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Entrevista:Fernando Trueba | ENTREVISTA

"El cine es una amante carísima"

Amante como es él de la sorna y el humor, incluido el negro, no le molestará en exceso leer aquí que cuando llegas a la cita, Fernando Trueba te mira de reojo. No le molestará, es un suponer, porque hablamos de alguien que sabe reírse de la vida y de él dentro de la vida, sabedor de que nuestras claroscuras existencias "son ridículas por principio, por eso existe la comedia". Y además, qué demonios, él fue el primero en subrayar -con motivo de una campaña de promoción de La Sexta- la presencia de ese ojo desviado, de ese ojo que acusa, polivisión camaleónica de un tipo temible en la distancia corta y poco dado a la solemnidad sin causa: "Yo veo El intermedio, pero con este otro ojo veo Tele 5". Simplemente genial.

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Así que Fernando Rodríguez Trueba (Madrid, 1955), cineasta de éxito, ciudadano cabreado y amante de la risa, los placeres de la vida y el cine de Billy Wilder, que viene a ser lo mismo, recibe hoy como suele: con la mirada escrutadora y oblicua, desconfiada y alerta ante el periodista, que es malo por naturaleza, ha empobrecido el oficio y seguro que viene a fastidiar. Luego, sin embargo, la charla se deslizará de forma natural por la cordialidad, que no es incompatible con la sinceridad y la tensión.

Trueba, autor de películas como Ópera prima, Belle époque (Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1993), Two much, La niña de tus ojos o Calle 54 (su amor por el jazz latino traducido a cine), estrena ahora el decimotercer largometraje de su carrera. El baile de la victoria, que se estrenó en el último Festival de San Sebastián y que ha sido seleccionada como la candidata española a la carrera de los Oscar. Está basada en la novela homónima del escritor chileno Antonio Skármeta y protagonizada por Ricardo Darín, Abel Ayala, Miranda Bodenhofer y Ariadna Gil. Pero tiene ya en la recámara varias balas más a punto de disparar: una película de animación -la primera- en colaboración con Mariscal (Chico y Rita), una indagación sobre la vida y muerte del pianista brasileño Tenorio Junior, un thriller protagonizado por Penélope Cruz (Haunted heart) y una historia ambientada en la Francia ocupada (El artista y la modelo, con guión de Jean-Claude Carrière). Estajanovismo de un autor que sostiene que sólo hace películas "por amor al cine".

Se dice: el cine está estancado, la gente va menos al cine, no hay ideas, todo está contado... y para contradecirlo todo, está usted metido en un montón de proyectos, además de 'El baile de la victoria', que acaba de estrenar...

Es que a mí me gusta el cine.

¿A pesar de todo?

¿A pesar de qué?

¿Todo ha sido bueno? ¿No le ha dado disgustos este oficio?

Nunca he tenido ganas de bajarme del tren. Todas las películas cuestan trabajo, sufres, te gastan, envejeces haciéndolas, pero el placer de contar una historia en cine no te lo quita nadie. Si sufriera haciendo películas, no las haría. No soy creyente, pero rezo mucho por una cosa: por no perder la pasión de hacer películas. Porque he visto a algunos directores perderla, y seguir haciendo películas sólo porque el suyo es un trabajo cojonudo. Mejor dicho: no quiero hacer películas, quiero hacer esa película, cada vez una, y cada vez una pasión por esa película.

Así que cuando se pone a rodar, caso de 'El baile de la victoria', por ejemplo, es porque ya está autoconvencido de su pasión y...

¡Porque la veo hasta en sueños y me levanto por la mañana con la película en la cabeza! Porque veo planos y escenas todo el rato. Y porque me apetece hacerla, punto. El día que no me apetezca de verdad, no quiero rodar ni un corto. Odio la profesionalidad esa de hacer películas porque éste es mi trabajo o porque me pagan por esto.

Ya, bueno, pero pagarle, le pagan, parece lo normal.

