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EN PORTADA | Reportaje
Columna
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Cultura y Depresión

José Luis Pardo

No sé por qué, estos días de gripe me viene constantemente a la cabeza este texto de Walter Benjamin, escrito en plena Gran Depresión y ya con el pálpito de la inminente guerra mundial, pero referido a la indigencia cultural de ese momento histórico, un momento en el cual aún los libros parecían representar un depósito de sabiduría del cual los hombres podían echar mano, gracias a la tradición, en tiempos de crisis: "Una pobreza totalmente nueva ha caído sobre el hombre al mismo tiempo que este enorme desarrollo de la técnica (...). Sí, confesémoslo: nuestra pobreza de experiencia no se debe solamente a que seamos pobres en experiencias privadas, sino que se trata de la experiencia de la humanidad en general. Es una forma nueva de barbarie". Supongo que será una consecuencia de la situación económica, de las amenazas bélicas que se perfilan en el horizonte y de la oleada de tristeza que ya los críticos culturales venían detectando en la atmósfera fílmica, musical y narrativa de los últimos meses, pero se me ha ocurrido una pregunta enloquecida y disparatada: ¿y si en el mundo de la cultura sucediera como en el de los negocios, que estuviéramos jugando con valores puramente especulativos y elevando artificialmente en la bolsa del espectáculo el precio de unas mercancías muy averiadas y poco fiables? Sé que es una hipótesis descabellada, pero la culpa de estas ocurrencias no es solamente de la gripe o de la nostalgia, sino de todos los propagandistas que llevan años jaleando el "valor económico" de los bienes culturales, y que han insistido hasta hacer de la cultura un área de negocios comparable a cualquier otra y medible por el rasero común a todas: por los millones que mueve (expresión que he de reconocer que siempre me causa gran desazón, porque me imagino a un señor de traje oscuro moviendo penosamente una masa de maletas llenas de billetes de una parte a otra del mundo y sin saber en absoluto para qué). Mira que si -me decía yo en mi delirio- hubiésemos inflado engañosamente el valor de algunos productos de cultura mientras veíamos disminuir la importancia del escaso patrimonio de obras que representan una experiencia de vida y encierran una genuina riqueza de saber acerca de la existencia humana; ¿qué pasaría si un día explotase la "burbuja literaria" o cultural en general y la bancarrota de las grandes fortunas amasadas a fuerza de créditos volátiles, éxitos fáciles y ganancias rápidas sin respaldo real arrastrase en su caída lo poco que habíamos conseguido salvar de escrituras y trabajos sustentados en una labor artística e intelectual verdaderamente resistente a los vendavales del mercado de las letras y las artes? Porque, hasta donde yo sé, no hay ningún fondo de garantía de depósitos culturales. Un par de aspirinas después, he regresado aliviado a la realidad. Me he acordado de la cámara acorazada del Instituto Cervantes, he conocido el informe de Álvaro Marchesi sobre la calidad de nuestras instituciones de enseñanza, me he enterado de que el Festival de Sitges ha dado un premio a Jean-Claude Van Damme y de que las secuelas de El código Da Vinci están aseguradas en nuestro país para otras dos décadas. No cunda el pánico, pues, y no corran a las librerías a retirar lo poco de valor que quede en ellas, no sea que tengan que cerrar ante la demanda de Kafkas.

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Oleada de tristeza

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