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Reportaje:

Tita libre

María del Carmen Cervera Fernández está desnuda ante el espejo de su alcoba en Mas Mañanas, su casa de Sant Feliu de Guíxols en la Costa Brava de Girona. Por los paneles de hilo se trasluce el Mediterráneo, liso como un plato después de semanas batido por el temporal. Taitu y Laky, sus perritos malteses, dormitan sobre un almohadón. En el tocador descansan los afeites que se acaba de aplicar en el rostro, un poco demasiado terso para resultar del todo natural. Un Lanvin y dos Alexander McQueen sin estrenar refulgen, magníficos, entre las prendas elegidas para las fotos. Eugenia, su camarera personal, le ajusta los modelos. La percha es de primera. A los 67 años, Carmen Cervera, Tita Barker, la baronesa Thyssen en persona, luce en notable estado de conservación el cuerpo esbelto, las piernas firmes y las mismas curvas -"míralas, sin operar"- que la convirtieron en 1961 en la primera Miss España y la catapultaron a una vida insólita incluso para una niña relativamente bien de la posguerra barcelonesa.

"¿Sola? no tengo tiempo. Jamás me permito la soledad ni la depresión"
"He disfrutado de todo lo que la vida me ha dado. No puedes insultarla despreciándola"
"Me falta mi hijo, la tranquilidad por el futuro de mi colección y el de mi familia"
"Nunca he buscado nada. Ha sido siempre en plan de broma o casualidad como me han salido las cosas"
"El arte tiene que ser cierto. si alguien hace algo sólo para vender, se nota"
"Borja es un señor. Nunca quiso dinero. No había lo de esto es tuyo y esto es mío. Era todo nuestro"

A varias vidas, en realidad. Ella es única y muchas a la vez. Pocos acreditan su capacidad de adaptación al medio. Su instinto de supervivencia. Su habilidad para reinventarse según vienen dadas. Esta es la penúltima de las Titas que ha sido y, probablemente, será. Porque la señora de la casa, viuda sucesiva de un galán de Hollywood -Lex Barker, Tarzán-, un vividor venezolano -Espartaco Santoni- y un magnate centroeuropeo -el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza-, es mucho más que esta ex reina de la belleza que se maquilla y se carda personalmente la melena para estar por casa o asistir a una recepción de Estado. Más que la madre soltera de un ocioso treintañero que no le dirige la palabra mientras le reclama su presunta herencia a bombo y platillo. Más que la tardía mamá adoptiva de las dos mellizas de tres añitos que reciben sus clases de inglés en el piso de abajo. Infinitamente más que la gran dama a la que halagan los medios del corazón bonito y que la señora mayor con la que se ceban los del corazón salvaje.

Esos cuya audiencia quizá no sepa o no recuerde que Tita, el nombre que se puso ella misma a los cinco años, es la vicepresidenta de la Fundación Thyssen. La gran conseguidora del arte. La mujer que se ganó a su marido en vida y peleó a muerte con sus hijastros para lograr que los 800 fabulosos cuadros del barón se cedieran -por 40.000 millones de pesetas de las de 1993, eso sí- al Estado y permanecieran juntos en un museo público español en vez de acabar desperdigados por el mundo. La baronesa viuda Thyssen-Bornemisza. Medalla de las Bellas Artes. Orden de Isabel la Católica. El poder fáctico capaz de parar una reforma urbanística amarrándose a un plátano del paseo de Recoletos de Madrid calzada con unas bailarinas Chanel y tocada con un panamá. La mecenas que cede a España su tesoro -la colección Carmen Thyssen, una de las pinacotecas más exquisitas- y el ama de casa burguesa que cuelga los inefables óleos de su mejor amiga presidiendo su salón.