Yo puedo hacer películas sin cobrar, como de hecho las hago. Y apostando todo mi sueldo en el proyecto. Entonces, eso te tiene que gustar mucho. No es un trabajito de una semana... te puedes dejar ahí cinco años. Ya te puede gustar. Yo desafío a otro a que venga y me diga que cree tanto en lo que hace. Le invito a comer.

O sea, que eso de "la realización por el trabajo" le encaja como profesión de fe.

No, no, no, a mí me gusta el ocio, no el trabajo. A mí me gusta el placer.

Por lo que cuenta, en su caso se unen trabajo y placer...

Sí, soy prisionero de mi amor al cine. En cuanto me gusta una historia, me meto en el lío de tenerla que hacer. Hay que trabajar un huevo. Ése es el precio que se paga por esta pasión. El cine es una amante carísima.

¿Económicamente? ¿Emocionalmente?

En todos los sentidos, pero no la cambiaría por nada.

¿Y cómo se queda después de ese esfuerzo? ¿Cómo se le queda el cuerpo, con perdón, cuando pare una película?

Nadie me había advertido, cuando acabé mi primera película, Ópera prima, de que te entraba una sensación de vacío muy parecida a la sensación posparto. Me acuerdo del último día de rodaje, en la calle del Marqués de la Ensenada, en Madrid, todos dándose besos y despidiéndose y tal, y yo me quedé allí solo. Me entró un bajón que pensé: nunca más haré una película. Me quedé como en pelotas. Ahora ya no pasa. Entre otras cosas, porque la película no se acaba el día del final del rodaje, sino cuando la montas, la mezclas y tienes la copia final. Con El baile de la victoria me sentí en paz cuando la terminé. Y eso es impagable.

En aquel 'Diccionario de cine' que publicó en Planeta escribía: "El cine ha practicado el saqueo y la violación sistemáticos de los tesoros de la literatura". ¿No le da reparo atacar una adaptación de obra literaria, como Skármeta en este caso, o Marsé en 'El embrujo de Shanghai'?

Ya, pero no digo saqueo en un sentido peyorativo; incluso diría que mis películas favoritas son adaptaciones literarias. Une partie de campagne, de Renoir, o Le plaisir, de Max Ophuls, son cuentos de Maupassant. Y eso es el cine. Que alguien me diga algo que sea más cine que eso. No hay nada.

Vamos, ¿que donde esté un guión adaptado, que se quite cualquier guión original?

Los casos que he citado son obras maestras del cuento, pero las películas los superan. No, vamos a ver; Preston Sturges dijo una vez una cosa cojonuda cuando todavía no era director y le adaptaron una obra. Dijo: "Lo único que no puede soportar un autor cuando le adaptan al cine es que mejoren su obra". Que la empeoren, siempre le da tema de conversación y le permite colocarse en una posición de superioridad. Siempre que un autor se queja de una adaptación se convierte en un idiota público.

Pues ha habido casos ilustres, también en este país... De lo de la queja, quiero decir, no de la idiotez pública, por favor.

Nadie ha sido obligado a vender los derechos de sus obras. El que vende sus derechos para el cine y luego se queja, o es un ignorante o mala persona o un imbécil. A veces, las tres cosas.

En este caso concreto, ¿por qué Skármeta y no otro?

Al leer la novela, antes de terminarla, se me había llenado la cabeza de cine, era como una llama que enciendes y empieza a arder y no puedes apagar. Y la primera película que me vino a la cabeza fue Disparad sobre el pianista, de Truffaut, que es a ratos una comedia, a ratos policiaca, y sobre todo muy romántica y muy disparatada. Una película que en su día fue un fracaso comercial y de crítica, pero muy hermosa, inclasificable y fuera del mundo.

¿Puede explicar el sentido de esa especie de 'película dentro de la película', todo lo que en 'El baile de la victoria' tiene que ver con ese caballo que recorre las calles del centro de una ciudad como si tal cosa? ¿Es un elemento onírico que necesitó introducir como contrapeso a tanto realismo?

