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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Italia: dos en un sofá

Pese a la inestabilidad, Berlusconi y Fini tienen motivos para no querer elecciones inmediatas

Silvio Berlusconi acaba de reiterar que, contra todo pronóstico, espera cumplir los tres años de mandato que le quedan. Sus afirmaciones, que contradicen otras en las que se mostraba partidario de unas elecciones anticipadas, no irían más allá de la confusión predominante en la política italiana si no fuera porque el asediado primer ministro es prisionero político de su estrecho aliado durante años Gianfranco Fini, el hombre que ha viajado desde el filofascismo hasta su reconversión en un liberal-conservador, cofundador del gobernante Pueblo de la Libertad (PDL) al fusionar su propio partido con el de Il Cavaliere.

Berlusconi invoca ahora razones económicas -la necesidad que tiene Italia, con su enorme deuda pública, de mantener la confianza de los mercados- para descartar elecciones anticipadas. La realidad, sin embargo, es que desde finales de julio sigue gobernando porque Fini, presidente de la Cámara de Diputados, se lo permite. Entonces se consumó la ruptura de la coalición derechista y Fini formó un grupo rebelde de 33 diputados y 10 senadores, Futuro y Libertad, que, sin abandonar formalmente el PDL, ha privado a Berlusconi de la mayoría parlamentaria.

Gianfranco Fini dice que no forzará nuevas elecciones y que no votará contra Berlusconi en el Parlamento, salvo cataclismo. Pero resulta poco creíble que el antiguo aliado, que critica abiertamente la corrupción que enfanga el entorno del jefe del Gobierno, que se declara respetuoso con el sistema judicial y la Constitución, esté dispuesto a mantener mucho tiempo la anomalía. Como resulta más que chocante que el propio Fini pretenda seguir al frente de la Cámara baja, un cargo que exige al menos apariencia de imparcialidad y que por permitir el control de la agenda parlamentaria debería estar vedado a alguien que tiene la propia.

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Pese a la parálisis y la inestabilidad, hay un argumento poco solemne que hace improbable que los dos hombres que controlan la política italiana (a la oposición centroizquierdista no se la espera) tengan prisa por ir a las urnas. Berlusconi, cuya popularidad decrece, aunque ganara no dejaría de recibir un serio varapalo, poco conveniente para sus planes de meter en cintura a los jueces y consolidar su inmunidad. Fini, por su parte, necesita afianzar su nueva marca política y convertirla en partido operativo antes de concurrir a unas elecciones con algunas garantías.

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