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TOUR 2009 | Cuarto triunfo español consecutivo

Los Velasco, sastres y artistas

De la vida de sus abuelos y padres en Extremadura se pueden extraer todas las cualidades que hacen único a Contador

Carlos Arribas

Los genetistas, que discuten de todo, se han puesto de acuerdo en una cosa: los genes de las cualidades físicas, como la resistencia, se heredan directamente de la madre. El padre, como mucho y en todo caso, presta sus defectos al compuesto; para equilibrar, más o menos. Federico Martín Bahamontes recordaba en este sentido que todo su espíritu de lucha, su inconformismo, lo había recibido directamente de su madre; que su padre, mozo de estación, era mucho más acomodaticio. El padre de Luis Ocaña, exiliado, se empleó para construir la presa del Portilhon, en el Garona del valle de Arán, y los padres de Alberto Contador emigraron a Madrid a finales de los años setenta del siglo pasado porque en Barcarrota (Badajoz), su pueblo, no podían ganarse la vida. Tanto Ocaña, que empezó a trabajar de ebanista en Las Landas, como Contador, buen chaval en la escuela, llevan, sin embargo, la contraria a los genetistas: sus cualidades de grandes deportistas, con un cuerpo extraordinario y una cabeza que sólo ellos entienden, las heredaron de ambos progenitores. Y Contador, niño en Barcarrota, chico en Pinto, también de sus abuelos.

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De sus abuelos maternos, los padres de Paquita Velasco, la niña más empollona y más lista del colegio, Contador ha heredado la vena de artista imprevisible, el gusto por el espectáculo gratuito y arriesgado que a veces echa a perder semanas de planificación. Como su ataque, inesperado y frustrado, en La Colombière, del que debió arrepentirse en sesión de pública autocrítica. Su abuelo, que era de una familia de sastres y que los días laborables los pasaba con el metro, las tijeras y la tiza, tomando medidas, cortando franelas y recortando patrones, se convertía los fines de semana en artista que, al frente de la orquesta Los Velascos, recorría las verbenas de los pueblos de alrededor con sus metales y vientos poniendo música y pasodobles a los bailes de la plaza. "Eran varios hermanos sastres y músicos", dice Joaquín Rodríguez, de Barcarrota y periodista de diario Hoy, de Badajoz; "los padres de su padre, Paco, eran campesinos".

Hay no tanto genetistas como antropólogos que fijan en la herencia campesina de los castellanos, andaluces y extremeños, hijos de los africanos del norte que colonizaron la Península, parte de las cualidades fundamentales que hacen que los mejores deportistas españoles hasta hace nada, atletas de fondo, maratonianos, ciclistas morenos, esqueléticos y retorcidos, sean los campeones de las actividades más agonísticas, menos artísticas. Por si quedara alguna duda, cuenta Rodríguez que los abuelos paternos de Contador, los padres de Paco, su padre, tenían un par de finquillas en Barcarrota, El Palomar y La Chaza; unas obradas en las que criaban algunos guarros, en las que crecían encinas e higueras y en las que pacían apacibles vacas lecheras.

De ambas familias, tan diferentes, los campesinos y los músicos-sastres, nacieron hijos tan distantes entre sí como lejanos estaban los pupitres que ocupaban en el aula del Colegio Libre Adaptado Virgen del Soterraño en el que ambos, Paquita y Paco, estudiaron el bachillerato por libre, esperando a que al final del curso se presentaran los profesores del Instituto de Badajoz a examinarlos de todo el libro antes de pasarles de curso. "Mi madre, eso me han dicho, era la más lista y la más trabajadora de la clase", cuenta Fran, el hermano mayor de Contador; "eso era porque, como su familia no andaba muy bien de dinero, tenía que ganarse todos los años la beca y lo hacía hincando los codos como nadie. Se sentaba en la primera fila y no perdía palabra de las lecciones del profesor, don Hilario Álvarez, un asturiano. Mi padre, en cambio, era otra cosa".

Su padre, Paco, clavado en el físico y en las hechuras al ganador de dos Tours, se sentaba en la última fila y no perdía ocasión, si se presentaba, de mostrar sus dotes de escalador trepando literalmente la tapia del colegio, que medía unos tres meses, para fugarse, como su hijo, en bicicleta e irse al campo a ayudar a su padre.

"Mientras Paquita respondía a la terapia de don Hilario de estudio intenso diario hasta las diez de la noche, con responsabilidad de empollona, Paco lo hacía huyendo a la sierra", dice Rodríguez, que fue compañero de colegio de ambos; "lo extraño fue que dos personas tan diferentes acabaran casándose". Y más raro debería de ser que de su matrimonio naciera uno de los mejores ciclistas españoles de la historia. O quizá no tan raro, pues Contador, perseverante y trabajador como su madre, serio; genial y escalador como su padre, ha heredado las mejores cualidades de ambos. "Y, aunque su primera carrera la ganó en un circuito de Barcarrota, en la finca del Rodeo, a la hora de la merienda y con un bocadillo en la mano, como tantos extremeños, porque Alberto puede decir que es de donde quiera, pero es de donde es, ha tenido que irse fuera de su tierra para ser algo. Y estoy convencido de que su padre, Paco, de haber tenido la oportunidad, también habría sido un gran ciclista", concluye.

Cientos de aficionados celebran el triunfo de Contador en el Teatro Municipal de Pinto.
Cientos de aficionados celebran el triunfo de Contador en el Teatro Municipal de Pinto.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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