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Un precio fijo como tabla de salvación

Dos diputados de la mayoría conservadora en el poder en Francia intentan estos días modificar la ley para que la vigencia del precio fijo para libros pase de dos años a seis meses. "Los clientes consideran que los libros son caros. ¿Por qué no autorizar rebajas que favorezcan la competencia?", se preguntan.

Y encuentran respaldo en los directivos de las grandes superficies. Fijar un precio al que no se le pueden aplicar descuentos "es una medida corporativista y contraria al consumidor", afirma Edouard Leclerc, principal accionista de una red de hipermercados. "Además, poder vender a mitad de precio todos esos libros evitaría que cada año hubiera que destruir 100 millones de ejemplares", dice el diputado conservador Jean Dionis. Esa última aserción ha sido calificada por Teresa Cremisi, directora editorial de Flammarion, de una "tontería digna de alguien que se ha escapado de un manicomio".

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El pequeño librero pierde pie

El precedente de las tiendas de discos al que aluden los libreros, que se oponen a que se modifique la ley, es claro: en 1980 había 2.000 tiendas especializadas y hace cinco años ya quedaban menos de 200, sin duda muchas menos desde que se ha generalizado el comprar música por Internet. La ley que establece el precio único del libro en Francia fue votada por unanimidad en 1981. El ministro que la propuso fue Jack Lang, pero su inspirador fue el editor Jerôme Lindon, de Editions Minuit. Desde entonces, la ley, que luego ha sido considerada por muchos "la primera que tuvo en cuenta criterios de desarrollo sostenible", ha sufrido ataques de diversas clases: desde la exportación de libros a la vecina Bélgica para reimportarlos luego a un precio muy inferior, hasta ofrecer bonos de descuento, prácticas todas ellas perseguidas y multadas.

El resultado ha sido el mantenimiento de una importante red de librerías que emplea unos 13.000 asalariados. El sector mueve unos 5.000 millones de euros al año y un 20% de ese montante pasa por las grandes librerías o las especializadas -que aumenta hasta un 27% si añadimos las llamadas maisons de la presse, en las que se venden periódicos y una gama de títulos algo más reducida- que garantizan al futuro lector un catálogo rico -las grandes superficies limitan su oferta a un máximo de 200 títulos, no tienen vendedores capaces de aconsejar y no disponen de catálogo o fondo- y una cierta proximidad.

Un editor estadounidense, André Schiffrin, constataba hace poco que "en Nueva York, en la década de los cincuenta, quedaban más de 300 buenas librerías. Hoy, apenas alcanzan las 30. En París el precio único las ha salvado".

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