Eso es Carmen Cervera, esta mujer desnuda en su dormitorio blanco y rosa chicle colonizado por decenas de animalitos de cristal Swarovsky. Sus avatares son de dominio público. Su vida, sus vidas, están en las hemerotecas. Quizá por eso no le importe mostrarse como vino al mundo. Ya se la ha visto en cueros antes. Su cuerpo es, no obstante, lo único que descubre en las horas que pasamos con ella. Se muestra simpática, confiada, locuaz. Entra al trapo como y por donde quiere, sin salirse del guión que ha decidido interpretar. Pero las luces y sombras que atraviesan su mirada al contar sus alegrías y sus penas parecen genuinas. Será después cuando recele, se cierre en banda y quiera decir digo donde dijo Diego. Nunca fue una monja, admite, aunque a veces da la sensación de quererlo parecer. Inútil señalarle que sus contradicciones, sus paradojas, sus salidas del tiesto, están al alcance de cualquiera que busque su nombre en Internet. Lo sabe mejor que nadie. Y qué. Tita es Tita, dicen sus conocidos. Y Tita es libre.

-¿Le importa lo que se dice de usted?

-Sí, porque tengo educación. Pero si hago una cosa, la hago con todo mi conocimiento, como y porque me da la gana, estaría bueno. Me he equivocado muchísimas veces. He pedido disculpas si he hecho daño sin querer, o queriendo, pero lo que me da rabia es pasar por lo que no he hecho o no soy.

-Ha tenido una vida intensa. ¿Está disfrutando de su madurez?

-He disfrutado de lo que la vida me ha dado, no lo voy a negar. La existencia te da cosas y no puedes insultarla despreciándolas. Pero tampoco se puede comer dos veces. El mayor placer es sentirte bien. Estar en paz con el mundo. Puedes tener de todo, estar en un lugar maravilloso y estar pensando a mí qué me importa, porque te falta algo.

-¿Y está en paz? ¿Le falta o le sobra algo?

-Me falta mi hijo. Me falta la tranquilidad por el futuro de mi colección y el futuro de mi familia. Nada más.

Y nada menos, le falta decir. La baronesa está triste, no hay más que verla. Bajo su cordial verborrea -todo es "divino, delicioso, divertido"- se trasluce amargura. También coraje. Y determinación. Ocho años después de la muerte del barón, su viuda tiene varios frentes abiertos. Sus desencuentros con Borja, el hijo que tuvo en 1980 de su relación con el publicista Manuel Segura, han pasado a mayores. El idolatrado niño de mamá, adoptado por el barón Thyssen gracias a ella, ha elegido su camino. Y no es precisamente el que Tita tenía previsto. Quien debía ser su mano derecha en el trabajo y la vida, no está por la labor. Su noviazgo y matrimonio con Blanca Cuesta, una chica relativamente bien de Barcelona, nunca fue del agrado de Carmen. Era público y notorio: ella no es de las que disimulan. El nacimiento en 2008 de Sacha, su nieto, sólo templó gaitas el tiempo suficiente para que otra serie de rifirrafes -presunta petición de pruebas de paternidad incluida- profundizara la grieta.

Los últimos episodios han sido épicos. El pasado otoño, Borja acusó a su madre en la portada de Hola de ocultarle la herencia que le legó el barón en el Pacto de Basilea, el cónclave familiar que acabó en 2002 con siete años de encarnizado pleito entre padre, hijos y madrastra por el legado del patriarca. Crecido, Borja se presentó en el Museo Thyssen a por los dos cuadros -un goya y un giaquinto- que dice que son suyos. Tita, descompuesta, dijo hasta aquí hemos llegado y demandó a su hijo y a su nuera por revelación de secretos. Borja anunció acciones legales contra mamá. Los puentes están rotos.

