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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Terrorismo arrojadizo

India necesita un profundo autoexamen antes de utilizar la matanza de Bombay contra Pakistán

Con elecciones generales a la vista, la carnicería terrorista de Bombay -casi 200 muertos en tres días de locura- puede quedar de puertas adentro en una nueva exhibición retórica por parte del Gobierno indio. Pero de puertas afuera existe el riesgo de un serio paso atrás en las casi siempre agónicas relaciones entre Delhi y Pakistán, a quien India culpa de amparar a los asesinos.

Sólo un miembro del comando islamista permanece vivo y la policía india no ha detenido, una semana después, a un solo sospechoso. La dimisión del ministro del Interior es, por el momento, el único signo de conmoción política en un Gobierno que ha vuelto a exigir a Pakistán que le entregue a una veintena de terroristas supuestamente refugiados en el país vecino. Islamabad ofrece por su parte una investigación conjunta sobre los acontecimientos de Bombay. Unos y otros, tan lejos como cuando hace cinco años decidieron iniciar un plan de acercamiento, esperan la llegada hoy a Delhi de Condoleezza Rice para calmar los ánimos de los dos aliados de EE UU.

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La punzante realidad es que el extremismo islamista de raíces locales ha sido banalizado por la incompetencia de los servicios de inteligencia y seguridad y por su politización a ultranza por los dos grandes partidos indios. El gobernante Congreso rechaza la posibilidad acogiéndose a la teoría oficial según la cual los casi 140 millones de musulmanes indios están plenamente integrados. La muy inquietante oposición hinduista de Bharatiya Janata predica, por el contrario, que aquéllos son la fuente exclusiva de terrorismo, olvidando los mil muertos de Gujarat en 2002. La demagogia de ambos bandos ha dejado al gigante asiático inerme ante un fenómeno alarmante.

Delhi nunca ha cuestionado su propia ineptitud, ni ha hecho los cambios necesarios para combatir una amenaza que se ha cobrado casi cuatro mil vidas en cuatro años. Y ya no sirve la respuesta habitual de acusar al inestable paraíso terrorista paquistaní de urdir y perpetrar cada uno de los grandes atentados que sacuden el país. Más allá de su intrínseco horror, la nueva matanza de Bombay no debe envenenar hasta un punto de no retorno las relaciones siempre en el filo entre India y Pakistán. Lo último que necesita la bomba de relojería de Asia central es el regreso a la guerra fría de dos enemigos históricos en posesión del arma nuclear.

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