Forma parte de la propia historia. Decir que una película es onírica es una redundancia. El cine es onírico por naturaleza. Desde que en una sala de cine se apaga la luz y empieza una película, eso es onírico aunque haya quien pretenda que es realismo socialista. Una película es un sueño siempre, aunque sea lo más tonto y lo más realista del mundo. Y ese caballo forma parte de la realidad de mi película. Una película nunca debe ser una cosa hecha en un laboratorio, ni calculada en plan "voy a poner esto, voy a quitar aquello". Debe ser orgánica, que sale, y puede ser un árbol torcido, gordo o delgado, pero tiene que salir de la raíz.

Bueno, pero en la película ha mezclado...

Yo no he mezclado nada. Yo no me dedico a la coctelería.

La historia del caballo surgió así entonces, espontánea...

Pues sí, cuentas la historia con su propio tono, y los distintos elementos forman parte de ella.

Ya, pero a veces, como director...

Yo nunca me impongo a las películas, por eso siempre he sido un director que ha intentado no tener un estilo. Trabajo para la película, no la película para mí. Soy el obrero, el artesano, y de eso se vale la obra para existir. Es ella la que manda. Quien me contrata es la película, no un productor ni nadie.

¿No es terriblemente complicado este oficio, ensamblar todos esos elementos para que parezca orgánicamente que todo surge natural? Se lo pregunto porque Azcona solía decir que el cine es "imbatible en lo superficial".

El oficio sólo sirve para que algo que tienes en la cabeza puedas expresarlo y lo entiendan los demás. Es que tú sepas ver el pulso y el tono de la historia. Eso es el oficio. El oficio no es saber que hay un eje, que hay un plano y un contraplano, etcétera, menudo aburrimiento.

¿Hay cosas a las que dice que no cuando está dirigiendo, cosas con las que no transige o que trata de imponer a la fuerza?

Si las cosas en la vida hay que conseguirlas por autoridad o por jerarquía, es mejor no conseguirlas. Siempre he sido muy antimilitarista, y si algo desprecio en el mundo del cine son esos equipos donde la jerarquía militar funciona tanto. Un director es otra cosa. No se le tiene que obedecer porque esté ahí con la batuta; se le tiene que entender, y él tiene que sacar lo mejor del equipo.

¿La vida es cíclica y Fernando Trueba volverá un día a la comedia, o la vida es lineal y la comedia quedó atrás?

Pues no sé si haré comedia, no sé... No lo descarto, me sigue gustando mucho. Pero no se puede saber: nunca sé lo que voy a hacer el mes siguiente.

Con la que cae ahí fuera, ¿seguimos teniendo motivos para la risa? O bien mirado, a lo mejor es más necesaria que nunca, como anestésico...

Siempre hay motivos para reírse. La comedia es una forma comprensiva de mirar la realidad: vamos a reírnos de nuestras miserias, de nuestras debilidades, de nuestros vicios. Porque como no los miremos con humor se hacen bastante insoportables. En el fondo, la comedia es un género humanista. No hay más que ver la comedia americana o la italiana, que son los dos países que mejor la han hecho.

Una 'forma comprensiva de mirar la realidad'... ¿o una forma cruel, a veces? Porque, no lo negará, en nuestra sociedad de hoy, material hay para la burla...

El género humano es ridículo por naturaleza. La propia vida de la gente es ridícula y da risa, y no digamos la de la gente que se toma en serio, ya sean políticos, artistas o fontaneros. La gente ampulosa da mucha risa. Lo que más valoro en la gente es el humor. Valoro mucho la bondad, la inteligencia y la generosidad, pero el humor me parece clave. A alguien que me hace reír, egoístamente le frecuento. Y la gente que me amuerma, egoístamente la evito. La vida es muy corta y ya hay por ahí dramas y tragedias que nos toca soportar y son inevitables. Como no soy masoquista, no frecuento el sufrimiento. Joder, no sé, ¡lo que yo me he podido reír con Rafael Azcona, con David Trueba, con Gonzalo Suárez, con el Gran Wyoming...! Tendría que pagarles un sueldo mensual. Es impagable. En cambio, de los palizas huyo, me escondo detrás de los coches cuando veo que se acercan por la calle.

