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Guerra en el Cáucaso

"En el depósito de cadáveres no queda sitio; hay miles de muertos"

Los refugiados surosetios cruzan la frontera rusa para escapar de la guerra

Pilar Bonet

"Salven a los ancianos, los niños, los heridos que están en los sótanos de Tsjinvali antes de que los georgianos los exterminen. Saquen a los muertos de allí". Zalina Tedéieva, hasta hace poco profesora en la universidad de la capital de Osetia del Sur, en territorio georgiano, quería lanzar ayer este mensaje "al mundo" desde Vladikavkaz, la capital de la Osetia del Norte rusa, donde esperaba a que los responsables de la acogida de refugiados la enviaran a alguna de las provincias del Cáucaso del Norte hacia las que se distribuyen los que huyen de los combates.

Entre 2.000 y 5.000 desplazados llegaron ayer al territorio del norte bajo la administración de Moscú.

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Miles de personas están en la misma situación que Tedéieva. La república rusa de Osetia del Norte (habitada por la misma comunidad cultural que Osetia del Sur) se ha convertido en zona bélica esta semana. Helicópteros militares llenan el aeropuerto de Vladikavkaz y columnas de carros blindados se desplazan por las carreteras y evocan el inicio de la década de los noventa, cuando la Unión Soviética se resquebrajaba y el Cáucaso era un hervidero de conflictos.

Zalina y su hija Alana, de 18 años, habían llegado por la tarde a Vladikavkaz. Eran todos ellos mujeres y niños, pues los hombres se habían quedado para "defender las casas y luchar contra los invasores". Miles de desplazados han comenzado a entrar en Osetia del Norte. "Lo peor está por llegar, porque aún quedan muchas personas en los sótanos y en los bosques", afirmaba Soslán Bagiáev, uno de los responsables de la acogida.

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"Cerca de la medianoche del día 7 comenzó un horrible tiroteo con todas las armas que uno se pueda imaginar", cuenta Zalina. "Pasamos la noche en la planta baja de mi casa y la siguiente en un sótano. Allí hemos dejado a Sonia, nuestra vecina, que sufrió muchas quemaduras cuando le cayó el techo encima durante un bombardeo. La curamos con yodo como supimos, pero no pudimos llevarla al hospital. Yo me hubiera quedado, pero comenzó un tiroteo muy fuerte esta mañana y Alana no podía resistir más, así que me encomendé a Dios y nos fuimos sin escuchar a nadie".

Nueve personas apretujadas en un utilitario recorrieron el camino de Tsjinvali a Vladikavkaz, en total 170 kilómetros si se sigue la carretera, o 195, si se sortean los pueblos georgianos situados entre la capital de Osetia del Sur y la frontera con Rusia. "Lo único que queda por lanzar sobre Tsjinvali es la bomba atómica. Todo lo demás ha sido lanzado ya", dice Zalina, y asegura que un trozo de tanque que saltó por los aires atravesó su tejado y quedó "incrustado" en su sala de estar. Antes de abandonar Tsjinvali, Alana grabó imágenes matutinas en su teléfono móvil: combatientes osetios armados y en traje de camuflaje cruzan con precaución una calle desierta y un grupo de ancianos permanecen sentados en un recinto cerrado. "No hay gas, ni agua, ni electricidad, ni funcionan los teléfonos", dice.

Visiblemente alterada, Madina Brikalovo, de 21 años, relata cómo una explosión "arrancó la cabeza" a su vecina e hirió a la madre de ésta, una anciana octogenaria. "Fuimos a pedir que se llevaran a la muerta, pero nos dijeron que en el depósito de cadáveres no hay sitio, porque hay miles de muertos". "En todos los sótanos de Tsjinvali hay gente que espera que la saquen de ese infierno", afirma. "Los georgianos han destruido la sede del Gobierno, el Parlamento, las escuelas, los centros deportivos. Lo han hecho para que no podamos volver. Sus aviones han disparado sobre el edificio de los pacificadores. Ha sido un genocidio. Es peor que en Yugoslavia", afirma Violeta Kokóieva, que compara al presidente Mijaíl Saakashvili con el serbobosnio Radovan Karadzic. Kokóieva trabajaba en el Parlamento y opina que Occidente no es consciente de su tragedia: "Confiábamos en el Consejo de Seguridad, pero el Consejo de Seguridad está del lado de los georgianos".

En Vladikavkaz, varios centenares de hombres mostraban su insatisfacción frente a la sede del Gobierno de Osetia del Norte. Los había adolescentes, maduros y ancianos, pero todos ellos querían una sola cosa: armas para ir a combatir al Sur. Las autoridades no se las daban, pero no podían ignorar del todo a los voluntarios. En Vladikavkaz se ha abierto un centro de alistamiento, que formalmente no tiene el beneplácito oficial. "Los dirigentes locales comprenden el deseo de combatir de sus conciudadanos, pero no tienen competencias para actuar al margen del Ministerio de Defensa de Rusia", reconocía un funcionario. Un número indeterminado de voluntarios se ha desplazado a Osetia del Sur, pero algunos han vuelto por las dificultades para "luchar a pelo", sin estar encuadrados en estructuras organizadas, señalaba.

"Debería encontrarse una fórmula para resolver el problema en el marco institucional", opinaba Solán Kochiev, que trabajó en la Comisión Mixta de Control, la organización -hoy paralizada- que durante años fue un marco de diálogo entre georgianos, osetios y rusos. Por la naturaleza de su misión, Solán no puede alistarse para ninguna guerra. "Mi padre, en cambio, se ha apuntado como voluntario", afirma.

Unas refugiadas de Osetia del Sur esperan en un autobús a ser registradas en la frontera rusa.
Unas refugiadas de Osetia del Sur esperan en un autobús a ser registradas en la frontera rusa.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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