Eso, en casa. Fuera, las cosas no son más sencillas. Puede que los visitantes que llenan el Museo Thyssen -700.000 al año- consideren como un todo el patrimonio allí expuesto. Sin embargo, unas barrocas letras doradas sobre el célebre color siena pálido con el que Tita se empeñó en pintar las paredes contra el criterio del mismísimo premio Pritzker Rafael Moneo pregonan que la colección Carmen Thyssen es capítulo aparte. Propiedad privada. Los 240 cuadros, un deslumbrante paseo por el paisaje del impresionismo y expresionismo internacional, con al menos 20 obras maestras absolutas, son de Tita y sólo de Tita. La cesión gratuita al Estado que realizó en 1999 expira en febrero de 2011. Seis sucesivos ministros socialistas y populares no han sabido o no han podido cerrar un acuerdo para comprar la colección. Este es el año decisivo. Pero la crisis económica, la falta de sintonía con el equipo de Ángeles González Sinde y las cuitas familiares de la baronesa tienen el asunto empantanado. Los bufetes de Garrigues, por parte de Carmen, y Uría, por parte del Estado, esperan órdenes. Tita ya no vende, alquila. Sabe lo que tiene -"mi colección vale 700 millones"- y lo hace valer. "A lo mejor se va a otro país", deja caer, aunque luego recula. "Soy coleccionista, me gustaría dejarles a mis hijos un legado importante en arte, y no en dinero. Lo hago para que tengan un deber, con un alquiler de años se sentirán responsables". Sabiendo que las mellizas Carmen y Sabina aún no han cumplido cuatro años, el destinatario del mensaje parece evidente.

"Ella cambió la vida de mi hijo, y la mía", confiesa Carmen Thyssen mientras se sirve pescado de la fuente que le presenta Eugenia. Resueltas las fotos, y después de retirarse a supervisar la comida de las niñas, la baronesa nos ofrece un almuerzo en el comedor de Mas Mañanas. Menú ligero: salmón marinado, rodaballo al horno, fresas con yogur y café. Tita come con ganas y no se priva de una cerveza, el pan con mantequilla del aperitivo y el bombón del postre. "Nunca he hecho dieta", comenta. La talla 38,5 de sus modelazos de costura o de mercadillo no peligra. "No quiero meterme en si es buena o mala porque cada uno es como es. Lo que sí sé es que a mi hijo no lo veo hace un año, que le he llamado muchas veces y no se pone", añade. El sujeto elíptico que se niega a pronunciar es obvio. "Creo que yo he ofrecido más de lo que he recibido de ella".

-¿De Blanca?

-Claro. Yo la he llevado y la he puesto en sitios importantes. Jamás he cerrado la puerta de mis casas ni he pedido pruebas de paternidad a nadie. Borja nunca quiso dinero, eso es precisamente lo que me molesta. Siempre ha sido un señor. Conmigo nunca ha habido esto es mío y esto es tuyo, era todo nuestro. Estas diferencias de ahora no las entiendo. Yo labro su futuro.

-Pacto de Basilea, Thyssen contra Thyssen, Borja contra Tita según unos, o Tita contra Blanca según otros. Disculpe, pero algunos episodios de su vida parecen un tratado bélico. Va de guerra en guerra familiar.

-Mira, en esta vida hay que asumir las responsabilidades, lo que no puedes es jugar al pimpón. Si tengo un legado del cielo y por alguna razón estoy donde estoy, he de asumirlo y ser correcta. Las querellas en las que estuve involucrada con mi marido se ganaron porque era lo que había que hacer, por seriedad. Lo que he aprendido a lo largo de mi vida es disciplina. Cuando me comprometo, lo cumplo, ya se puede caer el mundo. Hay que ser consecuente, no se puede jugar.

-¿Por eso le duele la actitud de su hijo?

-Sí. No tengo más remedio que poner orden para que mi hijo vea la realidad, porque está muy mal aconsejado.

-Quizá esperaba de él compañía personal y profesional en esta etapa de su vida

-Sí. Lo echo de menos. Lo necesito como hijo y como todo. Un colaborador se puede contratar. Pero lo necesito a mi lado en nuestras cosas. Y cuando digo nuestras cosas, son de mi hijo y mías, como siempre.

