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Reportaje:DIOSES Y MONSTRUOS

Tan joven y tan sabia

Carlos Boyero

No tengo claro si Kate Winslet es pelirroja o rubia, no posee un físico espectacular, tiene apariencia de ciudadana anónima, no te llamaría particularmente la atención si te la cruzas en la calle. Sin embargo se transforma en el personaje que le da la gana cuando la filma una cámara, le otorga credibilidad, sentimiento y magnetismo a la tipología más variada. Tiene el ritmo y la gracia que exige la comedia y una capacidad proteica para dotar de complejidad a la tragedia, expresa lo máximo con lo mínimo, muestra y sugiere, desprende sensualidad, se mueve con la misma soltura en el cine de época que en la modernidad, puede ser transparente o misteriosa, intensa y sobria, luminosa y sombría. Pertenece a esa raza de actrices que siempre justifica que pagues la entrada aunque la película sea un desastre, que te va a regalar sensaciones, dotada de un halo, una fuerza expresiva y una veracidad que te enganchan permanentemente.

Tiene el ritmo y la gracia que exige la comedia y una capacidad proteica para dotar de complejidad a la tragedia
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Kate Winslet vuelve a imponerse a Penélope

La imagen de esta señora portando en una mano el Globo de Oro a la mejor actriz protagonista por Revolutionary road y en la otra el de mejor actriz secundaria por The reader no supone un abuso de galardones sino la evidencia y el justo reconocimiento a una actriz superdotada, a alguien que hace inmejorablemente su trabajo. Su arte, el don para meterse en la piel y en el corazón de una galería de personajes memorables.

No existe ninguna actriz de su edad (acaba de cumplir 33 años) que haya recibido tantas nominaciones al Oscar, incluida alguien tan ancestralmente familiarizada con la anhelada estatuilla como Meryl Streep. A Kate Winslet se le quedó careto de circunstancias al constatar que se le escapaba el Oscar en cinco ocasiones. Interpretando con romanticismo del bueno a la heroína de Titanic, a la dama victoriana, rural y enamorada de Sentido y sensibilidad, a la joven y confusa Iris Murdoch en Iris, a la hastiada y adúltera ama de casa de barrio residencial que ve pasar la vida desde los parques en la demoledora Juegos secretos, a la excéntrica y problemática novia del deprimido Jim Carrey en ¡Olvídate de mí! Para compensarla de tanta derrota, el destino tal vez se vuelva racional y ecuánime y le otorgue este año el Oscar por partida doble, algo tan insólito como merecido. Si eso ocurre, esperemos que esta actriz irreemplazable no considere que ya ha alcanzado su lugar en el sol y decida jubilarse de los rodajes. Hay precedentes. Greta Garbo lo hizo. La extraordinaria Debra Winger desertó enigmáticamente del cine cuando éste le ofrecía los guiones, los directores y la pasta que ella impusiera. Las diosas precoces son imprevisibles.

La imagen de esta actriz inglesa recogiendo esos trofeos que reivindican pública y académicamente su enorme talento te hace recordar la maravillosa tradición de ese país para alimentar continuamente al cine y al teatro con una catarata de intérpretes excepcionales. El mejor cine que ha existido se parió en Estados Unidos aunque fuera realizado por directores de cualquier parte, pero resulta obvio que nadie puede quitarle a Inglaterra el renovado honor de disponer de los más grandes actores y actrices del mundo. A lo mejor, la culpa de ello la tiene un tal William Shakespeare, la necesidad de los cómicos a través de la historia de estar a la altura de los textos y de los personajes más grandiosos y complejos que alguien escribió para que ellos los representaran.

Hagamos memoria sobre lo evidente, ciñéndonos exclusivamente a las actrices inglesas. Allí nació Vivian Leigh, aunque esas señas de identidad no le impidieran componer con autenticidad y encanto a una princesa sureña que evoca lo que se llevó el viento o a una frágil y coqueta señora de Nueva Orleans que no puede subirse a un tranvía llamado deseo. Y Julie Christie, una forma de ser y de estar irrepetible, una mujer con mayúsculas de la que estuvimos enamorados todos los hombres con buen gusto. Y la sutil y penetrante Deborah Kerr. Y la abrasiva Glenda Jackson, actriz de carácter, con capacidad para borrar de la escena a los machos más curtidos. Y la imperial Vanessa Redgrave, cuya presencia puede levantar cualquier ruina. Y la inquietante Judi Dench. Y la versátil y deslumbrante personalidad de Helen Mirren. Y la andrógina y turbia Tilda Swinton. Y la modélica Emma Thompson, asociada al género de refinada, tortuosa o lírica campiña inglesa en los principios del siglo XX, pero que también resulta brillante y verosímil en cualquier otro registro, una actriz que desprende inteligencia y profundidad en cada personaje al que da vida. Mi amada Audrey Hepburn, o sea: la elegancia, el estilo, la femineidad sublime, la chica de la luna, nació accidentalmente en Holanda y su carrera está asociada a Hollywood, pero su educación y su formación profesional es inequívocamente inglesa. Y la siempre impecable Maggie Smith. Y muchas más que mi ya débil memoria imperdonablemente olvida. Pero no sólo son excelsas las actrices de primera fila. También las eternas secundarias. Hasta las extras con frase y sin ella resultan convincentes, sin sombra de impostura. Kate Winslet no responde a la excepción o a la casualidad. Es la heredera de una casta admirable. -

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