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Columna
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Terror en Colmenarejo

Es difícil asimilar la brutal agresión de una adolescente de Colmenarejo (Madrid) a otra ecuatoriana de la localidad. El macabro documento fue grabado en un móvil y estuvo colgado varios días en Internet. Uno se restriega los ojos para percatarse de que no es un montaje moderno de Eurípides lo que está viendo. Son chicas de 14 a 16 años que no actúan en un escenario sino en la vida misma de un pueblo tranquilo, supuestamente. Una de ellas, la agresora, tiene pinta de hembrita macarra, inhumana, sádica, sanguinaria, hortera y algo machuza. Mientras da patadas con fervor a la víctima, otras cinco sílfides de su banda ejercen de Furias y Bacantes jaleando a la bestia, riendo y gritando como brujas: "¡Mátala! ¡Mátala! ¡Písale la cabeza!". Un aquelarre de ninfas despiadadas, acaso borrachas o algo por el estilo, como intentarán colar sus abogados. Eso existe aquí y ahora.

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No parece un ataque xenófobo porque en el coro de Furias había una muchacha ecuatoriana. ¿Qué pasó, entonces, en Colmenarejo? Habría que aclararlo de inmediato. Estas agresiones de adolescentes a extranjeros o menesterosos o jóvenes, grabadas y colgadas en Internet, se están convirtiendo en algo así como un inicio de plaga inquietante. ¿Quién tiene la culpa? ¿Cómo coños alguien que está empezando a vivir se puede regodear con lo más impresentable de la raza humana?

Si esas chicas son condenadas por múltiples delitos, seguramente las internarán en centros de reeducación. Allí se malearán más de lo que estaban y saldrán, o escaparán, convertidas en profesionales de la delincuencia.

¿Cómo serán esas chicas en sus respectivos centros de enseñanza? ¿Es posible dar una clase con semejantes arpías al acecho? Algunos profesores de instituto tienen más agallas que un tiburón. No es extraño que la enseñanza sea una de las profesiones que más clientes proporciona a los psicólogos y al estrés.

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