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Tentaciones
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Reportaje:EN PORTADA

Alguien va a morir

ALMERÍA. Cortijo Los Frailes. Hace quince días. Los del Álamo Drafthouse -luego volveremos a ellos- celebran, por primera vez fuera de Estados Unidos, su festival anual de proyecciones de películas en sus lugares de rodaje. Y como el homenajeado es Sergio Leone, han montado el chiringo en Andalucía. Toca El bueno, el feo y el malo. Nacho Vigalondo, que ha ejercido un poco de anfitrión, está sentado en primera fila. Sillas de plástico, pantalla gigante, buena resolución. Llega la secuencia en la que Tuco (Eli Wallach) busca el oro en la tumba. Suena Éxtasis del oro, la pieza musical de Ennio Morricone. De golpe se levanta una racha fortísima de viento. La pantalla se hincha y se tensa como la vela de un barco. El viento arrecia. La pantalla llega a su límite de resistencia. La música, in crescendo. "Y entonces sólo pude pensar que morir en ese instante, aplastado por la pantalla, sería grandioso. Que la gente diría que por muchos dislates que hubiera cometido en mi vida, aquel momento era un gran final". Así es Nacho Vigalondo, superstar, según uno de sus mejores amigos, un cántabro de 30 años que media España conoce sin que haya estrenado aún su primer largometraje, Los cronocrímenes. Un tipo a veces devorado por el personaje que él mismo ha creado, y del que reconoce estar harto en algún momento.

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EL BLOG: de Nacho Vigalondo

Vigalondo, sentado en un café del madrileño barrio de Malasaña, tiene pinta de cansado. Un par de malasañeros le reconocen y le hacen fotos a través de la ventana del local. Internet es el culpable. En los últimos tres años, Nacho ha pasado de ser el tío gracioso que llegó a los Oscar, gracias a su cortometraje 7.35 de la mañana, con un dolor de muelas brutal y en chanclas, a un rostro popular, de esos que la gente se pregunta "¿Dónde he visto yo a ese?". En su blog (colgado tanto en elpais.com como en su web, nachovigalondo.com) ha hablado de lo divino y de lo humano, tanto de sus problemas para estrenar como de sus visitas a un karaoke o la ternera picante de un restaurante chino en el que comía "castigando duramente a su estómago" una vez al mes. "El problema de Internet es que no puedes esconderte. Tienes que aprender a que te den. La gente te ama o te odia sin conocerte. No es la primera vez que alguien, después de charlar un rato conmigo, me reconoce que no me parezco en nada a lo que se imaginaba de mí, que soy majo. O que me discuten que yo he dicho algo -alguna barbaridad- que en mi vida he soltado".

Vigalondo empieza a coger velocidad en la conversación. Lleva un tute de promoción. Entre otras acciones, dos días antes del fin de semana en Almería viajó a Canarias en un avión con los ganadores de un concurso montado alrededor del videojuego de la película. En el vuelo proyectaron el filme y sirvieron palomitas. "En el fondo hago cine para eso. Pedro Temboury [director de Kárate a muerte en Torremolinos y Ellos robaron la picha de Hitler] confiesa que le gustaría poner sus películas en un autobús y así observar la reacción de un público muy variopinto. ¡Claro que sí! Mi objetivo principal es no aburrir al espectador. Porque pertenecemos a una generación que ha sido público mucho antes que cineasta y sería indecente traicionar a la primera nuestro pasado. Quieres devolverle al cine algo de la magia que te ha dado".

Su pasado. La primera imagen que recuerda en un cine Vigalondo es una película de Torrebruno y Tip y Coll. "Pero no estoy seguro de que exista, no he querido ni averiguarlo". Después sí, ya tiene memoria de La isla del fin del mundo, de las trilogías de Indiana Jones y de Star wars. Sin embargo, su vocación de cineasta le llegó tarde, muy al final del instituto, en su pueblo, Cabezón de la Sal, en Cantabria. "Yo no tenía cámara. Nos juntábamos un grupo de amigos y rodábamos, por ejemplo, a un grupo de muñecos a los que tirábamos cuesta abajo sólo por el placer de verlo después". Alquilan en VHS ¡Viven!, la versión hollywoodiense de la tragedia de los Andes, en la que un puñado de veinteañeros uruguayos sobrevivieron, tras un accidente de aviación, alimentándose de los restos de sus compañeros muertos. En los extras hay un documental en el que se mezclan testimonios de los auténticos protagonistas con una recreación de lo ocurrido. "Y pensamos que aquella absurdez tenía su gracia. Nosotros hicimos algo parecido, pero en las declaraciones a la cámara la gente contaba cosas imposibles, sin sentido. Al corto, el primero que hicimos con ambición, lo llamamos Qué poco nos faltó".

