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Las consecuencias del ajuste económico
Columna
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Alto riesgo

Josep Ramoneda

El Gobierno se ha puesto a gobernar, como pedía Felipe González. La pena es que no lo hiciera antes cuando Zapatero se jactaba de lo gustoso que es gobernar cuando sobra el dinero. Era entonces un buen momento para emprender reformas de calado, que obedecieran a un proyecto y tuvieran sentido propio. Cierto es que los Gobiernos, por lo general, solo actúan bajo presión. Es lo que distingue a un buen Gobierno de un Gobierno mediocre, a un Gobierno que tiene un plan de acción de un Gobierno que va sorteando obstáculos con más o menos fortuna.

No hay duda de que España necesita una reforma laboral. Pero tampoco hay duda de que esta reforma no puede girar solo en torno al coste del despido. En un país en que hay más de cuatro millones de parados es difícil de vender la especie de que despedir es caro y complicado. Una reforma laboral no debería tener como objeto facilitar el despido sino crear las condiciones para que se tengan que hacer los mínimos despidos posibles. Y una reforma así es imposible cuando desde fuera se le están exigiendo al Gobierno plazos y resultados en una dirección muy determinada. Una representación del llamado grupo de los cien economistas ya advirtió a Zapatero de que si no endurecía el documento respecto al borrador que se dio a los agentes sociales, los mercados no se darían por satisfechos. ¿Cuál es la función del gobernante, velar por el interés general de los ciudadanos o cumplir los designios de los mercados?

España necesita una reforma laboral, pero no puede girar solo en torno al coste del despido
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Es probable que desde la ortodoxia económica se sustente que interés general y voluntad de los mercados es la misma cosa. Pero me parece difícil de defender cuando estos días se están conociendo datos de instituciones financieras europeas -es decir, de países no solo amigos, sino socios- lanzados a especular contra España.

En cualquier caso, la realidad es concreta: el Gobierno hace una reforma laboral bajo la presión de los mercados. Ciertamente si esta es la razón para hacerla, el veredicto de los mercados se convierte en decisivo. De modo que la reforma lleva denominación de origen. Y los mercados siempre quieren más. Es su carácter. O si se prefiere la lógica del sistema.

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Zapatero se la juega en tres frentes. El frente de los mercados -y del Gobierno de Europa, que empezó queriendo plantar cara a la especulación y cada día está un poco más a su servicio-. O los mercados aceptan la reforma o siguen tirando contra la economía española o las dos cosas a la vez, que también es posible en este juego de espejos deformantes.

En el frente social, los sindicatos, conscientes de que no podían salir bien librados de una negociación tan marcada, buscan la legitimación que la mesa del pacto no les ha dado. Y apelan al símbolo máximo de su lucha: las mitificadas huelgas generales. Los sindicatos han sabido administrarlas con cuidado, de modo que sus convocatorias se han convertido en hitos de la democracia. Y buena parte de su fuerza viene del hecho de que se les reconoce que son los únicos que tienen capacidad para parar este país. En momento de zozobra, vuelven a este recurso. Pero lo hacen con inseguridad y se nota. Una huelga general con tres meses de antelación es más una consigna que una huelga. Del mismo modo que la huelga les ha dado históricamente la capacidad de intimidación que les legitima, el fracaso de la huelga les dañaría seriamente, en un momento en que hay muchos trabajadores que piensan que no todos son iguales a los ojos de los sindicatos. Y que los menos iguales son los parados. No creo que el frente sindical sea un riesgo alto para Zapatero.

El tercer frente es el político. El decreto se tramitará parlamentariamente. Una derrota dejaría a Zapatero en un callejón sin otra salida que la dimisión o la convocatoria de elecciones. El PP lleva tiempo pidiendo la reforma laboral. El PP siempre ha aceptado que hay que cumplir los designios de los mercados, porque el mundo es así. Sería difícil de explicar que votara en contra, pero también lo era en el caso del ajuste y lo hizo. Entonces quedó claro que para Rajoy solo hay una estrategia, tumbar a Zapatero ya. CiU lo evitó. ¿Lo evitará esta vez si el PP opta por matar la legislatura, por encima de cualquier otra consideración? Zapatero corre innegables riesgos, ganados a pulso por no haber tenido la osadía de hacer reformas cuando el dinero abundaba y la presión era escasa.

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