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Fútbol carioca en Valdebebas

El delantero hispano-brasileño Rodrigo, de 18 años, destaca en el Castilla tras saltarse dos categorías en seis meses

Eleonora Giovio

Entre comparaciones y elogios, Rodrigo, delantero hispano-brasileño del Castilla, de 18 años, tiene enamorados a todos en Valdebebas. El domingo, en el Alfredo Di Stéfano, volvió a dejar al público -entre ellos Pardeza y Butragueño- y a sus compañeros boquiabiertos cuando desde la frontal enroscó un zurdazo por la escuadra. Nació en Río de Janeiro, con 11 años se mudó a Vigo y tiene la doble nacionalidad.

Rodrigo mamó fútbol desde pequeño -su padre fue lateral izquierdo del Flamengo e íntimo amigo de Mazinho, con quien montó una escuela de fútbol en el Círculo mercantil de Vigo-. El pasado verano llegó a las categorías inferiores del Madrid, procedente del Celta, y recaló en el juvenil A. Seis meses después, ha dado el salto (de dos categorías) al segundo equipo, se ha entrenado algunas veces con Manuel Pellegrini, quien se lo llevó a Riazor, y ha sido convocado por Luis Milla, seleccionador sub 19.

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"Su progresión es atípica porque es nuevo en la entidad. Le trajimos del Celta, donde estuvo desde los 13 años", cuenta Alejandro Menéndez, técnico del Castilla y hasta el año pasado entrenador del filial vigués. Allí no le quitaba ojo Toni Otero, responsable de las categorías inferiores: "Tiene muchísima calidad, es zurdo pero maneja bien las dos piernas. Define bien, es rápido y sabe jugar muy bien de espaldas". Miguel Pardeza, el director deportivo del Madrid, le hace eco: "Asombra su capacidad para el desmarque, para finalizar la jugada y entender el juego".

"En la jornada 15 llevábamos siete empates seguidos. Teníamos ocasiones pero no las finalizábamos. Y decidimos tirar de él. Ha aportado goles, mejor juego y solvencia en ataque", explica Menéndez. Al técnico del Castilla, Rodrigo le recuerda, salvando las distancias, al Kun Agüero. "Por la arrancada explosiva, por el tren inferior tan fuerte, y por la facilidad para soportar el choque y llegar con profundidad". El delantero lleva cinco goles y ha sido clave para desatascar al Castilla, décimo en el grupo II de 2ªB.

Rodrigo nació viendo jugar a Ronaldo y Rivaldo. Empezó como muchos niños brasileños, jugando en la calle, en el barrio Barra Tijuca. "Delante de mi edificio había una calle enorme donde no pasaban muchos coches y ahí montábamos pachangas utilizando unas chanclas como portería", recuerda. Dice que tuvo la suerte de no vivir entre lujos, pero tampoco en medio de la pobreza. Estudió en un colegio privado, el anglo-americano. "Empecé de lateral izquierdo, luego fui extremo y en el Flamengo, donde entré con nueve años, acabé de delantero", continúa. El Flamengo fue el equipo de su padre, Adalberto, que tuvo que dejar el fútbol por dos graves lesiones de rodilla. "Mi padre conocía a Mazinho, Donato, Bebeto, Zico y Sócrates... y yo crecí en ese ambiente futbolístico. A algunos les veía por casa. El primer recuerdo que tengo es Maracaná. Mi padre me llevó con 7 años, estaba a rebosar y yo estaba asustado, nunca había visto a tanta gente gritando". Su padre vive ahora con él en un piso en Sanchinarro, mientras que la madre está en Panamá con su hermana pequeña, de intercambio escolar. Antes del fútbol, Rodrigo practicó la natación, el tenis, el voley playa y, sobre todo, el fútbol sala. "Eso es lo que te hace adquirir la técnica: juegas en espacios tan cortos que te ayuda a pensar más rápido y aprender a controlar el balón".

"Tiene el ángel de los futbolistas brasileños. Se asocia bien, entiende muy bien el juego, tiene llegada, gol, combina. Además, cubre toda la línea de ataque. Y para una selección que busca un estilo de combinaciones, es el chico ideal", analiza Milla.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.

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