Carmen Thyssen-Bornemisza suscribe los lemas de su última familia política. "La vertu surpasse la richesse" (la virtud supera la riqueza), reza el escudo de armas de los Thyssen en Villa Favorita, la histórica mansión familiar en Lugano (Suiza), donde Tita vivió los primeros años de su matrimonio con el barón. "If you seat, you rust" (si te sientas, te oxidas), advierte la divisa personal de su esposo. La máxima cuadra con su carácter. La baronesa no descansa. El Museo Thyssen cuenta con una zona para su uso exclusivo, pero Carmen ni la pisa. Cuando va de visita o a una de las sesiones del patronato, donde se sienta con su civilizadamente detestada hijastra Francesca Thyssen, no deja ni el bolso. Curiosea por la tienda. Brujulea por las salas. Se retrata con todo el que le pide una foto. Va a toda pastilla. Agota a sus colaboradores. Llena la agenda a tope. Programa citas con marchantes, abogados, políticos, periodistas. Desayunos, almuerzos, cenas y veladas en su casa de La Moraleja. Enciende un cigarrillo con otro. Algún whisky para alternar. Cambia de planes cada minuto. No para.

Ella es así, pero desde que falta su marido, su hiperactividad -otros dicen ansiedad- se ha exacerbado. "La muerte del barón la dejó desarbolada", dice alguien que la conoce bien y que, como todos los demás consultados para este retrato, pide anonimato. "Tita quería a Heini. Ella le alegraba, y él la serenaba, se sentía protegida. Él estaba loco de amor: siempre la sentaba enfrente en las cenas para mirarla, y ella le tenía mucho respeto. Es indómita, sí, pero si el barón daba un grito, se cuadraba", dice un próximo. Ahora Tita no se cuadra ante nadie.

Su mano derecha, y la izquierda, es ella misma. Y a veces se le van. "Tiene un grupo de consejeros de los que se fía, y a los que utiliza y escucha según le conviene, hasta que deja de hacerlo. Entonces actúa, y puede salir por peteneras. Tiene una vena kamikaze que nadie controla, ni ella misma", aporta un miembro del círculo. Es cuando, por ejemplo, irrumpe en una rueda de prensa con los corresponsales culturales de los grandes medios y suelta, así, en confianza, que su hijo está "abducido por una secta". O cuando -está en Youtube- sale de inaugurar una exposición de altos vuelos y se va derecha hacia una periodista del corazón que la espera para preguntarle por su última trifulca. Luego lo ve publicado, se horroriza, niega la evidencia. Y le monta una bronca infernal a quien considera responsable. Tita es "ladradora y poco mordedora", coinciden sus conocidos, pero el ruido que ella misma ayuda a levantar a su alrededor acaba por ensordecer su auténtico discurso.

"No es consciente de la erosión que su continua presencia en los medios del corazón provoca en su imagen", sostiene un conocido. La baronesa tiene su propia percepción. Se siente querida. "Todos quieren hacerse fotos conmigo", arguye, pero no se puede gustar a todo el mundo. Si a Cristóbal Colón, "con lo que fue Colón", le ha tratado tan mal la historia, ella no va a ser distinta. Sus colaboradores están hartos de sugerirle que no dé cancha a los medios rosa, pero ella va por libre. Le gusta salir en Hola. Es una celebridad de la vieja escuela. De los tiempos en los que uno no era nadie hasta que salía en esa revista que ojea el quién es quién internacional. Así que está cuando la llaman. Lo considera una atención a la sociedad. Y un tributo a su vanidad. Le sacan fotos espléndidas y no esas otras que le roban por la calle en las que sale poco favorecida. Aquí estoy yo, viva, coleando y todavía presentable. Ese es el mensaje que desea transmitir.

