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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Ciudad mutilada

Diego A. Manrique

Experimentamos estos días otra "tormenta perfecta": un ataque de histeria colectiva, catalizado por medios sensacionalistas y gobernantes oportunistas. Para lectores de fuera de Madrid, recordemos la secuencia. Una gresca en una discoteca provoca la muerte de un chaval con apellido conocido. El local es cerrado inmediatamente pero aquí todo se politiza, dentro de los miserables parámetros de la política local, marcada por las luchas fratricidas del PP.

El alcalde está missing pero la zarina de la Comunidad, Esperanza Aguirre, se materializa con gesto compungido en un "homenaje" al difunto y promete controlar a los porteros de locales nocturnos. Vapuleado por sus enemigos habituales, Gallardón saca las zarpas: clausura cuatro salas -But, Macumba, Moma, La Riviera- que, se nos explica, se hallan en situación irregular.

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La música de La Riviera, en el aire

Hace tiempo, estuve relacionado con un club madrileño. Fui, supongo, eso tan sospechoso: un "empresario de la noche". En dos años aprendí lecciones importantes. Primera, que era una ocupación de alto riesgo: mucho dinero, demasiadas tentaciones. Segunda, que la regulación administrativa de los negocios nocturnos pertenece a los más profundos arcanos.

Incrédulo, escuchaba que casi todos los locales funcionaban en la frontera entre lo legal y lo ilegal: siempre faltaba un permiso, una firma, una revisión. Se necesitaban contactos en el Ayuntamiento, capacidad incansable para entablar recursos y -aquí entramos en territorio mítico- unos sobres entregados a la persona adecuada.

No digo que estas actividades sean inocentes. Una discoteca, un bar de copas, un local de conciertos concentran mucha testosterona alterada; además, pueden convertir la existencia de los vecinos en un infierno. Pero también refuerzan el equipamiento cultural de una ciudad contemporánea. Respecto a la música pop, Madrid tiene carencias extraordinarias y no entremos en los agravios comparativos con la música culta o los espectáculos deportivos.

Créanme: Madrid puede tener ínfulas de ciudad olímpica pero asume el tercermundismo en estas cuestiones. Así, carece de espacios de capacidad media -entre 2.000 y 4.000 personas- para acoger conciertos con comodidad y buena acústica. El cerrojazo a La Riviera -con su fealdad y sus deficiencias- atenta contra la cartelera cultural de Madrid.

Un local con solera, además. Históricos como Cachao y Bebo Valdés animaron La Riviera al principio de los años 60. Allí pudimos disfrutar de Dylan, Van Morrison y bastantes de esos artistas que ahora consiguen millonadas de promotores institucionales, empeñados en traer algo de brillo a localidades fuera del circuito.

Imagino que alguien hará ver al ambicioso edil lo contraproducente de sus medidas. Una vez aterrorizado el sector, quizás se eche atrás, para colgarse una medalla de "buen rollo". Como Fidel y Raúl Castro: cada poco, hacen un barrido y enchironan a unas docenas de disidentes. Cuando reciben visitantes ilustres en su pobre Cuba, sueltan a unos cuantos presos políticos. Y reciben aplausos por su magnanimidad.

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