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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La soledad de Bernanke

Quien pretenda entender la racionalidad de las dificultades políticas que ha de vencer Ben Bernanke para ser reelegido presidente de la Reserva Federal (Fed) debería tener en cuenta la complejidad del debate económico en Estados Unidos. Frente a la indigencia de las discusiones sobre política económica en España, limitadas a huecas declaraciones sobre la prioridad de la protección social que recaban unos, siempre en la estratosfera genérica de la defensa del Estado del bienestar, o la grotesca defensa de la mutilación del gasto público que predican otros -para quejarse a continuación de que "falta Estado"-, en el paisaje político americano se alimenta incesantemente la contraposición de instrumentos de política económica desde intereses económicos bien organizados. Main Street (la economía industrial o real) defiende sus posiciones frente a Wall Street (la economía financiera), se cavan trincheras a favor de los programas de estímulo frente a las de quienes defienden la contención del déficit federal y algunos economistas explican la crisis financiera por la incompetente política monetaria de Greenspan y Bernanke mientras otros culpan del desastre a la débil regulación. Puede suceder incluso que esas u otras diferencias, a veces capitales, a veces de matiz, se den entre votantes de un mismo partido y nadie se ruboriza por ello.

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La reelección de Bernanke pende de un hilo por obvios motivos políticos (es año electoral), pero sobre todo porque hay argumentos (eso sí, manejados con un evidente sectarismo) en contra de su gestión al frente de la Fed. Bernanke no detectó a tiempo el riesgo gravísimo de la burbuja inmobiliaria, minusvaloró las consecuencias de las hipotecas subprime y se mostró demasiado renuente a intervenir en el mercado bancario con el argumento, inmaculado, pero políticamente letal, de que la Fed "no dispone de mejor información que otros para decir cuál es el valor correcto de un activo". Estas imputaciones pueden extenderse a su predecesor, Alan Greenspan, absurdamente convencido de que la sofisticada ingeniería financiera de seguros y reaseguros de las activos traficados y revalorizados era la vacuna infalible para prevenir el estallido de la burbuja hipotecaria.

Pero el resto de los cargos que presenta el Partido Republicano no soporta el peso de las pruebas. La política Bernanke, consistente en inundar de liquidez los mercados, era la más segura para cortar la amenaza de deflación, que, con razón o sin ella, se había convertido en la pesadilla recurrente de todas las voces económicas estadounidenses y algunas europeas. Algo tendrá la táctica de la liquidez exuberante de Bernanke cuando hasta un cruzado del ascetismo monetario como Jean Claude Trichet se apresuró a bendecirla. Si la prioridad era la deflación y el riesgo era catastrófico, mal puede argumentarse ahora que los océanos de liquidez van a generar inflación. Por otra parte, las discusiones sobre política monetaria, siempre interesantes, destilan pocas certezas. Todavía se discute en las cátedras si en 1929 hubiese sido más acertado subir los tipos de interés para sofocar el dislocado crecimiento de la Bolsa o bajarlos para frenar la entrada de dinero caliente. A Bernanke se le podrá acusar de que no vio llegar el temporal, pero no de que le haya temblado el pulso para minimizar los daños.

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