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La investigación judicial del 'caso Gürtel'
Columna
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La doctrina Trillo

Josep Ramoneda

La realidad política de España es hoy la desconfianza generalizada. Lo dicen las encuestas: la enorme desconfianza que la gente siente ante la gestión de la crisis por parte del presidente, sólo es superada por una desconfianza todavía mayor respecto de Mariano Rajoy. Zapatero tiene un enorme problema de credibilidad, Rajoy también. ¿No se les ha ocurrido pensar que quizás compartiendo algunas reformas decisivas para encarar el futuro del país podrían salir los dos de este marasmo? No. Cada uno de ellos sólo espera que el otro caiga más bajo para salvarse él.

Y en estas llega el momento en que el sumario del caso Gürtel se abre y empiezan a chorrear datos que constatan lo sospechado: que hay metástasis generalizada en el PP. Tanto en el espacio -Valencia, Madrid, Castilla y León, Galicia- como en el tiempo -de Aznar a Rajoy-, el tejido está contaminado. Y Rajoy no tiene otra respuesta que "la indiferencia ante algunas cosas". Lo cual obliga a repetir una vieja pregunta: ¿quién tiene atrapado a Rajoy? En cualquier caso, Rajoy ha caído en el mismo error que ha cometido Zapatero con la crisis: empeñarse en negar lo que hace tiempo que es evidente. Cuando se empieza así, después es muy difícil cambiar el ritmo y, sobre todo, que la gente se crea las actuaciones que se hagan. La confianza es una mercancía muy delicada.

¿Cómo puede Rajoy imponer su autoridad en el PP por el 'caso Gürtel' si ha estado tanto tiempo sin reconocer el problema?
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La imagen de Zapatero se ha descompuesto en un año porque la negativa a reconocer la realidad se ha transformado en sensación de improvisación y desconcierto cuando ha querido pasar a la acción. ¿Quién se equivocó en el diagnóstico y no previó la que venía, cómo puede acertar en las respuestas, que llegan con sensible retraso? Lo mismo le ocurre a Rajoy: ¿cómo puede imponer su autoridad en el partido por el caso Gürtel cuando ha estado tanto tiempo sin querer reconocer la realidad del problema? Y efectivamente, cuando Rajoy decide tomar la iniciativa se constata su flaqueza: Camps y los suyos se han plantado: no quieren pagar por todos. Y Rajoy, disimulando.

A partir de ahora, cualquier medida que tome Rajoy estará situada bajo una doble sospecha: la sospecha de que con sus silencios estaba amparando a alguien y la sospecha de que sus actuaciones no buscan aclarar los hechos, sino minimizar sus efectos. Y, mientras, se va descubriendo que la trama se extendía por toda la geografía del partido y crece la sensación de que quedan todavía muchas conexiones por descubrir. Hasta el punto de que, en unos casos por oportunismo y en otros porque no se puede negar a los lectores aquello de lo que habla todo el mundo, incluso la prensa afín al PP ha tenido que rendirse a la evidencia. Todos menos Rajoy, que sigue contemporizando y desconcertando al personal. Al intento fallido por parte del presidente del PP de reducir el caso a una cuestión valenciana, ha seguido la difusión de datos que demuestran que Rajoy ya no puede alegar que todo lo que ha pasado con Gürtel le es ajeno. Al fin y al cabo, es él quien tiene el mando supremo del partido y de sus dineros. Atrapado en este lío, Rajoy puede perder la oportunidad de dar la puntilla a un Gobierno cuyo líder se desdibuja por momentos.

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La figura de Rajoy estará siempre marcada por la ignominia de haber actuado con sectarismo y con deslealtad manifiesta con el Gobierno durante la tregua de ETA. La confusión mental, que es política pero también moral, que el episodio de la tregua demuestra, está en el fondo del modo en que trata el caso Gürtel. A Rajoy no le interesa ni la verdad de los hechos, ni la justicia, le interesa el encubrimiento de lo ocurrido. Es la aplicación de la doctrina Trillo, de gloriosa memoria en el PP. Por tanto, no busca que los tribunales aclaren los hechos sino que los blanqueen, como hemos visto en la amistosa resolución del Tribunal Superior de Justicia de Valencia, presentada como un gran triunfo que, como era previsible, se diluyó en unas horas. Hay demasiada información para confiar en el pasteleo. A la vista de lo que se conoce, ni la piel de toro entera sería manta suficiente para encubrir el tinglado. Claro que, en el peor de los casos, la doctrina Trillo tiene una solución de emergencia, que ya aplicó en el caso del Yak-42: que paguen los subordinados y yo me lavo las manos. ¿Sigue creyendo Rajoy que los españoles se lo pagarán con votos?

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