Universidad del País Vasco. Allí conoce o coincide con Borja Crespo, Nahikari Ipiña, Koldo Serra (director de Bosque de sombras) y Borja Cobeaga (candidato al Oscar con el corto Éramos pocos). En Madrid, los cinco acabarán montado Arsénico Producciones. "Es una manera de sentirte más ligado a tu trabajo, de que no seas sencillamente un contratado". Y de comer: en la productora empiezan a grabar anuncios, o piezas audiovisuales para, por ejemplo, túneles del terror en parques de atracciones. Rueda 7.35 de la mañana. "A mí las cosas me surgen de un impulso, si quieres, incluso infantil. Arranqué este corto pensando que ocurriría si un musical pasara en la vida normal". Logró llegar en febrero de 2005 a los Oscar, de los que recuerda que se equivocó de calzado -usó mucho unas chancletas poco adecuadas para la ocasión- y un tremendo dolor de muelas que lo tuvo al borde del KO. Después rodó Choque -"que nació de la idea de meter una cámara en un auto de choque"-. Y le llegó el turno a su primer largo.

Los cronocrímenes casi acaba con Vigalondo. Era un guión escrito muchos años antes, repasado y meditado. "Pensé qué ocurriría si la víctima y el criminal fueran la misma persona. También recordé la estética de las películas eróticas esas que echaban en la cadena RTL, cutres y rodadas en exteriores, con tíos con bigotones. Así surgió en la cuarta versión el personaje de Bárbara Goenaga". El protagonista, Héctor (Karra Elejalde) es un tío normal que sucumbe a una tentación voyeurista "mirar de cerca los pechos de Goenaga" que arrasará con su vida. "El voyeur se castiga a sí mismo". No podemos contar mucho más, excepto que Vigalondo encarna al científico responsable de los viajes al pasado, "cosa que irrita a muchos, ¿por qué?". Reconoce que así se mezclan persona y producto. "Aunque es una manera de defender mi autoría".

El rodaje fue un infierno. Tuvieron multitud de accidentes. "El jefe de los eléctricos, Cárdenas, era el mismo que trabajó con Terry Gilliam en El hombre que mató a Don Quijote, su proyecto inacabado. Si ves el documental sobre aquel rodaje truncado, Lost in La Mancha, descubrirás a muchas personas de mi equipo como técnicos en aquella filmación. Bueno, pues Cárdenas me dijo que nosotros teníamos muchos más accidentes que Gilliam". Lo peor, un huracán "sí, un huracán en Cantabria" que destrozó el decorado. "Estuve toda la noche hundido, sumido entre la autocomplacencia, porque te sientes culpable de haber metido al personal en esa aventura, y la absurdez, un sentimiento que me acompaña a lo largo de mi vida. Pensaba, mirando al techo de la habitación, si tenía película o no. Pero al día siguiente, casualidad, había programado una rueda de prensa, y estaba llena de periodistas: la gente quería saber qué estábamos haciendo. Tiré para adelante". Y aún le faltaba el trago más amargo. El filme, acabado, no tenía distribución. A pesar de que ganó el Fantastic Fest de Austin (Tejas), que se celebra en los cines Álamo Drafthouse -los mismos tipos que organizaron lo de Almería- con la presencia detrás, como padrinos, de Quentin Tarantino y Robert Rodríguez. A pesar de la estupenda valoración que tuvo en la influyente web Ain't it cool news. A pesar de ir también a Sitges. Y del buen recibimiento en Sundance. Y de que Steve Zaillian (En busca de Bobby Fischer) adquiriera los derechos para el remake estadounidense. "El mío ha debido de ser el primer filme español comprado en Hollywood y sin distribución en España". Él mismo empieza a recibir un guión por semana desde Los Ángeles, para que ruede allí. "Lo que te dije antes: la absurdez acompaña mi vida".

