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Reportaje:Vida & Artes

La cordialidad o la competición

Los aspirantes al Tour aplican códigos no escritos que para algunos adulteran el deporte - Los límites del juego limpio son una opción personal

Amaya Iríbar

Nunca una cadena de bici dio tanto que hablar. Nunca el hecho de que un deportista, en este caso el español Alberto Contador, decidiera ir a por todas en el momento en que su máximo rival pedaleaba sin avanzar, creó tal polémica, la mayoría a favor, algunos menos en contra. Pocas veces se ligó un gesto de este tipo al juego limpio, a la deportividad. Ni se cuestionó que el líder, ya casi campeón, regalara una etapa a su amigo derrotado, como hizo Contador con Schleck el jueves.

Pero esto es el Tour. Esto es ciclismo. Este es el deporte en el que el líder baja de la bicicleta, aún dolorido, sudoroso y renqueante por el esfuerzo, y dice, sonriente, en la primera entrevista de televisión que no se ha dado cuenta de que Andy Schleck se quedaba atrás, algo difícil de creer en un mundo plagado de pinganillos; que recibe pitos y gritos de desaprobación del público cuando se viste de amarillo; que horas después, tras el masaje, la cena y el descanso, y tal vez tras pensarlo un poco, pide disculpas públicas nocturnas desde la intimidad de su habitación en un vídeo que dará la vuelta al mundo en pocos minutos. Y esta es la carrera en que los enemigos de ayer, en la etapa de las etapas, en el Tourmalet, acaban entre abrazos y risas, Andy con el triunfo del día y Contador, más cerca de sus terceros Campos Elíseos, la gloria del ganador del Tour.

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Los hay que se echan las manos a la cabeza y proclaman el fin del ciclismo. La cordialidad como verdugo del deporte.

Como Federico Bahamontes, don Federico, el primer campeón español de la ronda francesa que, seguidor como es del Tour, se lamenta: "Acabarán por hundir el ciclismo". Al héroe de la bicicleta en blanco y negro le llevan los demonios con lo que está pasando: "Esto es un espectáculo. El ciclismo no puede ser un teatro. En ningún deporte pasa esto. En mi época salíamos a por todas y fuera podíamos ser amigos, pero en carrera éramos rivales, había que ganar".

Pero los que están dentro saben que el ciclismo actual es de otra manera, que hace tiempo que dejaron de ser héroes solitarios contra las montañas y los elementos. Que por las venas de estos deportistas inhumanos corren estrategias de equipo, alianzas e intereses particulares y un sinfín de leyes no escritas, la ley del pelotón. Y que a veces ni el pelotón se pone de acuerdo.

El lunes, después de que Contador decidiera no frenarse en el Balès, ciclistas retirados como Hinault, ganador de cinco Tours, y Jalabert aplaudieron la decisión del español. "Esto no es un problema de fair-play, sino un incidente mecánico", resumió el segundo el sentir de muchos aficionadosal. En carrera, Carlos Sastre, sacó el puñal: "Estamos haciendo del ciclismo una patraña de niñatos", sentenció.

Al final atacar o esperar cuando el rival tiene problemas es una decisión personal, de cada ciclista, de cada deportista, coinciden todos. Probablemente si Contador hubiera esperado a Schleck otros le hubieran criticado por descafeinar la competición, como pitaron a los ciclistas tras la etapa de Spa, cuando tras una montonera en la que se vio involucrado el luxemburgués el pelotón decidió esperar. Algunos hablan de juego limpio, otros de ciclismo de guante blanco y algunos más acuñan el rimbombante nuevo ciclismo. "No se había visto nunca, tal vez sean cosas del ciclismo moderno", confesó ayer Miguel Madariaga, mánager del Euskaltel, a la agencia Efe. "Por una caída se puede parar y esperar, pero por una avería no. Pero son los ciclistas los que deciden estas cosas".

