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Reportaje:

Einstein en la edad del pavo

Los chicos de 12 a 20 años desayunan bits y píxeles, cuestionan la autoridad y encuentran respuestas inmediatas - Son la generación más preparada de la historia

La actual hornada de quinceañeros tiene buenos publicistas. Les han bautizado como Generación Einstein. Sus defensores afirman que los nacidos a partir de 1988, que ahora tienen entre 12 y 20 años, llevan el ADN desbordado de ceros y unos; la primera que, en vez de recibir buenos consejos de sus padres, han tenido que iniciarles en los secretos del ciberespacio.

Pero, ¿eso les hace ser más listos que sus padres? ¿Son más capaces que las generaciones anteriores? Hasta su nacimiento ha sido monitorizado. ¿Cómo les marcará este indisoluble contacto con las pantallas?

El cociente medio de inteligencia ha crecido 10 puntos en cuatro décadas
"Si se corre el mito de que la informática hace bien, se venderá"
Para temas de sexo se siguen fiando de sus amigos, primos y hermanos
Cuando su hijo se interesó por el sexo él mismo le dio tres 'webs' de referencia
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Hay quien opina que la obsesión por otorgar un marchamo distinto a estos adolescentes sólo responde a la preocupación de sus padres y a la presión de un mercado global que quiere convertir al sector de la informática en el becerro de oro. "Si se corre el mito de que la cibernética hace bien se venderá", afirma Ángel J. Gordo, profesor de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense.

De norte a sur y por los siglos de los siglos, las abuelas dirán, sencillamente, que esa edad es la del pavo. Pero, para muchos teóricos, ser la primera generación que ha nacido con la tecnología puesta podría marcar la diferencia. A los pavos del siglo XXI les han rebautizado varias veces: pantalleros, Generación Messenger, Generación I (de Internet) o Generación Einstein. Dicen que son especiales. Crecieron en la sociedad de la información, acostumbrados a consumir bits y píxeles en cualquier lugar y a cualquier hora.

¿Serán más listos que sus padres? El politólogo neozelandés James Flynn analizó en los años ochenta los registros históricos del CI (cociente de inteligencia) en 20 países, y mostró que el CI promedio de la población crece entre 5 y 25 puntos de una generación a la siguiente: es el ahora llamado efecto Flynn. En España, por ejemplo, el promedio del cociente de inteligencia ha crecido 10 puntos entre 1970 y la presente década, según un estudio del psicólogo Roberto Colom, de la Universidad Autónoma de Madrid. Colom precisa que no se trata de un incremento de la inteligencia en todos los niños, sino sólo en los que la tenían más baja. Lo que influye no son tanto las condiciones externas como el acceso a la educación o a las nuevas tecnologías, sino algo más simple: la alimentación. En la medida en que todos estén bien alimentados crecerá el número de listos, hasta que todos vayan alcanzando las cotas de los mejores. No que cada vez se sea más listo, que es distinto. En la inteligencia poco pueden hacer las tecnologías, pero, para los más avispados, una buena herramienta es un tesoro.

Jeroen Boschma, un publicista holandés que acaba de publicar un estudio sobre esta generación, cuenta un ejemplo muy significativo: entrevistaba a un chico de 17 años para un puesto de trabajo. Le hizo una pregunta técnica muy difícil simplemente para ver cómo reaccionaba. El aspirante no sabía la respuesta, pero pidió un minuto para averiguarla, se metió en un foro de Internet y en pocos segundos tenía más de 100 respuestas correctas llegadas de todo el mundo.

A partir de la observación de estos nuevos jóvenes, Boschma es capaz de describir algunas características que, en su opinión, les confieren las nuevas tecnologías: cuestionan la autoridad y van a lo práctico con la información; quieren tener respuestas aquí y ahora porque están acostumbrados a eso; socializan de formas distintas, siempre basándose en los sistemas de comunicación colectivos y se han convertido en consumidores influyentes que dictan su ley a las grandes firmas.

Boschma, que trabaja en la agencia de publicidad Keesie, ha publicado en España un nuevo estudio sobre ellos. Su título sintetiza sus más que optimistas conclusiones: Generación Einstein: más listos, más rápidos, más sociables. "Lo digital subraya una diferencia respecto a cualquier otra generación y tiene unas consecuencias en absoluto baladíes", afirma Boschma. No sólo se trata de la información a la que consiguen llegar, sino de los efectos que tiene el fenómeno en las estructuras de pensamiento tradicionales. El acceso a infinitas fuentes de información contrastables ha desautorizado ante ellos a los antiguos "monopolios del conocimiento", o sea padres, profesores y medios de comunicación tradicionales. "La tecnología ha creado una brecha de incomunicación entre esta generación y las anteriores. Pero esta vez tendrán que ser los adultos los que entiendan a los chicos porque son ellos los que conocen el mundo que viene". El miedo de los profesores es que, en nuevas tecnologías, los chicos han pasado a ser los maestros. Por ahora.