Al fin, tras casi dos años de brega, Vigalondo ve acercarse el estreno comercial en España. Y esto provoca su reflexión final. "He sufrido mucho en este proceso. Nunca más volveré a ceder. Voy a mantener mi libertad hasta el último momento. Y si se pone el culo, se pone a lo grande. Tuve miedo de convertirme en un maldito. Desde fuera es una figura que mola mucho, pero cuando parece que tú mismo vas a serlo". Somos una generación de cineastas que no encajamos en esta industria. Es frustrante. En Austin nos decían que el cine español fantástico vivía una Edad de Oro. Y aquí nadie se entera. Me parece sorprendente que cineastas como Luis Berdejo o los hermanos Pastor acaben debutando en Hollywood. Somos cortos de miras. España no está pensada para relevos generacionales. Así nos va. Se piensa desde la envidia, un error descomunal, porque el éxito ajeno ayuda al propio. Sin El orfanato o [Rec], el público no se plantearía ir a ver Los cronocrímenes. Nos tenemos que defender unos a otros. El calificativo de Koldo Serra de ser una superstar... Estoy de acuerdo si uso lo de superstar para defender mi autoría. ¡Claro que hacemos arte! Hay que darle al público lo particular de cada uno, una obra que no existiría si tú no hubieses nacido. Mi película tiene la vocación de ser un momento especial en la vida de cada espectador, que nazca y crezca en su interior según vaya alejándose de la sala". Y Vigalondo respira: desde el próximo viernes eso ya puede pasar.

Los cronocrímenes se estrena el 27 de junio en toda España. www.loscronocrimenes.com

CHUS ANTÓN

CRONOGRAMA DE UN CRIMEN

Por momentos parecía imposible, pero la cuenta atrás ha terminado. Nacho Vigalondo ve por fin su ópera prima proyectada en nuestros cines. El director rememora en primera persona los diez momentos clave de este difícil parto.

El 27 de junio se estrena la película. Es la fecha perfecta para cerrar una etapa y abrir otra. Ha sido tal el cúmulo de acontecimientos que, aunque puedo recordarlos y ordenarlos de alguna manera, la visión de conjunto es imposible. Hacer cine era esto.

Junio de 2008. Hacemos un preestreno en un avión de la compañía Vueling, rumbo a Canarias, al que están invitados los ganadores del juego online. Presento la película con el telefonillo de las azafatas y en los asientos se mascan palomitas. La vida, a veces, puede ser maravillosamente absurda.Febrero de 2008. Se anuncia el remake. Steve Zaillian (American gangster) produce, Timothy Sexton (autor de Hijos de los hombres) escribe. Una semana después, Zaillian y yo desayunamos juntos en Santa Mónica, California. Me dice algo. No le entiendo. Da igual. Es Steve Zaillian. Póngame otro café, señorita. No, no tengo prisa.

Enero de 2008. Nos han seleccionado en Sundance. En un principio planeo mi maniobra de acoso a Quentin Tarantino (tenemos amigos comunes), pero después, en un ataque de madurez, me doy cuenta de que hay que ser respetuoso y dejar que el destino me lo presente cuando toque. Esa noche, casi arruino una fiesta por culpa de una borrachera estrepitosa y una máquina de humo.Septiembre de 2007. Fantastic Fest de Austin. En los fabulosos cines Álamo Drafthouse veo la película rodeado de tejanos. Es la primera vez que la veo entera, de principio a fin. Al acabar la proyección, me voy a la cama, confundido y desorientado. Esa noche, compruebo en la web del festival que es la película más valorada por el público. Y empiezo a percibir que, quizás, todo tiene sentido.

Mayo del 2007. Con la película inacabada bajo el brazo, y con el rechazo de la industria española zumbándome en los oídos, deambulo por el mercado de Cannes preguntándome en qué me equivoqué. Por la noche me miro al espejo y compruebo qué tal me queda mi nuevo uniforme de director maldito. Trago saliva.Octubre de 2006. Como si estuviésemos en mitad de un cartoon, un huracán levanta los decorados del suelo y los aplasta, a altas horas de la madrugada, en mitad del rodaje. Afortunadamente, nadie sufre ninguna herida grave. En el suelo, rebozados en barro, el guión de la película, sándwiches, focos, botes de zumo, mi carrera.Septiembre de 2006. Eduardo Carneros y los Ibarrexte dan por financiado el rodaje y empezamos a rodar en las profundidades de un bosque en Noja. Arri y Biaffra han construido una máquina del tiempo perfecta. Flavio ilumina. La primera claqueta: Karra Elejalde asomándose con sus prismáticos, muerto de miedo, desde detrás de un árbol. Muy oportuno.

Enero de 2005. Me nominan al Oscar por 7:35 de la mañana. Mi primer pensamiento es "mi vida ha cambiado", y el segundo es "me van a dejar hacer Los cronocrímenes, la madre que nos parió".

Otoño de 2004, o así. Echo una ojeada a mi guión escondido de viajes en el tiempo y descubro en mi cabeza al personaje de la chica, entre la Melanie Griffith de Doble cuerpo y la pobre Vivien Leigh de Psicosis. De repente, la película deja de ser un ejercicio puramente técnico y se convierte en un relato real acerca del deseo y la culpa. Esto es una película. Van a flipar.

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