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VARIACIONES GOLDFINGER
Columna
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Saberlo todo

En mayo de 1963, el cantante Héctor Juan Pérez Martínez llega a Nueva York desde Ponce, Puerto Rico. No tarda en conocer a la que algunos llaman "peor orquesta de la ciudad" (y era mucha ciudad), una formación liderada heroicamente por un chaval de 15 años de nombre Willie Colón. Así, el que a partir de entonces se llamará Héctor Lavoe, el neoyorquino Colón y los músicos de esa banda sin prestigio se conjurarán en el propósito de alcanzar "algo nuevo

...". Toman la pequeña formación con dos trombones propia del sonido hispano en la metrópolis, se aferran a las formas populares boricuas, añaden una fuerte carga africana y deciden trasladar las vivencias y la atmósfera del Spanish Harlem y del Bronx. "Desde el Barrio para el Barrio". En nueve elepés que van desde la eficacia, el ingenio y la diversión a la grandeza, Willie Colón cerró la boca de todo aquel que se hubiese burlado de él poco antes. No hay duda de que su aportación a ese "algo nuevo..." fue fundamental. Sin embargo, y eso ya es leyenda, gran parte del mérito debe atribuirse a quien pasó de Pérez Martínez a Lavoe y fue llamado La Voz. Un cantante que, por carisma y talento, se hallaba más allá de modas y estilos. ¿Cómo es la voz de La Voz? De hecho, con su timbre sustituía al trompeta de la banda: un fraseo maleable, impredecible, y una potencia herida, salvaje y exquisita al mismo tiempo. Ese supuesto don estaba inspirado, además, por una cualidad que sobrepasa los límites de la música para invadir el teatro. Me refiero al modo de interpretar las canciones que se cantan, La Voz dice y se recrea con una seguridad y un brillo pasmosos. La música recibe un soplo distinto, original, irrepetible.

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A ojos del mundo, Héctor Lavoe vivió una tragedia: fama borrascosa, drogas, chulería y desgracias sin fin que acabaron de mal modo en 1993. Nada de eso quiere recordar Willie Colón en unas declaraciones recientes. Sólo destaca el portento vocal y aquello que más le sorprendió en Lavoe: el enciclopédico conocimiento del arte de otros cantantes. Gardel, Santos, Ramito, Chuito el de Bayamón, Bobby Capó, Beny Moré... Lavoe lo sabía todo. Todo lo había escuchado y asimilado. Si a eso añadimos un continuo trabajo y un constante estado de alerta ante la gente y las situaciones, no tarda en llegar el estado de gracia del que inspira y destaca.

Ese absorber y depurar todo, esa curiosidad ferviente, es la marca de todo artista verdadero y es el punto que se suele eludir cuando hay que reforzar el mito del genio. Pero el logro no surge por generación espontánea. Los grandes saben mucho de casi todo lo que les concierne. John Coltrane era famoso entre sus compañeros por su absoluto conocimiento de la música popular norteamericana. Y esta anécdota de Charlie Parker es definitiva. Cuando estaba en un bar, y solía, Parker se encaminaba una y otra vez a la máquina de discos. Conocido por su excentricidad, la relación de Parker con el juke-box pasaba de la raya. No hacía más que programar una y otra vez canciones de country. Otros músicos no podían explicarse aquello sino como tomadura de pelo. ¡Country! ¡El Ku-Klux-Klan con un banjo y un violín en Paletolandia! Al darse cuenta de que su actitud provocaba estupor, Charlie Parker paseó su indignación por la sala y exclamó: "¿Qué pasa? ¿No escucháis la letra? ¡Escuchad la letra!". De ahí que me pregunte: ¿por qué esa obsesión con las letras de country en alguien que se las arreglaba estupendamente sin palabras? La respuesta: eso es el genio. -

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