Buen gusto
Protagonista las dos últimas temporadas por omisión, el Barça ha recuperado las ganas de jugar al fútbol con Guardiola en el banquillo y mantiene el nervio competitivo que sólo conceden jugadores indomables como Eto'o, delanteros que al fin y al cabo se cobran sus goles con la inmunidad. El nuevo entrenador no garantiza los títulos que demanda la entidad y su equipo difícilmente maltratará a los rivales. A Guardiola le preocupa sobre todo el juego, porque entiende que los goles son consecuencia de las ocasiones que generan sus jugadores y no de las concesiones del adversario, de manera que el técnico no asegura el triunfo sino una buena propuesta futbolística. A partir de un equipo comprometido con la zamarra, el Barcelona intentará jugar bien y ser protagonista en cualquier partido por acción y no por dimisión como anteriormente. Así que se desplegará en campo contrario con las bandas bien abiertas y los interiores arrimados al área, empujados por los laterales, siempre agresivos con el balón. Queda prohibida la especulación y no conviene contemporizar sino que se impone ir a por los partidos sin miedo, por más que el atrevimiento defensivo invite a veces al rival a atacar.
Aunque el Wisla no parece un equipo de la Liga de Campeones, el encuentro de ayer tenía un cierto riesgo, y sin embargo el Barça actuó con descaro y determinación. Habitualmente bien posicionado, el equipo pidió siempre la pelota, anduvo muy espabilado y buscó la portería contraria por dentro y fuera, poniendo un centro tras otro. Le falta aún ritmo de juego y los futbolistas aún no están compenetrados. Habrá que ajustar mejor las progresiones de Alves y defender con más tino. El equipo es tierno y la mecánica no está ni mucho menos ajustada. Nadie duda, sin embargo, de que en el Barcelona cada jugador responderá a las exigencias del puesto, circunstancia vital para armar un equipo que el año pasado acabó presa de la confusión.
La goleada de anoche expresa el respeto por el buen juego de equipo que predica Guardiola, un técnico que se alimenta del ideario de Cruyff y se inspira en la ciencia de Bielsa. Al entrenador le mueve un entusiasmo contagioso. Peleado con el oportunismo, la llegada de Guardiola al banquillo no es el anuncio de una victoria segura sino el certificado de que el futbolista recuperará el amor por el oficio.