Boschma aconseja que para entenderles lo mejor es preguntarles, ser humildes y aprender, y colaborar en vez de censurar. Cuando su propio hijo se empezó a interesar por los temas de la carne, él mismo le buscó tres páginas web de referencia. "La censura sólo es un camino hacia la incomprensión. Es mejor ayudarles y dejarse enseñar".

Pero Ángel J. Gordo, también experto en ciberjóvenes, alerta de que estudios como el de la agencia Keesie, el de Boschma, caen en la trampa de "homogeneizar a todos los jóvenes". Gordo publicó en 2006 el informe Jóvenes y cultura Messenger: tecnología de la información y la comunicación en la sociedad interactiva. Los datos de este trabajo contrastan con la optimista tesis del holandés. Afirma que España es el antepenúltimo país de los Veintisiete en el desarrollo de la sociedad de la información y que poco menos de la mitad de la población española accede a Internet, entre el 40% y el 43%. Según estos datos, la del pantallero es una realidad minoritaria en España. Se apunta a la tesis de que la generación cibernética es un invento del mercado. "Hay que tener en cuenta las diferencias culturales, el trabajo de sus padres. Quienes no hacen este ejercicio están negando las diferencias sociales".

En el instituto Montserrat de Madrid se puede mirar a los ojos al origen del debate. Tres alumnos y cinco alumnas de 15 y 16 años. Tratan de las preocupaciones de sus padres, del sexo en Internet y de su forma de relacionarse en el ciberespacio. Todos hablan del conocidísimo chat Messenger como si fuera de su propia voz. "En un día normal hablo con tres o cuatro personas a la vez, pero he llegado a hablar hasta con 20", cuenta Elisa.

La brecha de incomprensión se abre en la diferente manera de concebir la comunicación. "Los padres les ven como asociales", explica Jeroen Boschma, "pero a diferencia de los mayores, sus redes colectivas se extienden también y principalmente por el espacio virtual", que da acceso al mundo entero. Algo que proporcionó la televisión en mucha menor medida a los padres y con lo que no soñaron los abuelos ni en sus mejores fantasías. Nadie se atreve a decir con seguridad qué características generacionales les habrán proporcionado estos viajes por el mundo desde casa. Pero, para empezar, lo que los padres consideran estar encerrado delante del ordenador, para ellos supone un gran encuentro entre amigos, de cualquier parte.

Pero no sólo la vida social pasa por Internet. También los estudios. En España, todas las universidades están dotadas ahora de un "campus virtual" donde los profesores cuelgan los apuntes y responden las dudas de sus estudiantes.

Los padres del colegio Monserrat no son una excepción y también se preocupan. En este reducido círculo hay ejemplos de censura o, al menos, intentos de control. Henar no conoce su contraseña del Messenger. Sus padres decidieron abrirle una cuenta para tener la llave de su acceso a este chat. Los de Miguel han puesto el ordenador en una zona común, "no sé si es casualidad, pero así pueden saber cuánto tiempo estoy y dónde me meto". Clara tiene un hermano pequeño y sus padres recurrieron a un método más sofisticado. El programa Canguro.net detecta ciertas "palabras prohibidas" y deniega el acceso de las webs en las que aparecen. "Pero no podíamos entrar en ningún sitio y hace un mes que lo quitaron. Por ejemplo, no podía ver el blog de una amiga porque se llama La patata caliente". Pero para los asuntos más íntimos (sexo, fundamentalmente), ¿a quién se encomiendan? Lo curioso es que para estos temas optan por las vías tradicionales. Siguen pidiendo consejo a sus amigos, hermanos y primos. Ahora bien, son muy conscientes de que Internet les permitirá encontrar respuestas adecuadas a preguntas que se escapen del conocimiento de sus allegados. Las chicas están preocupadas por la nueva vacuna contra el cáncer de útero y varias han rastreado en la web para informarse, algo a lo que no llegan sus padres, los tradicionales guardianes de todas las vacunas.

Pura Silgo les conoce bien. Es profesora de literatura y confiesa que les ve "diferentes e iguales" a los chavales que encontró en 1979, cuando comenzó a enseñar. "Los adolescentes tienen constantes claras en el desarrollo de su personalidad: inseguridades al enfrentarse al mundo, en su manera de ver a los adultos como extraños y, a la vez, como ejemplo. El pavo es una etapa que hay que pasar y que, por suerte, siempre pasa". "Lo alarmante de esta generación es que son los primeros que pasan esta parte crucial de la vida estableciendo sus relaciones personales de una forma virtual. A menudo, se dicen en el Messenger cosas que no serían capaces de decirse en persona, algo que puede ocurrir a todas las edades, pero que preocupa en el momento en que se está formando la personalidad, porque uno puede estar creando un personaje no del todo real", explica Silgo. "Si cuando eres adolescente ya te duele mirarte al espejo, imagina si minutos antes has estado fantaseando con que eres alto, rubio y de ojos azules...".

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