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Reportaje:TOUR 2009 | Novena etapa

Las edades de un 'crack'

Bruyneel, su director, destaca la variedad táctica y el talento de Contador en sus victorias en las tres 'grandes' desde 2007

De su Tour, Contador se emociona recordando no Plateau de Beille, su victoria de etapa, sino el Peyresourde, su duelo loco a ritmo de mambo con el increíble Rasmussen, al que nunca pudo; del Giro, su defensa desesperada bajo la lluvia del monte Pora ante el lejano ataque del desesperado Riccò; de la Vuelta, cómo -pese a todo, pese a los celos de Armstrong que anunciaba su regreso para quitarle la novia, pese a la perseverancia canina de Leipheimer que no le dejaba respirar tranquilo ningún día-, fue capaz de salirse con la suya, una cabezonería simbolizada en la cabra en la que corrió, contra toda la lógica, contra todos los consejos, la cronoescalada final de Navacerrada.

En sólo dos años de carrera profesional ininterrumpida -superado el cavernoma cerebral que le perturbó las primeras temporadas-, el chico de Pinto ha ganado las tres grandes, tres victorias conseguidas con armas tácticas tan variadas -ataques espectaculares, defensa paciente, control, administración usurera del tiempo- que todo lo que le pase en este Tour será ya un dèja vu para él.

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Al desdén con el desdén

Su emergencia enganchó a su director, Johan Bruyneel, quien, posiblemente, si Contador, de 26 años, no hubiera ganado el Tour 2007 se dedicaría ahora a dar charlas de motivación a ejecutivos -"no lo había pensado", dice el belga que guió a Armstrong a sus siete Tours también, "pero es muy probable que no siguiera"-, pero que se mantiene tras el volante, desde donde hace un repaso a las tres grandes de su pupilo. "Es un corredor al que descubrí en 2006, un gran talento que se formó en mi equipo, donde ha tenido una gran progresión", dice Bruyneel. "He ido descubriendo su personalidad y su capacidad con el paso del tiempo y ahora no tiene sorpresas para mí, creo, salvo en el Giro de 2008, donde me impresionó cómo era capaz de mejorar. En la Vuelta a España de 2008, menos, era un objetivo planificado. El Tour, en cambio, nos llegó de repente, cuando ya nos habíamos rendido en el Aubisque".

TOUR 2007 "La sorpresa"

El positivo de Vinokúrov, quien de todas formas ya estaba descartado, y la expulsión de Rasmussen, el más fuerte de la carrera, propiciaron que la misma noche en que el Discovery se había rendido, la noche del Aubisque, llegara al hotel de Pau en que se alojaban el maillot amarillo de Contador, quien había dado señales de su talento en Tignes, el segundo día alpino, y que en los Pirineos mantuvo un mano a mano frenético con el danés.

Fue el descubrimiento universal de un chico que había llegado al ciclismo con la misión de dar espectáculo. "Si queremos resucitar este deporte tenemos que ser generosos y dar espectáculo siempre que podamos", dice Contador, quien mantuvo el maillot amarillo en la última contrarreloj ante Cadel Evans y Leipheimer. "Fue su primera victoria, la sorpresa", dice Bruyneel. "No estaba entre los favoritos, pero mostró un nivel muy alto en dos etapas de montaña. Teníamos la incógnita de la tercera semana, pero finalmente confirmó las esperanzas".

GIRO 2008 "La prueba de su clase"

El corredor que buscaba espectáculo se disculpó el último día en Milán. "Lo siento, he ganado el Giro sin ganar ni una etapa. Quizás fuera un poco aburrido, pero no había otra manera", dijo. Contador había derrotado al bullidor Riccò, espectacular él, con la paciencia de la araña, administrando la mínima renta que obtuvo en la contrarreloj de Urbino, manteniendo la maglia rosa por sólo 4s bajo el diluvio del monte Pora, defendiéndose en Alpe de Pampeago, en el Mortirolo, en la Marmolada. "Cuando le llamé para decirle que tenía que correr el Giro estaba de vacaciones", recuerda Bruyneel. "Empezó sin preparación y con la intención de abandonar al cabo de una semana para ir a ganar la Dauphiné, su verdadero objetivo. Fue su victoria la prueba de su talento único".

VUELTA 2008 "Una victoria de manual"

El 13 de setiembre, en la etapa 13ª, Alberto Contador enseñó el sillín a sus rivales en el lugar más majestuoso de la Vuelta, el Alto del Angliru, donde sólo resistió Alejandro Valverde, el líder del Caisse d'Épargne. Allí decidió Contador mostrar la jerarquía de quien había acudido a la Vuelta a España con la absoluta condición de favorito, por primera vez en las tres grandes, con la ambición de culminar su palmarés e igualar a los astros que habían ganado Giro de Italia y Vuelta en el mismo año.

"Fue la victoria típica que figura en los manuales del ciclismo, la de un favorito que llega con un gran equipo", asegura Bruyneel, que reconoce que ésa fue la única de las tres victorias en las grandes vueltas "que llegó como fruto de un objetivo planificado". Era además una Vuelta a la española con Valverde y Carlos Sastre (que venía de haber ganado el Tour) como principales enemigos, aunque fue Leipheimer quien más amenazó su triunfo. Su compañero de equipo mantuvo la emoción hasta el final, cuando en la contrarreloj de Navacerrada, en la penúltima jornada, estuvo a punto de arrebatarle el maillot amarillo.

Al final, Contador ganó la Vuelta con el mismo tiempo que registró el corredor estadounidense, si se hubieran descontado las bonificaciones. Fue como un master de urgencia de la pelea interna que se le avecinaba con Lance Armstrong este año dentro de su mismo equipo, el Astana, sobre todo ahora en el Tour. Incluso mantuvo su actitud frente a su director cuando en la etapa que acabó en Fuentes de Invierno (tras haber ganado en el Angliru), Bruyneel le pidió que dejase la victoria a Mosquera y Contador se negó. El español ya era entonces mucho más que el mejor escalador del mundo y uno de los mejores contrarrelojistas del pelotón. Era un jefe.

Alberto Contador, durante su ataque en Arcalís en este Tour.
Alberto Contador, durante su ataque en Arcalís en este Tour.REUTERS

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