Es cierto. Es más guapa al natural. La baronesa se cuida. Los retoques de su rostro son evidentes, pero el vigor de sus piernas y sus brazos no se adquiere en ningún quirófano. Cuando está en Sant Feliu se levanta a las siete, desayuna y se pone en marcha. En verano baja los 100 escalones largos hasta la playa y nada hasta que empieza a llegar gente. Vuelve a subirlos y ordena la intendencia del día. Del menú de las niñas al del servicio. Despacha con Rosana, su secretaria personal. La gestión de un patrimonio de muchos cientos de millones de euros entre negocios, inmuebles y activos lleva su tiempo. Además, está el arte. La baronesa recibe todos los catálogos de todas las subastas. Compra menos, pero aún puja cuando algo la enamora. "¿Ves esto?", dice señalando la blusa de McQueen -no menos de 1.000 euros en tienda-, "dudé si comprarla. Pero si sé de un cuadro que me gusta, me lanzo". Cervera está al día en arte contemporáneo. Le chifla Jeff Koons, pero los formoles de Hirst o las performances de Abramovic le aburren soberanamente. "El arte tiene que ser cierto. Que quien lo hace se lo crea. Si está hecho para vender, se nota", sentencia.

Después del trabajo, Tita ejecuta su sesión diaria de pilates con Nuria, su monitora privada. Si se tercia, se llega a la lonja a por un rodaballo tan fresco como el de hoy. O se viste de trapillo para pintar sus célebres flores al pastel o arreglar las del jardín. Las tardes son para las niñas. Carmen y Sabina la tienen loca. Le llaman mami y se derrite. Hacía tiempo que no escuchaba esa palabra.

Borja Thyssen es el fantasma de Mas Sonrisas. La masía -el doble de espectacular que Mas Mañanas- que su madre compró para él un poco más arriba en los 40.000 metros de su finca está vacía. "Hace mucho que no viene", comenta Fatimina, la gobernanta portuguesa. Fátima, heredada del servicio del barón en Villa Favorita, lleva 29 años con Carmen. Es una de los 80 empleados que tiene en nómina. Doncellas uniformadas con batas de rayas blancas y rosas, jardineros y operarios que se dirigen a "la señora" con naturalidad. Cero ceremonia. Como Eugenia, que lleva 11 años vistiéndola. O Enric, su chófer de toda la vida, y los escoltas -"los policías", dice ella- que velan su sueño y el de las mellizas en Sant Feliu. El resto del personal permanece a sus órdenes en sus casas de Lugano, Madrid, Marbella y Mallorca, entre otras. El Mata Mua, el barco que heredó del barón, está amarrado en puerto en perfecto estado de revista por si surge alguna singladura. Hace mucho que Tita no va de vacaciones exóticas. Una de las últimas fueron las de 2006, con Borja y Blanca, en Punta del Este. Pero Borja no está. Borja se fue. Y aunque una cuadrilla de mujeres le atiza a los cojines de Mas Sonrisas en el típico zafarrancho de limpieza de primavera, no es probable que vuelva en breve.

"Tita está habituada a doblarle el brazo a la realidad. A hacer que las cosas sucedan, y esta es de las pocas veces que no se sale con la suya", dice un amigo. "Eso la tiene perdida, herida y sola porque aunque parezca que sí, Tita no tiene estrategia. Reacciona a los acontecimientos y ahora no lucha contra el mundo, sino con su hijo, y tiene mucho que perder", aporta otra voz cercana. "Carmen tiene muchos cuadros, pero ella es su mejor obra de arte", añade una tercera. "Ha vivido varias vidas en una, ha pasado compuertas, ha sido pionera en muchas cosas, se ha puesto el mundo por montera. Si conserva el equilibrio, puede darse con un canto en los dientes. Pero a la vez sigue siendo la chica alegre y algo naif que fue Miss España. Esa es su grandeza y su debilidad".

Esa soledad y esa determinación para adaptar la realidad a sus deseos están detrás, según algunos, de su decisión de ser madre a los 63 años. Alguien ofrece una explicación a quien no entienda que una señora de su edad mueva cielo y tierra para traer al mundo -mediante un vientre de alquiler en Estados Unidos- a dos criaturas. "Se sentía sola y quería tener algo suyo. ¿Visión dinástica? ¿Presión a Borja para asumir responsabilidades? Quizá eso vino después. Tita no tiene plan B. Aplica a su vida creatividad y fantasía desde niña. Vive en carne viva".