Si abrimos el abanico más allá de las carreteras una situación así resultaría ridícula en otros deportes. ¿Se imaginan a Jorge Lorenzo frenando en seco porque Valentino Rossi ha derrapado con su moto? ¿Y a Fernando Alonso entrando en boxes porque Lewis Hamilton ha reventado una rueda? En los circuitos es impensable que los pilotos no saquen ventaja competitiva de las desgracias técnicas ajenas. Un ejemplo significativo fue el Gran Premio de Indianapolis de 2005. Los pilotos cuyos coches calzaban neumáticos Michelin decidieron no correr por motivos de seguridad. ¿Qué hizo el resto? ¿Solidarizarse y esperar a que se resolviese el problema para correr? Al contrario. La carrera se celebró con solo seis coches en pista.

La atleta Natalia Rodríguez tampoco dudó en seguir en su carrera hacia el oro Mundial de 1.500 metros a pesar de chocar y derribar sin querer a una rival. Al final fueron los jueces los que consideraron ilegal la actuación de la española y la descalificaron. Nunca se arrepintió.

Al margen de las normas, cada deporte tiene su propio código de honor, sus reglas no escritas que todo jugador respeta. En el rugby, probablemente el deporte más noble en este sentido, son legión. Pero también las hay en el fútbol. Como tirar el balón fuera cuando un futbolista yace herido en el campo. Son normas producto de la costumbre. Hasta que dejan de serlo. Hace seis años José Luis Mendilibar, entonces técnico del Valladolid, anunció que sus jugadores no tirarían el balón fuera: "En su día fue muy polémico", recuerda el entrenador ahora.

"Llegó un momento en que a cada poco había un jugador en el suelo", explica Mendilibar su decisión de entonces; "casi ninguno tenía que ser atendido y cuando sí lo eran la mayoría volvía al poco tiempo al terreno de juego. Estaba un poco cansado de todo eso. Va en contra del deporte. Al final estábamos más parados que jugando".

Mendilibar fue de frente. En cada partido comunicó al árbitro y a sus rivales que el Valladolid no iba a tirar el balón fuera. "En Inglaterra no se tira nadie", se lamenta el técnico vasco; "el público te silbaría si lo hicieras. Pero aquí somos tan pícaros que queremos sacar ventaja de todo". "Además, todos sabemos que cuando hay un choque de verdad todo el mundo para".

Como detuvo el juego Di Canio en 2001 al ver al portero rival desmayado en el suelo. El italiano, entonces en el West Ham, embocaba a gol cuando vio al guardameta del Everton desplomado y atrapó el balón con las manos. Aquel gesto le valió el premio de Fair-Play de la FIFA ese año.

El fútbol es prolijo en este tipo de ejemplos de deportividad. Como aquel gol cantado que Silva decidió enviar fuera al ver a un rival caído y eso que su equipo, entonces el Eibar, se estaba jugando un ascenso que al final no logró. O esa vez que De Rossi le pidió al árbitro que le anulara un gol que había marcado al Messina con la mano. "Hice lo que tenía que hacer", declaró después.

La Unesco, en su Código de Ética en el Deporte, define el juego limpio como la incorporación de la amistad, el respeto por el rival y el juego leal al deporte y asegura que es responsabilidad de los Gobiernos, las federaciones deportivas y de todos los estamentos relacionados con el deporte promocionarlo. "Es una forma de pensar no solo una forma de comportarse", concluye esta declaración.

El concepto ha ido calando y hoy se jalean los gestos deportivos como si fueran goles. Y se reprochan lo que el público considera gestos antideportivos (acuérdense de la mano de Henry que clasificó a Francia para el Mundial y de aquel jugador de rugby que simuló sangrar para favorecer su sustitución). Pero siempre habrá una franja gris en la que un detalle será, para unos, una falta de elegancia total y, para otros, la pura competición. El peligro en el ciclismo, aunque es un peligro menor en comparación con lo que ha vivido este deporte, es que el público acabe por no creerse nada.

Andy Schleck (izquierda) y Alberto Contador se abrazan, el jueves, tras la etapa del Tourmalet.
Andy Schleck (izquierda) y Alberto Contador se abrazan, el jueves, tras la etapa del Tourmalet.EFE

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Sobre la firma

Amaya Iríbar
Redactora jefa de Fin de Semana desde 2017. Antes estuvo al frente de la sección de Deportes y fue redactora de Sociedad y de Negocios. Está especializada en gimnasia y ha cubierto para EL PAÍS dos Juegos Olímpicos y varios europeos y mundiales de atletismo. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene el Máster de periodismo de EL PAÍS.

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