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El conflicto de Afganistán

Obama se replantea la estrategia afgana

El jefe de las Fuerzas Armadas dice al Congreso que se necesitan más soldados - Crece la oposición a la guerra en el partido demócrata y la opinión pública

Antonio Caño

El fiasco electoral en Afganistán, con documentadas denuncias de fraude que debilitarán el previsible mandato de Hamid Karzai, ha complicado extraordinariamente la estrategia de la Casa Blanca sobre ese conflicto, en el que ahora encuentra fuertes resistencias en el Congreso y entre la opinión pública para cumplir con el deseo del Pentágono de aumentar el número de tropas.

Ayer mismo, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, almirante Mike Mullen, dijo, en una comparecencia en el Senado, que "una adecuada actuación de contrainsurgencia probablemente requerirá el uso de más fuerzas". El jefe de las operaciones en Afganistán, general Stanley McChrystal, y el mismo secretario de Defensa, Robert Gates, habían aludido antes a esa necesidad, y se esperaba que Gates hiciera la solicitud formal al Congreso en cualquier momento.

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Ese paso puede ahora, sin embargo, retrasarse un poco a la vista de la evolución de los acontecimientos, tanto en EE UU como en Afganistán. En unas declaraciones publicadas ayer por The New York Times, Obama admite por primera vez la necesidad de reconsiderar su estrategia actual. "El peligro de sobreactuar sin tener claros los objetivos y sin un fuerte apoyo del pueblo norteamericano, es algo en lo que pienso constantemente", afirma el presidente estadounidense.

El apoyo popular se va evaporando día a día. Un 58% de los ciudadanos se opone ya a la guerra, según una encuesta hecha pública el lunes por la cadena CNN. Las dificultades para reducir a los talibanes sobre el terreno y la lentitud (si no retroceso) con el que se conduce el proceso de estabilización política, han generado frustración entre la opinión pública y han hecho que esta guerra, iniciada hace ocho años como respuesta directa a los ataques del 11-S, se parezca cada vez más a la de Irak.

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Ése es el temor entre los demócratas, que conocen muy bien el efecto destructivo que Irak tuvo sobre George Bush y no quieren que ocurra lo mismo con un conflicto que ya empieza a ser conocido como "la guerra de Obama". En los últimos días, varios de los más influyentes congresistas demócratas han advertido a la Casa Blanca que, en estos momentos, no cuenta con respaldo en el Capitolio para aprobar un aumento de tropas. Carl Levin, el presidente del Comité de Fuerzas Armadas del Senado, ha pedido al presidente que, antes de pedir más fuerzas, ofrezca pruebas de mejores resultados en la creación de un Ejército afgano solvente.

Otros senadores de peso le respaldan. "Creo que por ahora el envío de más tropas no sería lo adecuado", ha manifestado Dick Durbin. "En este momento, tenemos que hacer lo que dice Levin, mejorar sobre el terreno y ayudar a los afganos a que lleven estabilidad a su país". Aún más contundente, la presidenta del Comité de Inteligencia del Senado, Diane Feinstein, ha sugerido la necesidad de fijar una fecha límite para la presencia de soldados norteamericanos en Afganistán porque no se puede pretender quedarse hasta el dudoso establecimiento de un Estado democrático allí.

Estados Unidos tiene actualmente 62.000 hombres y mujeres en ese país. Esa cifra crecerá hasta los 68.000 a final de año. Descartada oficiosamente la posibilidad de que los socios europeos de la OTAN aumenten su contribución de forma apreciable, los militares creen que sólo el despliegue de una fuerza norteamericana de proporciones disuasorias puede acabar con el impasse actual y revertir la situación a favor de la Alianza. En otras palabras, hay que reforzar ahora para retirarse antes, como ocurrió en Irak.

Algunos influyentes senadores republicanos respaldan esa tesis. John McCain y Lindsey Graham, junto con el independiente Joe Lieberman, firmaron el domingo un artículo en el que alertaron de que "más tropas no garantizarán el éxito en Afganistán, pero no enviarlas es una garantía de fracaso".

Obama se encuentra atrapado en medio de este debate, defendiendo una guerra que sigue considerando esencial para prevenir un nuevo ataque terrorista sobre Estados Unidos, pero indeciso sobre la estrategia a seguir. En su entrevista a The New York Times, el presidente asegura que no ve un riesgo de que Afganistán se convierta en su Vietnam y promete que, antes de solicitar nuevos refuerzos, escuchará las distintas opiniones al respecto.

Una de ellas es la de que los talibanes, al no actuar como una fuerza militar al uso, resultan imbatibles con los métodos tradicionales y, por tanto, habría que limitarse a atacarles con aviones no tripulados y otro tipo de tecnología que no exige el empleo de soldados. El general McChrystal y Obama discrepan de ese punto de vista.

Las posiciones de ambos se han visto, sin embargo, debilitadas en los últimos días por las sospechas sobre la limpieza política de Hamid Karzai y el temor creciente de que Afganistán no pueda ser jamás un país gobernable. "Afganistán seguirá siendo una entidad tribal", asegura la senadora Feinstein.

La Casa Blanca no tiene una visión tan pesimista, pero es consciente de que el proceso de creación de un Estado afgano razonablemente fuerte está en punto muerto. Al margen de la situación postelectoral, el entrenamiento de oficiales y soldados para un Ejército nacional avanza muy lentamente. Parte de los refuerzos que pide el Pentágono son, precisamente, para acelerar esa formación. Actualmente, los cálculos más optimistas pronostican un mínimo de cinco años hasta que pueda hablarse de unas verdaderas fuerzas armadas afganas. En ese periodo, hay unas elecciones legislativas y otras presidenciales en Estados Unidos.

Un soldado estadounidense destacado en la provincia de Paktika, al este de Afganistán, descansa antes de iniciar
una operación.
Un soldado estadounidense destacado en la provincia de Paktika, al este de Afganistán, descansa antes de iniciar una operación.ASSOCIATED PRESS

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