_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Capitalismo gris

Joaquín Estefanía

El pasado fin de semana tuvo lugar en São Paulo (Brasil) una reunión de ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales del G-20 para preparar la cumbre de Washington del próximo sábado, que tiene que iniciar la reforma del sistema financiero internacional. Más allá de las declaraciones públicas, hay dos hechos que conviene subrayar de lo ocurrido en São Paulo: que los países BRIC (acrónimo de Brasil, Rusia, India y China) irán a la cumbre con una postura común, lo que desplazará el poder tradicional de Estados Unidos y de los países más desarrollados en este tipo de conciliábulos; y que España no estaba presente en Brasil, lo que es una demostración más de que habrá de articular una metodología que no existe para participar con permanencia en esas reformas que se persiguen, más allá de que Zapatero se haga la foto junto a los demás mandatarios en Washington.

La aportación de España en Washington tiene que ver con lo que se ha mostrado sólido: la fortaleza del sistema financiero
Más información
La banca pide a Zapatero más control del sistema financiero internacional

La cumbre de Washington (G-20 ampliado) no es más que el arranque de un proceso. Mientras éste no se desarrolle en el seno de la ONU sino de cualquiera de las formaciones G existentes, España estará en precario al no pertenecer a ninguno de esos clubes privados de países que se cooptan entre ellos. No se ha dado el caso de que un país abandone una formación G y sea sustituido por otro que le adelanta en riqueza o representatividad; si se incorpora otro país, aumenta el número de participantes y la formación G cambia de número (por ejemplo, el G-5, nacido en 1975, devino en G-7 diez años después, y más adelante en G-8 para que entrase Rusia).

La aportación diferencial de España al debate de Washington tiene que ver con aquello que hasta ahora se ha mostrado más sólido en nuestra economía: la fortaleza del sistema financiero a la luz de un sistema de supervisión y de provisiones preventivas que ha tenido continuidad en el tiempo, con independencia de quién mandase en La Moncloa.

Ese sistema se ha residenciado, sobre todo, en el Banco de España: Miguel Ángel Fernández Ordóñez, su actual gobernador, ha controlado bien este periodo de turbulencias, pero su prestigio recoge también el de sus antecesores, Jaime Caruana, Luis Ángel Rojo o Mariano Rubio, etcétera.

Es de suponer que el Ministerio de Economía, el Banco de España y quizá la Oficina Económica de la Presidencia estarán elaborando a marchas forzadas las especificidades que va a defender España en Washington, en el seno de la postura común de la Unión Europea. Esta suposición se complementa con una realidad: la factoría Caldera (la Fundación Ideas, que dirige el anterior ministro de Trabajo) ha encargado, por mandato del presidente de Gobierno, un documento con la misma finalidad a un grupo de expertos, algunos de los mejores economistas que trabajan en instituciones privadas y en la universidad.

El marco en el que laboran es el de potenciar el papel del FMI como supervisor global -una especie de Banco Central Mundial- mejorando su representatividad; articular las acciones de ese organismo, nacido en Bretton Woods, con el más moderno Foro de Estabilidad Financiera (en el que tampoco está presente España); mejorar las normas contables y de capitalización financiera; regular las actividades de las agencias de calificación de riesgos que, actuando hasta ahora bajo el mantra de la autorregulación, han causado un estropicio en las finanzas mundiales, confundiendo los activos de buena calidad con los más tóxicos; eliminar las zonas de sombra y los productos fuera de balance que tanto se han multiplicado en la última década (el capitalismo gris); un código de conducta para los ejecutivos de las entidades financieras, muchos de los cuales se han enriquecido exponencialmente mientras al tiempo causaban la ruina de los accionistas que los habían contratado, etcétera.

La cumbre de Washington tiene un límite que no ha de sobrepasar: no puede ser un fracaso, so pena de incrementar la sensación de desconfianza insostenible que es la principal característica de la coyuntura. Se debe denunciar a quienes -como ya ocurrió en la crisis de los noventa- desde posiciones liberales se hicieron socialistas para salvarse de la quema... y volvieron a ser liberales en cuanto pasaron las turbulencias. Ya están preparándose para la nueva contorsión.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_