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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Lehendakari' al 'sprint'

Pugnan hoy la popularidad de Ibarretxe como líder nacionalista y el mayoritario deseo de cambio

Aunque lleva tres décadas gobernando, el PNV nunca ha tenido mayoría absoluta en el Parlamento vasco. En las dos primeras legislaturas pudo gobernar en solitario gracias a la voluntaria ausencia de la Cámara de los electos de Herri Batasuna. Tampoco el tripartito de Ibarretxe ha contado nunca con mayoría absoluta: en 1998, Batasuna (entonces Euskal Herritarrok) completó mayoría tras un pacto de legislatura; y en 2005, el PCTV, su nueva marca, le prestó dos de sus nueve votos para sumar uno más que Patxi López. Ibarretxe también contó con votos de Batasuna y sucesores para aprobar el plan que lleva su nombre y más recientemente su famosa consulta.

En ausencia de ese refuerzo potencial, por la anulación de sus listas, las elecciones de hoy se presentan como una pugna entre dos posibilidades: mayoría absoluta de los nacionalistas (incluida la IU de Madrazo), o mayoría absoluta de los partidos no nacionalistas. Fórmulas de gobierno hay varias, pero siempre partiendo de una de esas dos posibilidades. Las expectativas de éxito de la primera se apoyan en la indudable popularidad de Ibarretxe, y las de la segunda, en el deseo mayoritario de cambio que también constatan los sondeos. Son dos aspiraciones contradictorias porque no puede haber cambio con Ibarretxe de lehendakari.

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El PNV no renuncia a la tensión identitaria y soberanista, pero sabe que las elecciones se ganan desde el autonomismo de la mayoría. Por eso, Ibarretxe ha desplegado una campaña de la que ha apartado (o reformulado en términos menos afilados) sus propuestas más radicales; pero para alcanzar la mayoría absoluta tendrá que pactar con partidos ahora abiertamente independentistas, y en particular con EA, que ha renunciado a ir esta vez en coalición con el PNV; y que si obtiene menos que los siete escaños que le garantizó su presencia en esa coalición se verá tentado, para justificarse, a condicionar su apoyo a Ibarretxe con una exigencia de mayor compromiso soberanista.

La campaña de Patxi López ha intentado presentar a Ibarretxe como obstáculo al cambio deseado por la mayoría, y a sí mismo como garantía de una política más sosegada: que no divida a la sociedad con propuestas extremas. Ha expresado su disponibilidad a pactar con todos, a plantear propuestas compartibles por nacionalistas y no nacionalistas y a sustituir el enfrentamiento con el Estado por la búsqueda del acuerdo. Pero para llevar a la práctica esa política necesitaría el apoyo del PP, al menos para la investidura, lo que es interpretado por Ibarretxe como prueba de contubernio para desplazarle a él, lo que a su vez identifica con voluntad de desplazar a Madrid el centro de decisión.

Argumento que por una parte constituye una versión más pragmática del derecho a decidir pero que confirma, por otra,la vigencia de la doctrina que considera forasteros a los que no comparten la fe nacionalista. Las urnas indicarán hoy si pesa más la identificación con esa forma de ver las cosas o el cansancio ante ella.

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