_
_
_
_
_
El fin del mayor asentamiento ilegal: Chalés y pisos

"Nosotros no queremos vivir aquí por el morro"

Los vecinos del sector 1, en Coslada, esperan que sus viviendas se legalicen

"Empezamos a rayar cada uno un cachito de suelo", cuenta Máximo Carrasco, jubilado de 70 años. Fue hace más de 20 años. Antes allí no había nada. "Pusimos nosotros mismos el agua. Nos juntábamos los fines de semana para hacer pozos. Al final de la calle había un transformador y de allí cogíamos la luz". Así, poco a poco, un grupo de vecinos de Coslada fue levantando los pisos que se erigen en la avenida de Santiago, en la Cañada Real.

Luego, el Ayuntamiento les mandó una carta instándoles a pagar los gastos, recuerda Máximo. Desde entonces abonan la luz, el agua, el gas o la recogida de basuras. El único problema es que no tienen escrituras de su casa de dos plantas (dos salones, cuatro habitaciones, dos baños y un patio sombreado por vides). Nunca compraron el terreno. "Si vinieran mañana a cobrárnoslo, mejor que pasado", exclama Santiaga Berrocal, la mujer de Máximo, cuando se entera de que el suelo sobre el que viven va a dejar de ser una vía pecuaria protegida.

Más información
El miedo a un foco de islamistas radicales acelera el fin de la Cañada

El sector 1 de la Cañada Real Galiana ocupa terrenos de Coslada y de Madrid. Así lo explican sus vecinos. Como Máximo y Santiaga hay cerca de cien familias que pagan todos los gastos de estas casas, según los cálculos del que fuera vicepresidente de la Asociación de Vecinos. "Esto se hizo con mucho sacrificio", recuerda Alberto Díez cerca del huerto donde cría gallinas y palomas. A él la noticia le pilla más enterado. Tras varias reuniones con las administraciones se muestra optimista: "Estamos convencidos de que no se van a tirar las casas".

A medida que se avanza por la calle los edificios cambian. Aparecen algunos chalets, protegidos por verjas. Tras ellas viven familias como la de José Antonio Álvarez, de 63 años. Nacido en la propia cañada, compró un huerto en una zona en la que aún no había construcciones y en él se hizo una vivienda. Cuando sus cuatro hijos crecieron, dividió salomónicamente el terreno para que cada uno pudiera hacerse su propia casa. Ahora sus nietos corretean de uno a otro de los cinco modernos chalets de dos pisos. "Nosotros no queremos vivir aquí por el morro", explica, "queremos pagar lo que nos pidan".

Así, tal vez, normalizarían su situación. Porque estas viviendas no sólo son diferentes por fuera. A esta parte de la carretera no llega la luz ni el agua. Los vecinos, relatan, se cansaron de esperar respuesta a sus solicitudes de servicios para sus viviendas. Y decidieron pagar ellos mismos el asfaltado, un colector de agua y un tendido eléctrico. Todavía conservan en las paredes las marcas de las inundaciones que asolaron Coslada en el otoño de 2008. También entonces tuvieron que encargarse ellos mismos de limpiarlo todo. "De esto no quería saber nada nadie", dice uno de los miembros de la prole. Ahora tienen nuevas esperanzas de ser vecinos normales de un barrio más.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_