Las deliciosas memorias que publicó en 2009 en Hola lo corroboran. El regio Yo, Tita Thyssen del título es elocuente. La protagonista justifica su abolengo y el de sus maridos. Segunda hija de Enrique Cervera y Pilar Fernández, retrata a su padre como un acomodado ingeniero catalán, y a su madre como una mujer moderna, fuerte y emprendedora, hija de un hidalgo en cuya casa de Valladolid se servía la mesa con librea. Otras fuentes y biografías no autorizadas hablan de un origen bien distinto, pero ella aduce que sus memorias "no tienen nada de desmemoriado". Es su palabra contra el resto.

Separada pronto, su madre la educó como una chica bien. Viajes, internados extranjeros y algún correctivo para devolver al redil a la nena, convertida en una mujer despampanante desde que, a los 10 años, le brotaran los poderes en forma de un rostro agraciado, una sonrisa pícara y un cuerpo de infarto. "Los chicos se peleaban por dejarme la bici. Se rifaban un beso. El mundo cambió para mí". Siempre con moscones cerca, la alegría de la playa se dejaba querer.

-Su primer arma fue la belleza. ¿Fue consciente de ese poder?

-Siempre he tenido éxito con los hombres. Más que poder, la belleza da tontez, pavo. Me sentía feliz con que me miraran, pero nunca la usé para lograr algo. Jamás.

-Conoció a Lex Barker en un avión. Al barón Thyssen, en un crucero en Cerdeña al que no pensaba ir. Según lo cuenta, todo en su vida parece fruto de la casualidad.

-Pues sí. Yo no he buscado nada, ni ir a ningún sitio, ni presentarme, ni hacer algo para conseguir una cosa. Ha sido siempre en plan de broma, o en plan divertido o de casualidad como me han salido las cosas.

-Muchos piensan que su madre la entrenó para cazar a un millonario.

-Nunca. Le habría gustado que fuera bailarina, pero soy demasiado grande; que estudiara una carrera, pero por ahí no pasé, la vida era demasiado divertida para estar estudiando. Así que, como era imposible conmigo, hizo que aprendiera idiomas.

Inglés, francés, alemán, italiano. Sus idiomas, su desparpajo y su palmito fueron sus pasaportes al mundo. Empezaban las vidas de Tita. Con Barker fue una veinteañera latina en Hollywood. Tenis, playa, fiestas. Amigos actores. Gente guapa. Allí conoció a Mercedes Lasarte, la autora de los cuadros presuntamente naifs que adornan Mas Mañanas. Fallecido Tarzán de un infarto, Tita renace como una espectacular viuda de 30 años en plena España del destape. De entonces datan sus papeles -"la guapa azafata de Aeroméxico", dice una reseña- en películas de Paco Martínez Soria. Su infausto matrimonio con Santoni, un bígamo encantador que casi la arruina. Su romance con Segura y su maternidad, sola, a los 37 años. Tenía Borja un año cuando abordó el crucero que le cambió la vida. Tita muta en baronesa Thyssen. Un golpe de suerte, para algunos. Un destino a la medida de una mujer fascinante, para otros.

"Misses hay cientos. Mujeres de millonarios, decenas. Tita, sólo una. Algo tendrá", dice una conocida. "Los clichés con ella son relativos: es folclórica, sí. Pero no tiene un pelo de tonta; es intuitiva, valiente, rápida, luchadora y más lista que el hambre", comenta otro allegado. "Es un bellísimo perro callejero", dijo de ella, hechizado, un diplomático sueco tras la inauguración del Museo Thyssen. Tita brillaba como nunca. Entendió que el barón era el protagonista, y ella, la guinda del pastel. Con ideas propias, eso sí. Además del color siena, impuso a Moneo el suelo de mármol y no de madera. "Por mi amor a los árboles", dice ella. "Porque le salió la vena maruja y era fácil de limpiar", dicen otros. Muchos museos bregan hoy con el declive de su parqué mientras el pavimento del Thyssen brilla como el primer día.

