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Reportaje:UNA HERENCIA MARCADA

El mayordomo infiel

Las conversaciones registradas furtivamente en la casa de la mujer más rica de Francia, enfrentada a su hija por la herencia, salpican al ministro de Trabajo y al Gobierno de Sarkozy

Antonio Jiménez Barca

El mayordomo Pascal entraba en uno de los aposentos de la casa de la mujer más rica de Francia, dueña de una fortuna de 16.000 millones de euros, colocaba la bandeja de té y los bombones, y justo antes de que llegara la señora y su visita, conectaba la pequeña grabadora escondida en una mesa próxima, envuelta en una tela para que nadie la viera:

-Patrice, ¿cuánto le he dejado a Banier?

-Legatario universal, madame Bettencourt.

-Es decir...

-Todo.

-¡Ah, no...!

Otro día, Pascal, como siempre, se anticipaba con el café y las pastas, y antes de que la anciana madame Bettencourt se sentara junto a Patrice de Maistre a hablar de su inacabable fortuna, sacaba la grabadora de la chaqueta y la colocaba donde siempre, encima de la mesa, envuelta en la tela negra de siempre. La conectaba y se iba antes de que los otros comenzaran a hablar:

Durante más de diez meses Pascal B. grabó las conversaciones privadas (e íntimas) de la heredera del imperio L'Oréal
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-Si usted quisiera hacerme un regalo, madame Bettencourt, tendría que ser en una cuenta de Suiza, no aquí. Así podría comprarme el barco de mis sueños... (...)

-¿Usted sabe cuánto tengo allí?

-Creo que unos 60 u 80 millones.

-¿Y tiene que ser ya, Patrice?

-Me haría muy feliz, aunque viviría sin eso, ja, ja, ja...

Las reuniones siempre se celebraban en el viejo despacho del señor Bettencourt, fallecido hace años, de cuya limpieza y mantenimiento se encargaba siempre su ex mayordomo personal, Pascal, el que se ocupó de él hasta su muerte. Por eso nadie notó jamás que el pequeño bulto envuelto en la tela negra encima de la mesa a veces estaba y a veces no.

-¿Y yo le regalé una isla a François-Marie Banier?

-Bueno, sí, madame Bettencourt, pero el problema no es ese; el problema es que él, al menos, debería ocuparse de mantenerla.

Durante más de diez meses, Pascal B., de 47 años, distinguido mayordomo de lujo de la familia Bettencourt desde 1998, con un sueldo de 7.000 euros al mes (antes trabajó en el palacio amurallado del Aga Khan en Chantilly), grabó las conversaciones privadas (y a veces íntimas) que Liliane Bettencourt, de 87 años, heredera única del imperio L'Oréal, mantuvo, entre otros, con el gestor de su inacabable fortuna (Patrice de Maistre), con su notario o con su mejor amigo, el fotógrafo (François-Marie Banier), declarado heredero universal y objeto de regalos por parte de la anciana por valor de 1.000 millones de euros.

En medio del ruidito de las cucharillas batiendo contra las tazas de porcelana, en las grabaciones se distinguen las voces de los interlocutores, que, forzados por la sordera de la millonaria, se ven obligados a repetir todo varias veces. Incluso hay una ocasión en que madame Bettencourt se queda dormida y se escuchan sus ronquidos. En otras, simplemente, De Maistre informa a la anciana de que va a tener que moverse para arreglar sus cuentas suizas:

-Tenemos que arreglarlo antes de Navidad, señora Bettencourt. A partir de enero, (...) Francia puede pedir a los suizos que digan si usted tiene o no una cuenta allí. Me estoy ocupando de trasladarla a Singapur. En Singapur no pueden hacer nada.

Pascal grabó furtivamente, desde mayo de 2009 hasta mayo de 2010, en un ambiente resbaladizo: en 2008, dos semanas después del entierro de su padre, la hija única del matrimonio, Françoise Bettencourt Meyers, denunció ante los tribunales al amigo de su madre, François-Marie Banier, por "abuso de debilidad", acusándole de aprovecharse de la senilidad de la anciana para hacerse regalar cheques multimillonarios, cuadros de Picasso, Dalí o Matisse, o islas enteras. Banier, con 26 años menos que Liliane, conocido en la sociedad mundana de París desde los años sesenta, es (o ha sido) fotógrafo, escritor, pintor e inventor de nombres de perfumes (Poison, de Dior, se le ocurrió a él). También es (y ha sido siempre) un inteligentísimo vividor, amigo de arrimarse siempre a los que más tienen, de infancia desgraciada con padre violento y madre desapegada, y juventud gloriosa al lado de Dalí y Horowitz, entre otros. Un tipo bellísimo a los 25 años ("era bello como Rimbaud y ahora soy un viejo molusco", dijo de sí mismo) que utilizó su primera (y exitosa) novela, Las segundas residencias, para ajustar cuentas con su familia y declarar su condición de homosexual. Algunos le consideran un ejemplo muy parisiense de artista anticonvenciones; otros, el caradura con más puntería de Saint-Germain-des-Prés. Hace unos meses, él se definió en la radio: "Soy un tipo cualquiera".