¿Es que los detecta?

Tengo antenas. No soporto a los coñazos.

¿No cree que vivimos una época especialmente dura en lo que toca a esa dictadura exhibicionista de "los que se toman en serio", en palabras suyas? O, dicho de otro modo, ¿sufrimos una inflación de soplagaitas merecedores de un tortazo?

Pienso que siempre ha sido así. Lees a Mark Twain y te das cuenta de que ya era así. El género humano ha cambiado poquito a lo largo del tiempo. Es igual de cazurro. Después de siglos, holocaustos y guerras, ha conquistado algunas cosas, ha conseguido crear determinados valores morales comunes, al margen de las religiones y todas esas memeces. Pero nuestros errores son los mismos. Somos gilipollas, somos ridículos, por eso existe la comedia.

O sea, lo bueno es excepcional.

Lo bueno... lógicamente es excepcional. Pero si todo fuera excelente y en la cartelera tuviéramos 75 obras maestras cada fin de semana, ¡qué estrés! La verdad es que es estupendo cuando estás en un museo y hay un cuadro malo del que puedes pasar. Qué relax.

Cine en el teléfono móvil -y puede que un día en un 'microchip' que nos metan en el coco-, novelas en un artilugio de tinta electrónica, David Hockney pintando por ordenador... ¿nos hemos vuelto locos o es puro ritmo de los tiempos?

Hockney, que es de los pocos genios que hay, está ya haciendo cosas con el iPhone, pero sigue pintando unos óleos majestuosos. Es el único pintor que sigue tirando del carro de la pintura, es el heredero de Matisse y Picasso. No es ningún idiota haciendo instalaciones ni uno de esos artistas que se creen modernos por estar haciendo algo que ya hizo Marcel Duchamp.

La conversación iba, pues, por los caminos de Hockney, pero, llegados a este punto, y quizá porque estaba esperando con impaciencia la pregunta al respecto (pregunta que no llegaba), en un arrebato que viene poco a cuento, pero que él sustenta con argumentos tan sólidos como feroces -y con la voz trastocada en abierto cabreo-, Fernando Trueba ataca el caso Roman Polanski y exhibe así su indignación ante la detención y "crucifixión" pública y legal del director de Repulsión: "Estos columnistas que salen a acusar a Polanski; no les he leído ningún artículo nunca preocupados por la muerte diaria de miles de niños por hambre, por enfermedad, o sobre los niños que trabajan como esclavos en fábricas de China, de África o de donde sea. Jamás. Les importan una mierda todos los niños. Si a alguien le tocan el culo, vuelve el puritanismo victoriano a caballo. Que es una de las cosas peores que ha creado la humanidad, el puritanismo. De repente el mundo se ha llenado de inquisidores. Una de las peores tendencias del ser humano es las ganas de quemar a gente en la plaza pública. Se ve bien en Furia, de Fritz Lang. Y en esto de Polanski, los medios de comunicación tienen mucha culpa".

¿Y eso por qué?

Porque el problema es que en los medios ya no hay apenas información. Hay púlpitos, curas echando sermones subidos a un púlpito. El periodismo español es más de columnistas que de reporteros. ¿Por qué? Porque España siempre fue así, pontificar es un deporte español. En el bar de abajo, todo el mundo es presidente del Gobierno, y eso lo reproduce mucho la prensa, y es jodido. La gente quiere sangre, sangre en la plaza pública.

Un tema al que seguro que los medios dedicamos excesivo interés es el del cine español para arriba, el cine español para abajo, con sangre en la plaza pública incluida, y me pregunto...

