticos despropósitos, todo hay que decirlo.

Escribió bastante, quizás más artículos (fue colaborador habitual del suplemento semanal de este periódico durante algunos años, con su página Relaciones personales) que libros, pero ahí están todavía encuadernados textos inaugurales como Qué hace el poder en tu cama, volcado sin falsas vergüenzas hacia la causa del feminismo militante, o País perplex, un islote de privilegio cuyo valor se reconoce, muchos años después, en País complex, de Joan Romero y Joaquín Azagra.

Pero no es eso lo que cuenta. Marqués era un solitario necesitado de cariño y de comprensión, además de solicitar de manera tan implícita como insistente una aceptación que no siempre era factible proporcionarle. Inteligente hasta la exasperación, demandante de afecto hasta llevarte a la ruina emocional, Marqués era sobre todo un esteta que no se atrevía a ejercer de señorito porque esa actitud no cuadraba con su ideología adquirida con tanto esfuerzo, aunque sí con su carácter espontáneo. Con su muerte, desaparece en su vertiente presencial una aventura singular en nuestra cultura: un tipo raro que se empeñó en devastar su inteligencia a fuerza de dispersarla, un maestro al que daba escalofríos disponer de discípulos, un líder en potencia que machacaba sus objetivos, un tipo divertido hasta su muerte al que querré y respetaré hasta que se me lleven los demonios. No es todo, pero basta.

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