La familia más rica de Francia se descompuso con la denuncia: la madre (bella en su tiempo, algo mundana siempre, seductora, amiga de viajar en jet privado con François-Marie a Marraquech, Bretaña o a la dichosa isla...), dejó de hablar a la hija (nunca tan guapa, muy religiosa, muy culta, autora de libros sobre la Biblia y sobre mitología griega, amante de las misas en latín y de cierta austeridad un poco a contracorriente de su propia vida de multimillonaria).

"¿Qué mosca le ha picado a mi hija?, ya no la veo, ni siquiera tengo ganas de verla. Para mí se ha convertido en algo inerte", contestaba la madre en una entrevista al Journal du Dimanche hace más de un año. "Me piden mucho, y unas veces digo sí y otras no", añadía hace una semana en Le Monde. "Ya es hora de que la justicia aparte de un vez a Banier y su banda de mi madre, que es la víctima. A mí me corresponde como única hija protegerla", responde la hija en otra entrevista que sale hoy en Le Figaro-Magazine, en la que recuerda que ella, como descendiente, controla ya las acciones de L'Oréal, que constituyen el 80% de la fortuna de su madre. El resto, el 20%, más de 3.000 millones, se decidirá en el testamento tantas veces aludido en las conversaciones grabadas robadas por Pascal.

-[Por el juicio que se avecina] Él, Francois-Marie, prefiere no aparecer, madame Bettencourt.

-¿Que él prefiere qué, señor Normand? [notario de la anciana].

-No aparecer.

-¿Cómo qué?

-Como heredero.

-¿Cómo duradero?

-No, como heredero, ya sabe, aquel papel que firmamos.

Estas dos mujeres tan opuestas viven aún en palacetes contiguos en Neully, las afueras ricas de París, pero solo los nietos cruzan la barrera. La denuncia se hizo pública y la discreción que rodeó siempre a los riquísimos pero (siempre considerados) mesurados Bettencourt saltó por los aires. Hay quien describe -entre ellos se cuenta la hija- a Liliane como una anciana senil, tan millonaria como desamparada, rodeada de riqueza y falsos amigos revoloteando en torno de su fortuna; otros (entre ellos, la anciana misma), como una señora mayor decidida hasta el final a vivir a su aire.

Mientras, el mayordomo Pascal grababa movido, según su abogado, Antonie Gillot, por un afán de supervivencia, de guardarse las espaldas (algunos empleados, tras declarar a los especialistas de la policía que investigaban la denuncia de la hija, habían sido despedidos), y también por cierto amor y afecto a la familia, sobre todo al difunto señor Bettencourt. El abogado de la anciana, Georges Kiejman, niega las angélicas intenciones de Pascal, que encara también una denuncia por violación de la intimidad, y sostiene que detrás de todo el embrollo se oculta la larga y poderosa mano del abogado de la hija, el penalista más conocido de Francia, Olivier Metzner, que ya defendió a Dominique de Villepin en el caso Clearstream y que defiende ahora a Jérôme Kerviel, el broker famoso por perder en una semana más de 5.000 millones de euros del banco en el que trabajaba, la Société Générale. "Metzner es el cerebro de todo este complot", sostiene el abogado de la millonaria. No solo él lo piensa. La semana pasada, Patrice de Maistre, el gestor de la fortuna de la millonaria, amante de la caza, los barcos de vela y el golf, en un descanso de la actuación del ballet Barychnikov en el teatro de Châtelet de París, se abalanzó contra el conocido penalista, rojo de ira: "Lo que usted hace es innoble".

Sea como fuere, empujado por quien fuera, por propia iniciativa o no, Pascal grabó casi 25 horas de conversaciones, repartidas en una treintena de charlas. Y de rebote, seguramente sin pretenderlo, sus grabaciones se han convertido, al hacerse públicas por el periódico digital Mediapart y el semanario Le Point, no solo en un venenoso asunto de familia, sino en una explosiva cuestión de Estado. Porque en las conversaciones de la mujer más rica de Francia con sus asesores y amigos, entre bombones y pastas y sorbitos de vino dulce, han salido a relucir políticos, ministros y hasta el mismísimo presidente de la República.

