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Alerta sanitaria

"Fui al médico por unas ronchas y acabé aislado en el Carlos III"

Un joven relata su experiencia como 'sospechoso' de padecer la nueva gripe

Elena G. Sevillano

Ahora que ya está fuera y ha vuelto a su trabajo, se lo toma a guasa. Dice que ha sido hasta divertido, pero a E. S., periodista de 30 años, nadie le quita los tres días que pasó encerrado, sin recibir ninguna visita, en el hospital Carlos III de Madrid, el centro en el que han sido ingresados todos los casos sospechosos de contagio en la comunidad. Tres días de termómetro, pastillitas de Tamiflu y visitas relámpago de médicos y enfermeras "vestidos como cazadores de alienígenas". Entró el martes y le dejaron marchar el viernes, cuando, del aburrimiento, "ya tenía ganas de romper la ventana". Los análisis dieron negativo.

Todo empezó con una inocente visita al médico de cabecera por unas ronchas en la espalda. "Sabe que viajo mucho por trabajo y me preguntó dónde había estado últimamente". Fue decir México y cambiarle la cara. "¿Has tenido fiebre?", le preguntaron. "Sí", contestó el periodista. Fue directo al hospital Clínico para que le hicieran unos análisis de urgencia. La enfermera ya le puso una mascarilla. "Trajeron un calendario para ver qué día había tenido fiebre". Estaba dentro del plazo de los 10 días de incubación del virus. "Ahí, aunque yo entonces no lo sabía, activaron el protocolo".

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Llegó una ambulancia y dos sanitarios "completamente cubiertos con bata, guantes, gafas de ventisca, gorro, mascarilla tipo Darth Vader..." Al llegar al hospital Carlos III lo condujeron a la que sería su habitación, en la tercera planta. "Los pasillos estaban llenos de gente y todo el mundo me miraba con cara de pensar 'y a éste qué le pasa'. Iba tranquilo; estaba convencido de que me harían más análisis y me iría a casa". Todavía no conocía el protocolo. Un médico le informó de las normas: 48 horas aislado, Tamiflu y nada de visitas. "Puse cara de 'no me jodas' y me dijo que podía irme, pero que tendría que dar parte al juez". Y se quedó, claro.

Le esperaba mucho aburrimiento por delante. Al día siguiente recibió el "paquete de supervivencia" de su novia: una mochila con libros, revistas y una radio pequeña. No podía coger ejemplares de la biblioteca del hospital. Las cosas que entraban en la habitación no podían volver a salir, le dijeron. Por eso resultaba tan trabajoso para el personal entrar a llevarle la comida o a tomarle la temperatura. "Yo me ponía la mascarilla y ellos se cubrían de arriba abajo y, en cuanto cruzaban la puerta, se volvían a desvestir y lo tiraban todo en un contenedor". Llevaban gorro, gafas, guantes, mascarilla, bata y calzas para los pies. Al final, le pidieron que se tomara él mismo la temperatura y les diera la lectura. "Me costó dos días aprender a leer el termómetro de mercurio. Me decían por teléfono 'inclínalo así' y lo verás".

Tampoco podía salir al pasillo, ni abrir la ventana, que no tenía manivela. "Creía que era porque, al tratarse de algo infeccioso, los virus podían salir por el aire, pero resultó que la habitación estaba en un módulo reservado para presos o enfermos mentales". El jueves, después de "sudar como un pollo frito porque la calefacción central estaba encendida", le llevaron la manivela y pudo abrir la ventana. Aire fresco, por fin.

E. S. dice que volverá a México en cuanto pueda. Ninguno de sus amigos de allí se ha contagiado. "Al final no ha pasado nada. Me he preguntado varias veces cómo he acabado encerrado tres días, y me he aburrido, pero nada más". Sólo le escama una cosa. La diferencia de protocolos entre comunidades autónomas. "Yo que soy un simple sospechoso, he estado aislado sin visitas, con un régimen espartano. En otros sitios, como en Cataluña, hay contagiados en su casa tan a gusto. He estado haciendo el canelo. Y no sé por qué".

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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