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Columna
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Los bajos fondos

Las poderosas torres de Azca horadan con sus cúpulas los cielos inclementes de Madrid y clavan sus cimientos en las entrañas del Averno. Los bajos de Azca (Asociación Mixta de Compensación de la Manzana A de la Zona Comercial de la Avenida del Generalísimo) forman un laberinto subterráneo por el que fluyen turbias corrientes nocturnas. Retumban los tambores llamando a los oscuros hijos de la noche. Bienvenidos hijos del reggaetón y de la salsa. Bajo las cúpulas de los soberbios monolitos, en horas diurnas, circulan los flujos del dinero y del negocio. Sótanos de Babel, torres de Babilonia. Emparedados entre el cielo y el infierno, 150.000 empleados que acuden en los días no feriados a engrasar con el sudor de sus frentes los engranajes de la gran maquinaria renqueante, a engrosar las nóminas y a cuadrar los balances. Ciento cincuenta mil empleados y 18.000 vecinos encadenados en este purgatorio sucio y ruidoso.

Hartos de bares y ruidos, algunos residentes de AZCA proponen piquetes de autodefensa vecinal
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Enclavada entre un piélago de bares de copas y decibelios, una "minicomisaría" (sic) trata de mantener cierta apariencia de orden y seguridad. Policías de paisano y uniformados patrullan por los sombríos corredores, convidados de piedra en la fiesta tropical y caribeña, ceremonial en el que se funden honrados y laboriosos inmigrantes y crápulas enrolados en las belicosas bandas que proclaman su orgullo étnico en el inglés del imperio. La policía no llegó a tiempo para salvar la vida de Isaac Nathael B. El nombre bíblico no fue talismán para preservar la integridad del desafortunado joven, presunto cabecilla de los DDP (Dominican Don't Play) abatido por un miembro de una facción rival, los Trinitarios. Isaac Nathael: 17 años, un hijo recién nacido y un tiro por la espalda, resumen de una breve y agitada biografía, una cruz más en la crónica negra de una zona oscura. El sol que reverbera sobre las orgullosas cúpulas nunca contamina con sus rayos los bajos de Azca y en sus peligrosos bajíos encallan los hombres y se encanallan las pasiones.

Delitos de guante blanco y caja B en los luminosos despachos de los áticos, crímenes de pistola y navaja en las zahúrdas de los bajos fondos. La misteriosa pira que incineró el edificio Windsor no borró los pecados de Azca, sólo fue una advertencia. Los 18.000 vecinos que pernoctan en este purgatorio encadenan sus quejas casi desde la fundación de este emporio financiero que colonizó la generalísima avenida, poco tiempo antes de que tan superlativas denominaciones fueran erradicadas por los primeros vientos de la democracia. Primero se asentaron en la zona los macarras, luego aterrizaron los neonazis y ahora las bandas latinas. Con esta escueta recensión resumen los sufridos vecinos la agitada historia de su maltrecho hábitat. En el Azca naciente se instalaron macarras y proxenetas, prostitutas y clientes. La exclusiva zona de ocio para ejecutivos no tardaría mucho en degradarse, la excesiva proximidad de los clubes a los centros de trabajo tenía sus ventajas pero se impondrían los inconvenientes de una arriesgada promiscuidad, los encuentros incómodos con los jefes en mórbidos pasillos y los probables excesos de una cháchara alcohólica y deslenguada cuyos ecos podían llegar a oídos indiscretos. Los neonazis (nunca fue peor utilizado el prefijo neo) desembarcaron de la orilla derecha de La Castellana, pijos de Chamartín de la Rosa llegados a los confines de Tetuán de las Victorias (otra denominación desafortunada) para un barrio superviviente de todas las derrotas en el que se concentran desde hace unas décadas los inmigrantes dominicanos. Hartos de bares y de ruidos, de inmundicias y tumultos, algunos residentes, resistentes, de Azca proponen la creación de piquetes de autodefensa vecinal, más leña para la hoguera de los odios y las incomprensiones. La violencia aplicada a la violencia sólo genera más violencia y el recuerdo de las patrullas de cazadores de inmigrantes que inflaman e infaman el país de papi Berlusconi, ensombrece aún más el asolado paisaje urbano.

La investigación del asesinato de Isaac Nathael corre a cargo de una brigada especializada en terrorismo, grupos antisistema y radicales, caótico cajón de sastre en el que no caben ni los DDP, ni los Trinitarios ni sus precursores los Latin King o los Ñetas. No practican el terrorismo, no son radicales y no son antisistema, viven en las grietas del sistema y se alimentan de sus desigualdades y fracturas para imponer sus códigos mafiosos, violentos e insolidarios, sus ritos autoritarios y sus cúpulas subterráneas a los pies de los rascacielos.

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