Un día, por ejemplo, el gestor de Maistre aconsejaba a la millonaria firmar unos cheques en plena campaña para las elecciones regionales.

-Valérie Pécresse, madame Bettencourt, es la ministra de Investigación. Ella hace campaña para ser presidenta de París. Va a perder, pero usted debe apoyarla. Son cantidades pequeñas. Tenemos que demostrar que los apoyamos. Este segundo es para el ministro del Presupuesto, y el tercero, para Nicolas Sarkozy.

Pascal Wilhem, abogado de Maistre, especificaba hace días en el Journal du Dimanche que las cantidades de estos cheques ascendían a 7.500 euros cada uno, que constituían "donaciones a la UMP" perfectamente ajustadas a la ley francesa de financiación de partidos políticos.

Pero las grabaciones no escondían solo eso. La verdadera bomba de relojería se ocultaba en la conversación de otra tarde en la que De Maistre le comentó algo enfadado a la anciana:

-Me equivoqué cuando contraté a Florence. Confieso que cuando lo hice, su marido era ministro de Presupuesto y me pidió que lo hiciera, y bueno, ahora, con el juicio y eso...

Unos meses más tarde, el gestor de la inacabable fortuna de Liliane Bettencourt volvía a mencionar al por entonces ministro de Presupuesto:

-He hecho venir al ministro Eric Woerth, madame Bettencourt.

-¿Y quién es ese?

-Bueno, es el marido de madame Woerth, la que trabaja para usted, una de mis colaboradoras, esa no muy alta... Él es muy simpático y, como ministro de Presupuesto, se ocupa de sus impuestos, lo que no es ninguna tontería. Muy simpático, un amigo.

Eric Woerth, pues, no era un ministro cualquiera en un área cualquiera. Al frente del Ministerio de Presupuesto, se encargaba por esas fechas de comandar una campaña antifraude, precisamente, contra las cuentas bancarias emplazadas en Suiza. En la UMP, el partido de Nicolas Sarkozy, se encargaba además de la tesorería. Además, promocionado desde marzo como ministro de Trabajo, ha sido comisionado por Sarkozy para encauzar la reforma de las pensiones, que prevé el retraso de la jubilación en Francia. Es decir, la medida más importante (y más contestada en la calle) del Gobierno francés en estos momentos. Concienzudo, tenaz, discreto (hasta ahora), Woerth parecía conducir tan bien el asunto que en algunos círculos ya se le señalaba como futuro primer ministro.

Así que la revelación de que su mujer trabajaba como economista asesorando a la mujer más rica de Francia, con cuentas oscuras en Suiza (o en Singapur), y que lo hacía, precisamente, cuando él era el ministro encargado de perseguir el fraude fiscal, le ha explotado a Woerth en la cara en el momento más delicado de su carrera.

Florence Woerth se apresuró a aclarar que ella desconocía los manejos financieros de su jefa en el extranjero, pero acabó dimitiendo el martes pasado para no salpicar (aún más) a su marido. Por su parte, el ministro de Trabajo ha anunciado que se querellará contra los que le han acusado de hacer la vista gorda sobre los desvíos fiscales de Bettencourt, sigue comandando la reforma de las pensiones, recibió el apoyo de Sarkozy en el último Consejo de Ministros, pero su trayectoria política parece ya lastrada para siempre: muchos dudan ya de que sea jamás primer ministro.

La anciana ha asegurado que trasladará a Francia sus cuentas suizas. Pero el folletín Bettencourt continuará debido a que hay minutos de la grabadora de Pascal no transcritos aún y a que el uno de julio comenzará el juicio que aclarará si Banier, el dandi sesentón hipermillonario y seductor, se aprovechó de Liliane o no. Así, será el juez quien intercederá entre dos hijas únicas unidas por miles de millones de euros y un imperio industrial casi infinito, separadas por dos caracteres opuestos, que viven casi en el mismo palacio, que se han querido mucho, pero que, como en tantas familias, ya no se hablan por cosas de herencias.

En el fondo, como escribió sin mucha ironía hace días en Le Monde el psiquiatra Jérôme Pellerin, "los Bettencourt son gente muy común".

El fotógrafo francés François-Marie Banier, declarado por Liliane Bettencourt su heredero universal.
El fotógrafo francés François-Marie Banier, declarado por Liliane Bettencourt su heredero universal.AFP/ABDELHAK SENNA.
Liliane Bettencourt, principal accionista  de L'Oréal. Abajo, Eric Woerth, ministro de Trabajo francés, junto a su mujer.
Liliane Bettencourt, principal accionista de L'Oréal. Abajo, Eric Woerth, ministro de Trabajo francés, junto a su mujer.JULIEN KEKIMIAN/WIREIMAGE Y EPA

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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