Esos años, el barón y la baronesa paseaban triunfales por el mundo. Borja crecía entre nanas y preceptores entre Lugano y La Moraleja. A las faldas de su abuela y de su madre. "Trabajar con Tita te hace sentir como un apéndice, imagino cómo podía sentirse Borja", dice un ex colaborador que cree que el joven está atravesando, a los 30, la adolescencia que no pasó a los 15. Quienes le conocen retratan a Borja como un chico noblote, educado, "buen niño". No especialmente brillante. Tímido. Influenciable. "Llegó una chica que le hizo caso, le creó un mundo propio y él se tiró de cabeza". Hasta hoy.

Fallecido el barón, Carmen también viró de rumbo. En vez de frecuentar la alta sociedad que tanto le bailaba el agua cuando era baronesa consorte, la viuda ha tirado por la calle de en medio. "Podría salir con quien quisiera, no es cierto que le hagan el vacío, es ella la que rechaza las invitaciones", dice una amiga. "Carmen tiene una dualidad brutal. Por un lado, le duele la indiferencia de las marquesonas y las señoras de, que la tachan de advenediza sin clase. Pero por otro, se mataría de aburrimiento con ellas. No soporta el corsé y la falsedad social. Es la antiesnob. Desconfía de todos, cree que van a esquilmarla, y se ha acercado a la gente que le divierte. No olvides que Tita está bajo la baronesa Thyssen". Mercedes Lasarte y Antonio Salcedo -un malagueño que ejerce de chevalier servant- son, con la ex ministra Carmen Calvo, algunos de sus próximos.

Así vive hoy la baronesa. Triste en el fondo y encantada de la vida en la forma. Por algo decía el barón que Tita le daba "alegría, Macarena". Adora el color y la exuberancia. En sus casas y en sus cuadros. Su pintura preferida es Mata Mua, de Gauguin. Hasta el título, Érase una vez, en tahitiano, le va que ni pintado. Un cuento, una escena pastoral, un mundo feliz. Pero Tita es dual. Por una parte le gustaría estar en Mata Mua; por otra, se crece en los líos. "Tita ama el melodrama", apuntan. Ella disiente. "No me gustan los dramas, pero sí, toda la vida me han perseguido, me ha tocado. Hay cosas que se repiten: fui la quinta y última esposa de Lex, y de Heini. Me casé en 1965, 1975 y 1985".

-Y ha sido dos veces madre soltera.

-Sólo he sido madre una vez.

-¿Y las niñas?

-Ah, sí [ríe]. Fíjate qué gracia, nunca se me había ocurrido. Y ahora soy abuela soltera. Qué destinos más especiales.

Lo dice alguien que va al vidente una vez al año -otros multiplican la frecuencia-, como quien va al psicólogo. Antes de irnos, Tita quiere enseñarnos "el tenis y el cine". Cruzamos la calle y Eugenia abre otra finca donde Zipi y Zape, dos pastores alemanes, guardan la pista de tierra y la sala de proyecciones -una inmensa leonera atiborrada de sofás, billares, futbolines y una barra presidida por un pelícano de cristal de más de un metro de envergadura- en la que Borja y ella solían ver películas de amor y lujo. Pero eso se acabó. El cine de ahora no le gusta tanto. "Ya no hay glamour. Mira el Oscar de este año. Para ver cabezas cortadas ya está el telediario". Este fin de semana podará los magnolios. Cuando acueste a las niñas, puede que lea un rato. Marilyn y JFK, una crónica del romance entre el símbolo sexual del siglo XX y el presidente Kennedy, la entretiene estas noches. A las once apagará la luz.

-¿Se encuentra sola?

-No tengo tiempo. No he sabido lo que es la soledad ni la depresión porque no me lo he permitido jamás. Leí de pequeña Lo que el viento se llevó y se me quedó una cosa grabada. Cuando algo me amarga, digo como Scarlett OHara: lo pensaré mañana.

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