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Catástrofe aérea en Madrid | Las familias de las víctimas

"Quiero que me den a mi hija... y que sea ella"

"¡Quiero que rueden cabezas, que paguen los que han hecho esto!". El grito de una mujer vestida totalmente de negro retumba en el hall del Hotel Auditórium de Madrid. Los familiares de muchos de los fallecidos del vuelo JK5022 llevan tres días esperando respuestas sin apenas salir de este hotel de las afueras de Madrid. Están muy cansados. La situación cada vez es más difícil y el ambiente más denso.

Un hombre solo, pegado a un móvil, llora sentado en el suelo y apoyado en una columna. Alrededor de sus sollozos otras familias caminan arriba y abajo, esperan o se consuelan mutuamente. Ayer, muchos de ellos asistieron a una misa católica celebrada en el salón que las propias familias han habilitado para reunirse. Allí, entre cafés, tes y manzanillas, hablan de los últimos datos sobre el accidente. "¿Sabes que han cambiado el nombre del vuelo del accidente?", dice un chico. Todos esperan. Aguardan a que pasen las horas y llegue la llamada que avisa de la identificación del ser querido.

"Yo quiero que me den a mi hija, y que sea ella de verdad", dice la madre de Patricia Morillo, fallecida en el accidente a los 27 años. Todos han oído hablar de que las identificaciones son lentas y complicadas, pero no pueden esperar más. Sólo quieren volver a casa con los suyos. "No me interesan las indemnizaciones. Tampoco saber qué pasó. Eso ya se verá. Nadie va a devolverme a mi niña", suspira la madre de Patricia apoyada en su marido.

En el salón que utilizan las familias, el cura de una parroquia cercana se ofrece para dar consejo y escuchar. Hay decenas de voluntarios dedicados sólo a eso: consolar al desconsolado. El catálogo de primeros auxilios de la Cruz Roja recomienda ofrecer compañía y ayudar. "No les cuentes otros sucesos similares que conozcas, el suyo es el único en este momento".

No lo logran. Las familias no encuentran consuelo. Esperan información y a sus muertos. Hablan de crear una asociación. Una idea que cada día cobra más forma. Es el tercer día después de la catástrofe y todos tienen cada vez peor cara. Junto a los tés y los cafés de la sala que usan, los platitos con bollería y pastas dispuestos por el hotel tardan en desaparecer.

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