Mira, te voy a decir una cosa antes de que me hagas la pregunta: me niego a hablar del cine español.

No, si ni siquiera tenía claro qué pregunta iba a hacer...

Ya, bueno, pues es que yo tengo amigos franceses, americanos, españoles, brasileños, y no hago ninguna diferencia entre ellos. Son mis amigos, la gente a la que quiero. Como las películas. Las películas que quiero, no miro de qué país son. Así que no quiero hablar del arte en función de la nacionalidad, me parece una aberración. Yo soy antinacionalista total, antinacionalista español, americano, vasco, de todos. Creo que hay que ser muy crítico con el sentimiento nacional, que me parece feo, muy feo.

Se adhirió a última hora al manifiesto contra la orden ministerial que desarrolla la nueva Ley del Cine. ¿Por qué?

Porque aunque la orden tiene cosas buenas y no dudo de la buena intención, hay dos cosas que critico al Gobierno en materia audiovisual. Una, que ha sido de una cobardía impresentable con respecto a las televisiones privadas, a las que está entregando el dinero del cine. Y luego está el problema de las grandes corporaciones, que controlan los Gobiernos, las industrias culturales, los medios de comunicación y nuestra vida en general, porque sólo persiguen el beneficio y les da igual destruir la democracia, el medio ambiente y el libre mercado. Ésta es la batalla pendiente del género humano: ganar la batalla contra las grandes corporaciones. Y en el cine, lo mismo. Y un Gobierno que aspire a tener un buen cine debe apoyar a los creadores, no a los que buscan el beneficio.

Los creadores también buscan a veces el beneficio. Si no, serían, además de creadores, filántropos altruistas, que no parece.

El creador busca hacer una buena película y espera que la bondad o calidad de lo que ha hecho sea premiada con el reconocimiento del público. A veces lo consigue y a veces no. Un creador no busca el éxito, sino hacer algo bien. Y aunque algunos crean que las películas se pueden fabricar como las sillas, no es así. Las películas no pueden hacerse en serie, son prototipos. Se fabrican una a una y con un enorme margen de error.

¿Dónde sitúa el rol de la crítica en el reconocimiento o no reconocimiento de ese esfuerzo creador?

Espero no ser malinterpretado, pero hace como 15 años que yo no leo críticas de cine. Ni sobre mí ni sobre otros. ¿Para qué? Sólo me pueden inducir a error. O provocarme una tristeza innecesaria.

Con perdón, he de decir que me cuesta creerlo, pero en fin...

Pues ni se me pasa por la cabeza. Yo no sé quién puso bien o quién puso mal a La niña de tus ojos, para que te hagas una idea.

¿Cree que la crítica influye, o ya no?

No lo sé, tendría que hacer un estudio de mercado. En cualquier caso, me da igual. Y a los críticos les paga una empresa por escribir de cine. Yo hago películas por amor.

El director de cine Fernando Trueba
El director de cine Fernando TruebaGONZO SUÁREZ
Vídeo: J. MINGUELL / L. ALMODÓVAR

Un "oscar" y 31 "goyas"

Fernando Rodríguez Trueba

(Madrid, 18 de enero de 1955) es uno de los cinco directores españoles galardonados con un Oscar de Hollywood, junto a Amenábar, Almodóvar, Garci y Buñuel.Trueba es el segundo de seis hermanos y estudió Imagen y Periodismo en la Universidad Complutese de Madrid. Debutó en la dirección con la cinta Ópera prima, en 1980, que fue un éxito de taquilla y de crítica.

En 1994 recibió el Oscar por su película Belle époque.

En toda su carrera, en la que cuenta con 13 películas, ha recibido 31 premios Goya de la Academia Española. Su último trabajo, El baile de la victoria, basado en una novela de Antonio

Skármeta, se estrenó en el pasado Festival de San Sebastián y 10 días más tarde fue elegida para participar en la carrera de los Oscar.

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